En este momento toda la matemática posible favorece a Otto Pérez Molina. Si un proceso electoral fuera de agregar votos como apilar ladrillos, la casa estaría llena de un color naranja predominante. El rojo de Manuel Baldizón quedaría en segmentos cercanos a un 40 por ciento. Pero un proceso electoral es emotividad, es pasión. Un proceso electoral va más allá de las cifras y se vale de ellas para generar sentimientos de proximidad, de ser parte de los ganadores. Ahí el éxito de las “encuestasâ€, si es que su manipulación no es tendenciosa. A mi juicio el devenir de la aplicación estratégica que actualmente está empleando el equipo del puño está incurriendo en errores aún más grandes que los cometidos previos a la primera vuelta.
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Mucha de la prensa escrita matutina se ha inclinado por la opción encabezada por Pérez Molina y Baldetti Elías, para ello basta ver algunos editoriales, comentarios y el manejo “noticioso†de las actividades de los contendientes. La credibilidad general de los medios escritos está muy por debajo de la que recibe la prensa televisiva y radial. De tal manera que volver a confiar en las publicaciones de los medios impresos para generar el halo de triunfo que se desea plasmar es un error que se repite. Volver a levantar sondeos de opinión reales o ficticios es otro error, pero más aún si en este se plasma por los propios promotores de tales desaciertos de publicidad, que el candidato naranja tendrá capacidad para propiciar seguridad, pero será deficiente en la generación de empleo, en la provisión de medios de inversión que garanticen otro conjunto de situaciones que valederamente preocupan a la población. Como contrapartida, Manuel Baldizón impuso el cambio en su imagen, fue el primero que cambió el color de su corbata, hasta llegar a una seriedad aceptable, así como el manejo de silogismos (populistas o no) que generan el despertar de los sueños, de los anhelos de los potenciales electores. Pérez le siguió y ahora también él emplea un color similar en su propia corbata, ahora sonríe un poco más, ya no tan rígido, es decir va a la zaga en el cambio de imagen.
Se asume, volviendo a los números, que un poco más del 10 por ciento de quienes fuimos a votar el pasado 11 de septiembre probablemente no acudirán el próximo 6 de noviembre. Ello afecta a ambos aspirantes. Tradicionalmente remontar los casi 23 puntos porcentuales que separan al primero del segundo lugar es muy difícil, arto complejo para el segundo de los aspirantes, por si no imposible. De ahí que en una primera estimación de la sumatoria de los apoyos a uno y a otro, podrían dejar a Pérez con un total superior al 1.868 millones de votos contra un 1.461 millones de votos de Baldizón. Empero, repito, los números en las elecciones no son la expresión fría de territorios agregados y liderazgos que certeramente apuntalen con los votos (los números) que dicen traer bajo el brazo. Las elecciones para ganarlas han de despertar las emociones más generalizadas y las pasiones más compartidas. El momento de la elección, para el día de la emisión del sufragio, aún se sopesan muchas variables que no necesariamente son racionales, estas más bien son emotivas. Ahí el asidero que acertadamente está explotando Baldizón, el cual con cada ataque y con cada descalificación que se le propina, contrario a la intención, se le hace más grande, se le aproxima aún más Pérez Molina.
¿Votará usted el próximo 6 de noviembre? O dejará que otros lo hagan por usted. Imagine que al final sea cual sea el veredicto que se dicte en las urnas, durante los siguientes 48 meses posteriores al 14 de enero, estaremos frente a un Organismo Ejecutivo limitado por un Organismo Legislativo que podrá auspiciar o no los cambios que se requieren implementar. Que estaremos siendo observadores de una gestión que tenderá a acentuar mínimos de gobernabilidad o por el contrario focos de conflictividad. Con una hegemonía acentuada en un poder económico tradicional o ante el auspicio de capitales emergentes que puedan crear otro tipo de condiciones que generen nuevas modalidades de desarrollo. Una elección la pierde aquel que cometa más errores, tal afirmación no debe olvidarse.