Situarse en la izquierda o en la derecha


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Los electores parecen estar atrapados para la segunda vuelta en un callejón sin salida y es conveniente, por lo tanto, detenerse, ver para los dos lados y reflexionar. Responderse a la pregunta sobre cómo terminamos en ese callejón no es difí­cil de resolver puesto que la historia del paí­s ha sido esa, la edificación de una calle larga de una sola ví­a, ha sido la construcción de su propia trampa. Tomar conciencia de eso evita la engañosa percepción de no tener opción para votar en la segunda vuelta, porque de hecho la ví­a siempre ha tenido un solo sentido, para el lado derecho.

Julio Donis

 


El proceso de asumirse o de sentirse de derecha en Guatemala ha sido una autodefinición cuasi inercial, impuesta por las condiciones históricas de autoritarismo polí­tico y económico. Y no necesariamente como producto de la apropiación de los ciudadanos sobre un ideario que abrogue elementos como la libertad, el derecho individual, el mercado, etc. Ese devenir se puede seguir en una lí­nea del tiempo, desde lo que significó la conformación del poder del criollo del siglo XVIII; pasando por el desarrollo del Estado liberal oligárquico, sostenido por su pieza fundamental como lo fue la finca cafetalera; la llamada Revolución democrática de 1944; la transición democrática de 1985 y hasta los dí­as actuales. Esas condiciones se desarrollaron cómodamente sobre un lecho aterciopelado de hebras finamente tejidas por la religión, especialmente la católica, lo cual dio por resultado una moral conservadora, cerrada y doble. Eso no significa por cierto que ser de derecha implique ser necesariamente conservador puesto que también hay conservadores de izquierda. Lo que digo es que en condiciones de pobreza, exclusión y violencia, de un Estado débil para la mayorí­a pero fuerte para los pocos, el proyecto de la derecha no ha sido capaz, en relativa ventaja, de tejer un plan de largo plazo para la sociedad, en otras palabras han fallado. Esa debacle estaba destinada de tal manera entre otras razones, porque la oligarquí­a no ha podido resolver su propia contradicción, la de trascender la acumulación de riqueza a un proyecto extendido de capitalismo moderno. Bajo esas condiciones, era de suponer la desnaturalización que ha alcanzado el juego democrático, reflejado en los recientes resultados electorales que denotan por un lado, el rasgo privatizado de la polí­tica como ejercicio de tradición pública, y por el otro la esquizoide relación entre votar y elegir.  Ahora bien, uno se podrí­a preguntar por contraste ¿si los inconformes con las condiciones históricas descritas antes son de izquierda. O si pensar en un Estado socialmente fuerte que implemente polí­ticas para las mayorí­as empobrecidas, liderar los derechos de las mujeres e indí­genas remite a una posición de izquierda? En principio sí­, aunque del dicho de informidad al hecho de tener una posición acabada y definida, hay un trecho que se ve afectado cuando hay una cultura polí­tica débil y una historia de infamia. A esto se suma el efecto de la relativización de las ideologí­as que ocasionó el salto que dio el capital transnacional al globalizarse. De tal manera que una persona que cree que hay que vivir en democracia, que el sistema bien aplicado funciona, que critica la corrupción y la hipocresí­a es equí­vocamente llamada “de izquierda”; así­ como una persona que quiere que se respeten sus derechos, circular libremente y salir a la calle sin que no lo afanen ni secuestren, no es uno “de derecha”. Me parece que es debido trascender esas confusiones con posiciones claras que sean a su vez referentes constructores del imaginario colectivo. Le toca a la izquierda que perdió en las elecciones, tomar distancia de aquel callejón sin salida y situarse con dignidad de manera explí­cita sin falsas diplomacias o complacencias, porque solo así­ se garantizan condiciones para la reconstrucción de un proyecto polí­tico. Cualquier argucia relacionada con una aparente estrategia de corto plazo lleva seguramente negociaciones en las que priva algún interés ilegí­timo, otro será el momento para construir oposición desde la negociación. Hasta el excandidato Suger, fiel corredor de la derecha, lo tení­a claro al proponer que hay que heder o apestar, pero no se puede pasar por el charco de la segunda vuelta sin mojarse.