Autorretrato


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Converso con el hombre que siempre va conmigo -quien habla solo espera hablar a Dios un dí­a-

Antonio Machado

A pesar de haber llorado mucho, recuerdo una infancia feliz…

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

 


La música charleada del carro de helados Topsy. Los antibióticos con sabor a hongos podridos. Los Picarones. Las canillitas de leche. Mi postre de banano con miel, que me daba mi mamá si me terminaba toda la comida. La vez que vomité en clase después de comer unos Quesifritos; el vómito sabí­a a queso sintético. El sabor anaranjado de las Bebetinas. Las hamburguesas al carbón de Berlí­n y Burger Shops. La Incaparina cuando sabí­a a tierra. La casa con olor a frijoles. El anunciador del circo que gritaba “NIí‘OSHHHHH NO INTENTEN ESTO EN CASA”.

Los teléfonos de disco. Los tiquetes de las camionetas que sumaban 21. Mi bicicleta californiana. Mi reloj de cuerda. Mi colección de 309 chistes de Memí­n Pingí¼í­n. La boina de los Scouts que me ayudaba a cubrir mi pelo rebelde. Los patines de cuatro ruedas paralelas.

La televisión sin cable. Los personajes de Plaza Sésamo, esforzándose por enseñarme la diferencia entre lo lejos y lo cerca. Freddy Mercury vestido de mujer en I want to break free. Los juegos de Donkey Kong. Tom y Jerry, producido por Tex Avery. El estreno de Thriller de Michael Jackson. La moda del breakdance. Los cines Lux, el Lido, el Capri y el Leo. Jacinta Pichimahuida. Las pelí­culas de Cantinflas. La Gallinita Tutú, que pone, tutú, los huevos, tutú. La marimba que precedí­a al anuncio de un golpe de Estado. El disco para hacer aeróbicos de mi mamá, musicalizado por Ray Conniff. El álbum Vida, que costó quince centavos, lo que costaba un TorTrix. El hombre de la barra de hielo de Titanes en el ring. El señor Vitalis y Corazón alegre de Remi. Taco y Chalí­o y la llorona de Campiña. El hombre y su mundo de Canal 5.

Los forros de las pelotas de plástico, hechas con una pelota de plástico pinchada. Los juegos de kickball a las nueve de la noche. La señora que no devolví­a las pelotas si se trababan en su balcón, porque decí­a haber perdido la llave. Abdón narrando el béisbol. La pelota que se le fue entre las piernas al primera base de los Medias Rojas de Boston en la Serie Mundial de 1986 contra los Mets. Los dos goles de Maradona contra Inglaterra. El homerun de Kirk Gibson contra Dennis Eckersley. Las pelotas de béisbol hechas con una pepita de aguacate y calcetines rotos. Edí­n Roberto “el Quetzalito” Nova y la vez que le ganó, él solito, a los colombianos. Sugar Ray Leonard riendo en el ring.

Las tiendas sin barrotes. El resbaladero gigante del Hipódromo del Norte. El Zoológico de La Mocosita. Esquilandia, que estaba donde ahora está Peri Roosevelt; hoy todaví­a me parqueo allí­ pensando en el írbol que hablaba. Las tardes de domingo en el Parque Morazán (no Jocotenango). La vez que lloré porque vi a mis papás alejarse en el carro.

El olor de los libros de texto nuevos. Las obras teatrales del colegio; siempre me escogí­an para ser árbol o piedra. Mis crayones marca Crayola, gruesos. Los libros de Ciencias Naturales de Valecillo. Las clases de Moral y Urbanidad. Los libros de Estudios Sociales que decí­an que Arévalo y írbenz habí­an sido los peores presidentes de Guatemala. Mis zapatos con lodo. Mis pantalones con raspones. Barbuchí­n. Los libros de la colección Tesoros de la juventud. Confieso que lloré cuando leí­ que murió Beth en Mujercitas. Las camisas escolares.

La vez que mi hermana hizo el gran esfuerzo para reunir tres quetzales e invitarme a un combo en Al Macarone. La otra vez que mi otra hermana me llevó directo al hospital, porque me caí­ de la bicicleta californiana y necesitaba puntos. El parque de diversiones de Buenaventura, al cual mi papá nunca me llevó. Mi primera confesión, previo a mi Primera Comunión, le dije al padre Barbitas, de la Asunción, que me enojaba mucho con Dios porque í‰l no me hací­a caso; Barbitas se rió. La vez que me explotó un cuete en la mano, cerca del oí­do. Los pañales de tela. Las papillas Nestum. Ese primer recuerdo de mi cuna blanca, alumbrada por una luz neón. Todas y cada una de las veces, que me dormí­ llorando.

Espero que el niño que fui me mire algún dí­a con respeto, y considere que soy o me parezco bastante a lo que él siempre soñó ser cuando fuera grande. En este próximo Dí­a del Niño, recuerde que todo, lo bueno y lo malo, deja marca en los infantes, y que tarde o temprano se reflejará.