Por su ubicación geográfica, Guatemala ha estado siempre expuesta a fenómenos atmosféricos que antaño eran simplemente llamados temporales. En época de la Colonia fue célebre el que provocó la destrucción de Ciudad Vieja y la muerte de Beatriz de la Cueva en el Palacio del Capitán General, pero en realidad esas perturbaciones climáticas han sido corrientes en nuestro medio y forman parte de nuestra realidad, como lo es también el constante riesgo sísmico.
En los últimos años, sin embargo, hemos visto que temporales sin mayor fuerza y que no arrojan precipitaciones realmente extraordinarias, no sólo destruyen la infraestructura del país sino que además cobran vidas humanas. Esta semana un débil sistema provocó una gran tragedia y todavía faltan varias horas de lluvia en muchas regiones del país y sabrá Dios cuánto más hemos de perder como resultado de la depresión.
Algunos sostienen que por el cambio climático se han incrementado los huracanes y tormentas y que por ello Guatemala ahora está en peores condiciones, pero históricamente se han dado tales fenómenos hasta con más intensidad y los daños no llegaron a ser tan catastróficos como ahora. Eso es consecuencia de la acción del hombre en dos sentidos: por un lado la corrupción que caracteriza a toda la obra pública y permite construcciones mal hechas cuyo fin principal era robar, y por el otro la irresponsabilidad ambiental que nos ha llevado a la destrucción ecológica, especialmente por la alteración radical de las cuencas de nuestra rica y extensa hidrografía, ya que la deforestación avanza a paso firme dejando en condición vulnerable las riberas de todos nuestros ríos y provocando azolvamientos y el deslizamiento de montañas enteras.
No podemos modificar la vulnerabilidad derivada de nuestra ubicación geográfica que, repetimos, a lo largo de la historia nos ha sometido a huracanes, tormentas y temporales. Pero obviamente sí podemos y en realidad debemos cambiar nuestra actitud en los temas de corrupción y del descuido de nuestro medio ambiente para reducir el impacto de esos fenómenos en cuanto a la pérdida de vidas humanas y la destrucción de la infraestructura.
Los puentes y carreteras del país no resisten ni siquiera la llovizna porque en el diseño lo único que cuenta es la mordida, el moco como dicen muchos funcionarios y empresarios, y no la calidad de la obra. Es más, si la misma se destruye las oportunidades de más ganancia se duplican por lo que mejor hacen mamarrachos que obras duraderas. Esa forma infame de actuar, junto a la irresponsable destrucción de las cuencas hidrográficas, tiene un costo demasiado grande para el país. ¿Hasta cuándo nuestro pueblo dirá ¡Basta!? Parece como si ese pueblo juega de muerto y no se inmuta por nada.
Minutero:
No hace falta un aguacero
para causar la desgracia;
y todo por tanto gobierno transero
y la falsa democracia