La pintura de Erwin Guillermo: la plenitud de lo imaginado


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Dibujante, grabador, pintor y escultor, Erwin Guillermo es en la actualidad uno de los artistas plásticos más relevantes de Guatemala, y su obra, abundante y diversa, es un referente ineludible a la hora de auscultar la cultura profunda del paí­s. Punto en el que convergen un dibujo suelto, delicado y preciso que parece seguir de cerca el perfil huidizo de sutiles estados de conciencia, una imaginación que se activa al impacto de las vivencias prolongando las lí­neas poéticas y conceptuales que se derivan de la reflexión y la experiencia, y un color exaltado y fulgurante, su pintura posee la vitalidad de una reacción instintiva a los estí­mulos complejos del ambiente social y cultural en que se desenvuelve.

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Por Juan B. Juárez

Dada esa sensibilidad y esos dotes técnicos e imaginativos no resulta sorprendente que sea en la obra de este artista donde tempranamente, al inicio de los años 80, se pudo apreciar el relevo generacional con relación a los artistas  que le preceden —la generación del 60— y la consecuente ruptura que se manifiesta no tanto en el cambio de una temática dictada por la guerra interna cuanto por el lenguaje plástico con que la desarrolló, que abandonando el expresionismo descarnado y documental de los años 60, se convirtió en poético y reflexivo, dentro del cual la intención crí­tica tomó la forma, sin duda menos visceral pero más aguda, de la ironí­a.

De este modo se puede afirmar que en la pintura de Erwin Guillermo encarna —renovándose— la tradición crí­tica y realista del arte guatemalteco, realismo crí­tico al cual su obra y su lenguaje aporta no sólo otra manera de desarrollar el tema social sino propiamente la dimensión imaginativa y poética dentro de la cual se descubren como artí­sticamente pertinentes otros aspectos de la realidad local, que, o bien él desarrollará en otras etapas de su evolución creativa, o bien quedan como puertas abiertas para la reflexión y el trabajo de otros artistas.

Superada la etapa formativa (en la cual se definió la figura humana como núcleo de su obra al mismo tiempo que asimilaba la vocación crí­tica de la pintura local), la evolución de la pintura de Erwin Guillermo parece seguir una lí­nea experimental, pero lo que en cada etapa se pone a prueba no es la forma como elemento plástico sino la capacidad de sentir y de expresar. Los cambios y avances que percibimos en su obra son, en última instancia, el registro de las distorsiones que, en diferentes contextos, reales o imaginarios, sufren los personajes en los que encarnan su sensibilidad.  Es decir, cambian los contextos que, como “campos experimentales”, se suceden unos a otros; pero reales o imaginarios, simples o complejos, influyen en la sensibilidad y determinan en cada caso el contenido y la forma de la expresión.  Por ejemplo, en los años 80 y en el contexto de la guerra interna, Erwin Guillermo desarrolló simultáneamente el tema de los monigotes y fetiches y el de las corazas; el primero lo resolvió sobre la base de dibujos pretendidamente infantiles, cuyas ingenuidades sin duda inspiraban una genuina ternura pero la ironí­a que escondí­a hací­a destacar, más que la graciosa torpeza gráfica o la actitud con que se evadí­a el conflicto de fondo, la distorsión de cierta condición humana; las corazas, en cambio, resueltas con un realismo académico, tení­an un referente preciso: las corazas de los soldados de Napoleón que recién habí­a visto en Parí­s, y que, dado el contexto local, objetivaban irónicamente el efecto distorsionador de otra guerra, ya no extranjera ni prestigiada por la historia, sino propiamente doméstica y muy propia.

Estos ejemplos, por otro lado, ilustran  también sobre la naturaleza y la orientación de la imaginación de Erwin Guillermo.  Siempre muy ceñida a las realidades que la estimulan o provocan será, dejada atrás la etapa de afirmación generacional, la principal fuente para crear otros contextos y vislumbrar ya no sólo distorsiones sino también plenitudes.

En efecto, puesta la imaginación sobre un lenguaje poético que recoge las resonancias de sus temas y experiencias anteriores, su obra empieza a reclamar una cierta autonomí­a con relación a la realidad inmediata.  Sus imágenes tienen una realidad propia.  Encarnan y proyectan sus propios valores.  Su sensualidad reside en ellas mismas y no necesitan de la referencia puntual a los objetos que las inspiran.  No es que sean una idealización de la realidad en la cual haya claudicado toda intención crí­tica sino que son una realización plena de lo imaginado.  Y el tema del trópico se presta para esa exuberancia de la imaginación y del lenguaje.  Esas nuevas imágenes no captan unas mujeres voluptuosas ni la sensualidad de unas frutas exóticas o el colorido exultante de una naturaleza desbordada sino propiamente recogen, articulan y retienen el encanto de esas realidades que nos son ahora tan lejanas.