Varias veces me he referido a la idiosincrasia de los guatemaltecos en términos generales, en el sentido de que ante los notorios actos de corrupción que cometen funcionarios públicos, coludidos con empresarios inescrupulosos (que aún se dan el tupé de exigir transparencia en la administración y el buen manejo de los recursos del Estado y eluden el pago de impuestos); la desfachatez, demagogia y abusos de la clase política, con sus raras excepciones, y los constantes, desmedidos e injustos incrementos de precios o tarifas del azúcar, la energía eléctrica y otros productos y servicios en manos del sector privado, los consumidores y usuarios permanecen indiferentes, pasivos, indolentes, como si no les afectara en absoluto las deterioradas economías de familias de las clases media y populares, el futuro de sus hijos, su realidad actual, su dignidad de seres humanos.
Pocos protestan por las desastrosas condiciones de la red vial como consecuencia de las pésimas condiciones y la calidad del material utilizado en la construcción de carreteras (al margen de los fenómenos naturales) derivado de la confabulación entre funcionarios del Ministerio de Comunicaciones y Covial con las empresas constructoras a las que se les adjudican los trabajos, a lo que se añade la indecencia de los supervisores de las obras, puesto que todos forman un bloque de ladrones de cuello blanco.
Allí está el caso del puerto de Champerico que sólo sirve para poner como la gran pu…ñetera cólera a unos cuantos compatriotas que ignoran que el Gobierno de gente decente encabezado por el pudoroso presidente í“scar Berger, con su raza traficando decenas de contenedores que ingresaban contrabando, haya autorizado la construcción de una obra que de antemano le advirtieron que no era factible a causa de diversos factores propios de las playas del Pacífico, pero que no fue óbice que se “invirtieran†millonadas de dólares, que se embolsaron funcionarios de aquel régimen de corte empresarial, de una organización internacional dedicada al caso de los inmigrantes (¡¿!’) y de compañías holandesas que, por su origen, se presumía que no suelen participar en negocios fraudulentos.
Insisto en mencionar la inopia en que dejaron a miles de ahorrantes guatemaltecos de la clase media y de la tercera edad, los accionistas de los bancos del Café y de Comercio, en las narices del tristemente recordado Willy Zapata, el arrogante extitular de la Superintendencia de Bancos, quien se ha valido de la débil estructura de las legislación penal y civil y de la falta de probidad de varios operadores de justicia, para evitar ser conducido a los órganos jurisdiccionales, a fin de que sea castigado por su responsabilidad directa en las quiebras anunciadas de los mencionados bancos y su culpabilidad indirecta en el suicidio o la muerte natural de ancianos que no soportaron la pérdida de los ahorros que les servirían para afrontar decorosamente su años de vejez.
Diputados reelegidos de todas las tendencias aparecen fotografiados en diarios impresos soltando carcajadas al unísono, posiblemente por un chiste de mal gusto, mientras que en las afueras del edificio parlamentario otras decenas de compatriotas que trabajaron durante largos años en la desaparecida Guatel y que, si mediar aviso, se quedan sin recibir sus módicas pensiones; pero que en medio de su desilusión y desesperanza apelan a la “conciencia†de los legisladores para que el Estado responda a su obligación con quienes fueron servidores públicos. (Sigue)
(Cierto enriquecido funcionario acude al dentista Romualdo Tishudo a quien le dice:-Doctor, deseo una limpieza dental. El odontólogo le abre la boca y le recrimina: -¡Pero si usted sólo tiene unos pocos dientes! El paciente repone: -Los he de haber perdido por tantas mordidas).