El día de ayer se reunió la Comisión Nacional contra el Contrabando para poder evaluar qué avances ha tenido el gobierno en retomar el control en el sistema aduanero nacional. El vicepresidente Rafael Espada, integrante de la comisión, indica que la corrupción en el sistema aduanero favorece el contrabando, pero como casi todo en lo que el Vicepresidente se mete, las observancias y análisis del Dr. Espada no pasan de ser comentarios de poca profundidad que se van por las ramas y no llegan a la raíz.
Las aduanas existen aquí y en cualquier parte del mundo como el perro de control político mediante el cual productores, comerciantes y políticos toman el control del comercio en detrimento de los consumidores. Espada omite, por ignorancia o conveniencia analizar profundamente qué es lo que causa el llamado contrabando, porque la cruda y estricta realidad es que el único causante del contrabando es la existencia misma de las aduanas. Los únicos beneficiados con la existencia de un sistema aduanal son los funcionarios políticos que temporalmente ocupan puestos de poder y tienen a su disposición los recursos arancelarios que el sistema aduanal genera, más el nada despreciable peaje que estos cobran por su discrecionalidad. Los productores locales que, mediante negociaciones políticas logran cuotas o privilegios y por último los comerciantes “contrabandistas†que logran grandes beneficios incentivados por la oportunidad económica de suplir un mercado negro con la colaboración de los funcionarios de turno y la implementación del sistema aduanal. La pregunta que me hago entonces es ¿de qué sirven las aduanas? ¿Existe algún propósito adicional para que existan? Sinceramente no lo creo, porque todas las posibles respuestas que me vienen a la mente son variaciones que derivan de los mismos incentivos originales que menciono.
Existen toda clase de excusas como la de que los ingresos arancelarios son vitales para el erario público, o como la vieja treta de que si se permite el libre intercambio entre las personas de este país con otros, se pondrían en peligro los empleos de connacionales. La muy de moda acotación de que la aduana es esencial para el control del narcotráfico, cuando se sabe que toneladas de encarecidas drogas pasean en los patios después de untarle la mano al funcionario adecuado. En fin como las razones explicadas son lógicas y hacen sentido, pero a la vez hay quienes dicen defender el libre comercio, entonces hace algunos años inventaron los famosos Tratados de Libre Comercio, que contrario a lo que su nombre indica no son más que un trato entre burócratas para precisamente controlar el comercio. ¿No le parece contradictorio? ¿Será necesario hacer un tratado para quitar obstáculos? ¿O bastará con quitarlos? Los tratados son sólo una forma de seguir controlando nuestras decisiones.
La gran mayoría de empresarios e incluso consumidores tienden a gastar sus protestas en contra de los que evaden las reglas del sistema aduanal, pocos, muy pocos en realidad, se dan cuenta que realmente lo correcto sería luchar porque el obstáculo desaparezca. Existen empresarios que son directamente beneficiados por los privilegios que han negociado con el podrido sistema y otros en cambio aprovechan la regulación para convertirse en “contrabandistas†y contrario a lo que muchos piensan la justa verdad es que la calidad moral de ambos es deplorable.
Finalmente existe la equivocada idea de la reciprocidad entre países, y como en un cuento de hadas se le pretende dar vida y sentimientos al país, como que el país sufriera en carne propia el hambre o los incrementos de precios. Negocian entonces los políticos con total arrogancia, qué productos, qué cantidad y qué arancel debiera de imponer el sistema aduanal sobre nosotros los ciudadanos con la excusa de que como en X país nos imponen tales regulaciones, pues nosotros igualmente imponemos las nuestras. De esta cuenta, no podemos aprovechar con libertad de los subsidiados productos extranjeros o de las ventajas competitivas de determinados productores en el mundo.
Lástima que el Dr. Espada y los otros miembros de la Comisión no se atreven a retar su intelecto y pensar profundamente lo que hacen y dicen. No vale en este caso aducir que su experiencia está en el área de la medicina, porque para entender el sistema de incentivos perversos se necesita solamente el sentido común. Ahora bien, si tienen el sentido común para entenderlo, entonces la falta si es grave porque la responsabilidad crece junto al conocimiento.