Octubre comenzó, pero en Mí¼dchen la fiesta ha terminado. Aún se ven personas vestidas con Dirndl –las mujeres– y a los hombres con el Lederhose. La celebración más famosa de Alemania y que ha trascendido fronteras además, es sencillamente una gran feria de pueblo, en donde por supuesto la cerveza es el espíritu, alma y sazón del evento
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El Prado de Teresa –lugar en donde se lleva a cabo– se viste de carpas, juegos de feria, ventas de pollo asado, salchichas, pretzels, chocolate, globos y recuerdos de un evento al que asisten aproximadamente seis millones de personas.
La gente –tanta como la que se ve en las procesiones de Semana Santa– y arremolinada de esa misma forma, va y viene por las calles en busca de bebidas y alimentos o espera pacientemente su turno para entrar en alguna de las carpas, espacios que pueden albergar a miles, para tomar su tarro de un litro y beber la tradicional y buenísima además bebida alemana, cantando y viviendo un impresionante intercambio cultural, la mayoría del tiempo con mucho respecto, pese a lo bebidos que puedan estar, así es Alemania.
Claro, no falta alguno que empuje, otro que responda y un policía que imponga el orden. Pese a lo que el desconocimiento de esta celebración me indicaba, el Oktober Fest es una fiesta familiar, a la que acuden entre semanas niños y niñas de escuelas, incluso de establecimientos de preprimaria, personas de la tercera edad y familias completas que disfrutan desde su inauguración al grito de O ‘zapft is, dos semanas impresionantes en esta ciudad, también impresionante.
La historia que arrastra esta celebración suspendida en 24 ocasiones desde 1810, es romántica, no sólo por tener su origen en la boda de un príncipe, sino por el espíritu que encierra y el sentimiento que invade a los Bávaros en esta época.