Es indudable que en Guatemala abundan los problemas con la justicia. No se pueden tapar con un dedo. Pero esa fea costumbre de la CICIG de andarse quejando y lamentando por los medios de comunicación, fueren nacionales o extranjeros, ni le ha dado buenos resultados en el pasado, ni es solución al problema que nos aqueja. Le doy la razón al Presidente del Organismo Judicial cuando dice que si el Jefe de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, don Francisco Dall’Anese ve problemas en nuestro sistema de justicia, lo primero que debiera hacer es recurrir a él para planteárselos y yo le agregaría, también está en la obligación de pegar el grito al cielo si dado el caso no los resolviera.
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Que el programa “Cero Tolerancia†no ha dado los frutos necesarios para combatir la impunidad, la corrupción y al tráfico de influencias, no hay vuelta de hoja; que hay que agilizar los trámites, hacer reformas organizacionales y legislar para lograr que nuestra justicia sea pronta y eficaz, por sabido se calla. ¿No para eso se trajo a la CICIG a Guatemala, pues?
Los registros de la Junta de Disciplina Judicial demuestran que la intención de poner las cosas en orden no es funcional. No hace mucho, nos enteramos que de las 2 mil 400 denuncias presentadas contra jueces durante los tres últimos años, apenas el tres por ciento recibieron algún tipo de sanción, lo que demuestra claramente que el sistema empleado para esclarecerlas no es precisamente una lindura. El que se debe reformar la Ley de la Carrera Judicial, no lo digo yo, lo aseguran los mismos magistrados de la CSJ, pues las sanciones para los jueces y magistrados son muy débiles. ¿Entonces qué están esperando?
¿Que los jueces sigan dictando resoluciones como las que obligaron al Tribunal Supremo Electoral a inscribir candidatos para las elecciones generales del 2011 con tremendos hoyos derivados del mal manejo de fondos públicos no es una barbaridad? No es secreto para nadie entonces que hay que cambiar de vehículo en cuanto a la justicia guatemalteca se refiere, porque el actual simplemente no camina y cuando por fin lo hace, se le sale el aceite por todos lados, la contaminación ambiental que produce es espantosa y si mucho camina a diez kph por hora.
El desencanto predomina en la gran mayoría de guatemaltecos por el triste papel que ha estado representando la CICIG. Primero fue con Castresana, quien hacía mucha bulla pero al final siempre resultaron pocas nueces. Le siguió Dall’Anese, a quien no se le ha visto ni un solo aire con ventarrón y encima de ello, se ha puesto a pelear contra el sistema, cuando lo que la población ansía es mejorarlo en todo sentido, como que en vez de tanta queja, se vayan produciendo poco a poco los buenos resultados. ¿Hasta cuándo?