Ayer publicamos un reportaje que contiene serias críticas a la forma en que se manejan los datos de las muertes como resultado de la desnutrición aguda que se sufre en algunos lugares del país. Ello aparte del gravísimo problema de la desnutrición crónica que afecta a la mitad de nuestros niños y que no sólo limita su crecimiento físico y mental, sino que también causa enfermedades que pueden llegar a ser fatales.
Entendemos que se trata de un serio problema estructural que no se puede resolver de la noche a la mañana, pero la seguridad alimentaria no ha sido prioridad de ningún gobierno y eso es lo alarmante porque no emprendemos ningún esfuerzo para contener el problema, no digamos para resolverlo.
En términos generales los gobiernos han venido manipulando las estadísticas a sabor y antojo sea para reflejar exitosos resultados que no existen en la práctica o para ocultar problemas graves que se maquillan con ciertos datos. Los médicos técnicamente pueden expresar sin mentir que la causa de la muerte de un niño desnutrido no fue la desnutrición (léase el hambre), sino que fue alguna complicación que provocó al final el deceso. Es como en el caso del sida, enfermedad cuyos pacientes fallecen por las complicaciones que provoca el mal y no por el mal en sí mismo.
Pero tenemos que tener claro que en Guatemala, en pleno siglo XXI, se mueren niños por falta de alimentos; se mueren niños de hambre en varios municipios del país, especialmente de los ubicados en el conocido como Corredor Seco. Y mientras no explicitemos esa realidad, los gobiernos siguen obviando el problema porque no se le pone la atención debida y eso es sencillamente inhumano.
No es un problema, que quede bien claro, originado en este Gobierno, pero con la misma claridad hay que decir que la solidaridad publicitada por el Gobierno no se ha proyectado en el tema de la seguridad alimentaria para reducir la desnutrición que afecta a nuestra infancia y que además de cobrar vidas, se constituye en un pesado lastre para el futuro de generaciones enteras y por ende del país.
Afortunadamente hay una historia en las publicaciones de La Hora que refleja cuántos años tenemos de venir manejando esa preocupación. Todos los gobiernos han pensado que son críticas para dañarlos, pero nuestra intención no ha sido más que la de obligar a las autoridades a centrar su atención en uno de los más sordos y graves problemas que hay en Guatemala y cuyos efectos tenemos que empezar a atacar ya porque llevamos demasiado tiempo perdido.