En los últimos 25 años, el mundo ha dado pasos significativos para reducir la brecha entre hombres y mujeres en materia de educación, salud y mercados de trabajo.
Hoy día, niñas y niños participan en pie de igualdad en la educación primaria en la mayoría de los países en desarrollo. En un tercio de estos, muchos de América Latina, el número de niñas que asisten a la secundaria supera al de varones. A nivel universitario, en más de 60 países hay más mujeres que varones.
Las mujeres están usando la educación que han adquirido para participar cada vez más en la fuerza laboral, diversificar su tiempo de modo de no limitarse a las tareas domésticas y al cuidado de los hijos, y contribuir además a dar forma a las comunidades, economías y sociedades a las que pertenecen. Las mujeres hoy constituyen más del 40 por ciento de la fuerza de trabajo mundial y representan una alta proporción entre los empresarios y agricultores del mundo.
Otras dimensiones de la igualdad, en cambio, muestran un cuadro más inquietante.
Las niñas que son pobres viven en zonas remotas o pertenecen a grupos minoritarios todavía no pueden asistir a clases tan fácilmente como los varones. Las mujeres tienen más probabilidades que los hombres de trabajar en ocupaciones de baja remuneración, cultivar parcelas de escaso tamaño y administrar empresas pequeñas en sectores poco rentables.
Sean trabajadoras, agricultoras o empresarias, las mujeres ganan menos que los hombres: 22 por ciento menos en México y Egipto; 40 por ciento menos en Georgia, Alemania o India. Las mujeres –especialmente las que son pobres– intervienen en menor medida que los hombres en las decisiones y tienen menor control sobre los recursos del hogar. El nivel de participación y representación femenina en la sociedad, los negocios y la política es considerablemente menor que el de los hombres, con pocas diferencias entre países pobres y ricos.
Aún cuando en América Latina las desigualdades de género en el mercado laboral se han reducido más rápido que en cualquier otra región del mundo en desarrollo, es mucho más lo que se puede hacer para poner fin a la marginación económica de las mujeres. Eliminar los obstáculos que impiden el acceso de las mujeres a ciertos sectores y ocupaciones podría aumentar de 3 a 25 por ciento la producción por trabajador, según el país.
Se ha comprobado que poner recursos en manos de mujeres no sólo las beneficia a ellas mismas, sino también a sus hijos, quienes tienen más posibilidades de disfrutar de mejores condiciones de salud y nutrición y lograr mejor desempeño escolar.
Dotar a las mujeres de los medios que les permitan utilizar su capacidad y sus aptitudes puede incrementar la competitividad de los países y sostener su crecimiento, lo que constituye un recurso valioso y poco utilizado en una economía mundial incierta. Durante la crisis internacional de 2008, los ingresos de las mujeres ayudaron a muchas familias a mantenerse a flote; de ahí la importancia de lograr que su productividad e ingresos no se vean limitados por obstáculos de mercado o institucionales, ni por una discriminación flagrante.
Este desafío no concierne solamente a los países en desarrollo. En todo el mundo, una de cada diez mujeres sufrirá a lo largo de su vida abusos sexuales o físicos a manos de su pareja o de algún conocido.
Un nuevo informe del Banco Mundial exhorta a adoptar medidas en cuatro ámbitos:
* hacer frente a los problemas que afectan al capital humano a través de inversiones en agua limpia y cuidados maternos y por medio de programas específicos dirigidos a mitigar las desventajas persistentes en materia de educación;
* cerrar las brechas de ingresos y productividad entre mujeres y hombres mejorando el acceso a recursos productivos y servicios de agua y electricidad y de cuidado infantil;
* aumentar la participación femenina en las decisiones que se adopten en el seno de los hogares y las sociedades, y
* reducir la desigualdad de género en las futuras generaciones invirtiendo en la salud y la educación de varones y niñas adolescentes, creando oportunidades para que mejoren sus condiciones de vida y ofreciendo información sobre planificación familiar.
Hemos visto que una política focalizada puede ser decisiva. La base más sólida para lograr soluciones sostenibles es la suma de esfuerzos de las familias, el sector privado, los gobiernos, los organismos de desarrollo, las instituciones religiosas y la sociedad civil.
Aún en las sociedades más tradicionales y en las aldeas más pobres, he observado que, cuando las mujeres logran la oportunidad de obtener mayores ingresos para sus familias, rápidamente se disipan las sospechas –o incluso la hostilidad inicial– de los hombres.
No obstante, a menudo las personas necesitan un proyecto que despierte una perspectiva distinta. El Banco Mundial invierte en temas de género, en parte, porque los beneficios económicos resultantes son cuantiosos.
Promover la igualdad de género es lo correcto. Y es además una medida económica acertada.
Robert B. Zoellick es el presidente del Grupo del Banco Mundial.