La tarde se tornó llorosa, al decir su último adiós al ingeniero Recinos.
En la alfombra de incuestionable labor, el genio, Efraín Recinos, cruzó el umbral hacia la inmortalidad, dejando preclaro estandarte de la nacionalidad, inspirado en la cosmovisión de nuestro pasado maya, cuyo exponente es el Gran Teatro del Centro Cultural de Guatemala que ostenta su nombre, a la par de nuestro Premio Nobel de Literatura, Miguel íngel Asturias Rosales.
Fuimos bastantes los que trabajamos en el Gran Teatro quienes tuvimos el honor de conocer de cerca y tratar al ingeniero Recinos, unos más otros menos, en mi caso particular estuve más cerca, porque mi oficina, (fui jefe de Relaciones Públicas del complejo), quedaba enfrente de su taller, reducto de tantas maravillosas ideas pictóricas. Con frecuencia me acercaba a él para platicar sobre cosas relacionadas con el Teatro, y si estaba haciendo algún boceto lo cubría con las manos para que no lo viera, respetaba ese gesto; él siempre me preguntaba sobre el número de obras de teatro que llevaba escritas y me decía que cuántas me faltaban para cien. Curiosamente en los varios años que estuve en el Teatro, nunca mencionó mi nombre.
El ingeniero Recinos siempre fue muy modesto, una persona excesivamente amigable, no hacía diferencia entre los empleados de «oficina» y los trabajadores del taller o del campo; nunca lo vi enojado a pesar de que en estos lugares nunca faltan motivos para enojos por ser un lugar cerrado en donde cualquier minucia se vuelve trascendente. Las oficinas, con excepción de las de la Dirección, están situadas en lo que se les llama catacumbas.
El Teatro es admiración de los turistas extranjeros, cuando venían ingenieros y arquitectos sudamericanos yo les hacía el tour y todos, argentinos, chilenos, colombianos, etcétera, coincidían en decir: “Este Teatro, esta obra monumental no es solo de ustedes los guatemaltecos, (¿?), es de nosotros, los sudamericanos, es nuestro orgullo, quisiéramos felicitar al Genio que lo creó», les decía: –Voy a ir a ver si está en su taller–, desafortunadamente nunca estuvo, porque él trabajaba en la Dirección General de Obras Públicas y tenía que atender cosas de allá.
Al ingeniero Recinos empecé a conocerlo desde principios de la construcción del Teatro y le hice una entrevista para el Diario de Centro América, con una foto, está joven. Después de la inauguración del Teatro cuando le decían que había que hacerle a él un monumento, respondía: «A mí no, si no a los trabajadores que con sus manos y con el sudor de su frente lo construyeron; tal vez algún día eso se haga realidad.
Era huraño para los agasajos; en una ocasión hubo una premiación por parte de la Escuela de Artes Plásticas, y entre ellos figuraba él, estaba en el corredor cerca de la puerta, lo llamaban pero no entraba, lo vi, salí por la puerta lateral y me le coloqué detrás, como habían más personas no me vio, a otra llamada y cuando se acercó a la puerta lo empujé, lo vieron, lo aplaudieron y lo invitaron a la mesa regente; nunca supo quién lo empujó ni yo se lo dije.
Me dijo que le enseñara a tomar fotos, el alumno resultó mil veces superior al maestro.
Desafortunadamente por mi precaria situación física, ya lo he dicho, no pude asistir al Teatro ni al cementerio, sólo espiritualmente. Mis condolencias a su hija, sus hermanas y demás familia. Desde cualquier lugar de la ciudad que veamos el majestuoso Teatro Nacional, en él veremos al ingeniero Efraín Enrique Recinos Valenzuela, por los tiempos de los tiempos.