Los más recientes artículos que publiqué se refieren a la indolencia de la mayoría de guatemaltecos de cara a los abusos y agravios del poder público (que incluye a los tres organismos del Estado y sus dependencias), el poder político subyugado al poder económico, cuyo rostro más visible es el omnipotente Cacif, que aparentemente distanciados en aspectos coyunturales, en realidad son los responsables de la angustiante pobreza del más de 52% de nuestros compatriotas, porque se coluden para evitar mínimas transformaciones que demanda el país en todos sus órdenes, desde el fiscal hasta el educativo, pasando por la crisis de los órganos encargados de la seguridad pública, el manto de corrupción que cobija a funcionarios y empresarios.
Reitero que en muchos países del mundo cientos de miles de personas, sobre todo jóvenes, han levantado su voz y sus brazos con justa indignación en contra del sistema que está a punto de colapsar en algunas naciones, porque la riqueza se ha concentrado en pocas manos, mientras que las clases media y popular claman por justicia, empleo, vivienda y seguridad; fenómenos que no son extraños a la sociedad guatemalteca porque forman parte de la herencia ancestral que nos legaron los llamados próceres de la independencia (con un pequeño paréntesis de esperanza durante la década de la primavera revolucionaria) y que se ha agudizado con la que nunca deja de ser “la incipiente democraciaâ€, después de décadas de opresión de gobiernos militares, sin percibirse ligeros cambios estructurales.
El 11 de septiembre millones de guatemaltecos se volcaron a las urnas, nuevamente seducidos por ilusorias promesas de políticos de todas las tendencias, que tienen en común su dependencia financiera de sectores de la oligarquía, y reiteradamente los votantes reeligieron a diputados, muchos de los cuales han humillado y despreciado a sus electores y a la población, en general, al dedicarse a realizar negocios oscuros a la sombra de su inmunidad.
No son, empero, sólo los parlamentarios que se han cambiado de partido como quien se muda de calzoncillos, y que manipulan y chantajean para obtener ilegítimas licencias de asignar obras sobrepagadas en sus distritos electorales, los responsables de esta caricatura de democracia, sino que son los mismos ciudadanos que los eligen una y otra vez los que cargan con la culpa de esos hechos ilícitos, en igual proporción que los empresarios contratistas que ejecutan trabajos mediocres en carreteras, puentes y escuelas que no soportan los primeros embates de un aguacero.
En las elecciones de la segunda ronda los guatemaltecos indignados (si los hubieren) podríamos reivindicar nuestra dignidad pisoteada, absteniéndonos de votar o anular el voto, además de hacer plantones pacíficos frente a los centros electorales, porque el cambio de Gobierno no alterará el sistema neoliberal que ha golpeado a los grupos sociales más vulnerables, debilitando aún más a la indolente clase media y afectando a pequeños y medianos empresarios.
(El indignado Romualdo Tishudo cita de nuevo a José Saramago:-El poder real es económico, entonces no tiene sentido hablar de democracia)