Unos preciosos manuscritos de la Biblia originarios de la comunidad judía de Damasco, Siria, fueron exhibidos durante apenas unas horas ayer, ofreciendo un vistazo poco común a una colección que incluye libros llevados clandestinamente a Israel antes de que la antigua comunidad desapareciera a finales del siglo XX. Los libros son resguardados en la Biblioteca Nacional de Israel. Por motivos de seguridad y de conservación, la mayor parte de la colección se ha expuesto sólo una vez antes, también por sólo unas cuantas horas, hace más de una década.
La colección consta de 11 volúmenes. Tres de ellos, entre los cuales estaba el libro más antiguo e importante de la colección, fueron sacados de las bóvedas de la biblioteca y mostrados durante un simposio el miércoles por la noche.
Los manuscritos tienen entre 700 y 1.000 años de antigí¼edad y fueron escritos en pergamino en el Medio Oriente y Europa. Tienen una caligrafía hebrea meticulosa e ilustraciones en tinta y hoja de oro. Algunos cuentan con micrografía intrincada: decoraciones hechas con miles de diminutas letras hebreas.
Ninguno fue escrito en Damasco, sino que llegaron para ser guardados en las sinagogas de la ciudad durante siglos. Se les conocen colectivamente como las Coronas de Damasco, pues «corona» en hebreo se usa a veces para describir manuscritos bíblicos venerables y de importancia especial.
La comunidad judía residió en la capital siria durante más de 2.000 años antes de que sus miembros fueran expulsados en medio de una campaña de persecución del gobierno y violencia de parte de turbas debido al incremento del nacionalismo árabe y la fundación de Israel en 1948. Otra comunidad antigua en el centro financiero del país, Aleppo, corrió la misma suerte, al igual que otras en todo el mundo árabe.
Unos cuantos emigrantes judíos lograron escapar en los inicios de la creación de Israel, con la ayuda de agentes israelíes que manejaban rutas de contrabando a través de Líbano y Turquía.
La mayoría del resto de la comunidad partió en la década de 1990 después de que el fallecido dictador sirio, Hafez Assad, cedió a las presiones internacionales y les permitió salir. Casi todos se instalaron en Israel o Estados Unidos, pero un puñado —no más de varias decenas— prefirieron permanecer en Damasco.