Hace cuatro años, el entonces candidato a la presidencia ílvaro Colom modificaba su discurso para la segunda vuelta electoral, ofreciendo “combatir la violencia con inteligenciaâ€, en clara alusión a su contendiente, Otto Pérez Molina, quien ofrecía combatir la criminalidad con “mano duraâ€.
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Durante toda la campaña de la primera vuelta, en las dos elecciones anteriores, Colom no se había enfocado en la seguridad como su principal fuerte. En cambio, su propuesta se manejaba en ámbitos más cercanos a la socialdemocracia, sobre todo en el mejoramiento de la economía familiar, el desarrollo integral y en la reintegración de los sectores desplazados. Sin embargo, sus estrategas de campaña le debieron de haber recomendado cambiar su discurso para competir hombro con hombro con Pérez Molina.
Y aunque el Gobierno actual presente cifras en que se observan ciertos avances en materia de seguridad (más capturas, descenso del promedio de muertes violentas diarias, etcétera), es de reconocer que el problema de la violencia y la delincuencia habrían desbordado a éste y a cualquier otro candidato presidencial. En otras palabras, quiero decir que ni Colom ni Pérez Molina ni cualquier otro candidato habría alcanzado un éxito rotundo en materia de seguridad.
Claro está, que las cifras que señala el Gobierno como “logros†se refieren al descenso en el promedio de asesinatos diarios en dos o tres números, pero que, a pesar de todo, sigue siendo una cifra alta (unos quince asesinatos diarios); y lo peor de todo es que estos asesinatos están alcanzando niveles altísimos de maldad, como decapitaciones y desmembramientos, violaciones sexuales y torturas, lo cual hace incrementar en la población la percepción de inseguridad.
Hace cuatro años, pues, sólo se prometió seguridad, pero hoy día todos sabemos que esto no fue una realidad.
Pero actualmente, los candidatos presidenciales (los diez que participaron en la contienda, y en especial los dos que van al balotaje) cometen el mismo error, y están ofreciendo a diestra y siniestra, a sabiendas de que no será posible cumplirlo. Tan sólo prometen lo que la gente desea escuchar, o bien prometen para contrastar su propuesta con la del rival.
Y en un día como hoy, también, hace 519 años, un navegante aventurero –deseoso de hacerse rico y que se salvó de puro milagro de ser lanzado al mar en un motín en alta mar– logró llegar a tierras americanas, comprando con espejitos las voluntades de los nativos, a cambio del oro.
Comprendo a los nativos de entonces, porque tener un objeto que refleje mi propia imagen habría sido más “interesante†que esas piedras doradas que no sabían para qué servían. Sin embargo, los mercaderes de espejos sabían lo que hacían, y el oro les dio más poder para poder, finalmente, someterlos.
Más de cinco siglos han pasado y no hemos aprendido la lección. Y es que a pesar de que todos sabemos cómo somos, aún nos engañamos. El espejo revela nuestra imagen, pero en realidad sólo logramos ver lo que queremos ver. Sólo vemos las cosas buenas que queremos, y las cosas malas que queremos.
Las promesas de campaña, de hoy día, son como esos espejos, porque intentan decirnos qué es lo que necesitamos como país. Pero eso nadie nos los puede decir, porque ya lo sabemos. No sé por qué aceptamos que alguien más nos diga qué necesitamos. Y mientras nos ofrecen esos espejos empañados y rotos, esperan que les demos luz verde, a través de nuestro voto, para acceder a las arcas abiertas en donde guardamos el escaso oro que nos queda.
Y si de espejos hablamos, deberían verse en el espejo del actual Presidente, que hoy, sin haber concluido aún su mandato, luce desde ya derrotado y frustrado, por no haber cumplido con las promesas que realizó, que en su momento parecieron buenas ideas y engancharon a muchos, pero que hoy son un lastre en su vida, y estaría deseando no haber prometido nunca que iba a crear no sé cuántos miles de empleos y que combatiría la violencia con inteligencia.