Paradójicamente, según encuestas realizadas, los diarios impresos, juntamente con las iglesias, poseen más credibilidad entre la población, aventajando a los organismos del Estado, a los partidos políticos y a otros entes y gremios gubernamentales y no gubernamentales.
Esos medios han disfrutado de la credulidad porque se presume que no están sujetos a compromisos mercantiles, ideológicos o de otra índole con los estamentos estatales ni con las grandes corporaciones empresariales, y de ahí que se estima que realizan su actividad noticiosa con libertad y ecuanimidad, lo que genera relativa certeza de sus lectores.
Los diarios impresos, entonces, han tenido el privilegio de ser apreciados como canales informativos imparciales que reflejan la realidad del país, sobre todo cuando revelan negocios oscuros o ilícitos atribuidos a funcionarios públicos, diputados y jueces y magistrados, con predominio de la clase política.
Ese convencimiento colectivo, empero, puede o tiende a deteriorarse durante las campañas electorales, cuando se percibe la sutil inclinación de un medio impreso hacia determinada opción entre los candidatos presidenciales o en oposición a otros aspirantes al mismo cargo, en lo que atañe a sus páginas informativas; pero la desconfianza se acrecienta al culminar una etapa o todo un proceso de captación de votos, cuando los resultados oficiales de los comicios no coinciden con los “pronósticos†anunciados por los diarios, especialmente si faltando pocos días para la fecha de las votaciones se “vaticina†erróneamente que uno de los presidenciables es el virtual triunfador o se le concede una ventaja que, a la postre, dista de ser real.
En las elecciones generales de 2007, Prensa Libre concedió anticipadamente la victoria al general Otto Pérez Molina, postulado, como ahora, por el Partido Patriota, pero al realizarse el recuento de los votos el elegido fue el actual Presidente. Esa falsa predicción habría afectado relativa y temporalmente la credibilidad de ese diario, básicamente entre los que depositaron su boleta a favor del candidato de la UNE, sin tomar en consideración que el “pronóstico†del matutino se basaba en las mediciones de opinión pública realizadas por una empresa especializada en efectuar encuestas.
Cuatro años después ocurre lo mismo en la primera vuelta; pero no se limita a los “vaticinios†de Prensa Libre sino que abarca a los rotativos elPeriódico, Siglo.21 y Nuestro Diario, que le otorgaron una ventaja apreciable al mismo candidato sobre sus contendientes, al extremo de que el segundo de los medios citados “pronosticó†que el militar Pérez lograría casi el 49 % de los votos válidos, contra el 36 % oficial.
Los otros tres matutinos también le atribuían porcentajes favorables al candidato del PP, que finalmente distaron del recuento del Tribunal Supremo Electoral, fundamentados en las encuestas que hicieron empresas especializadas; pero que el lector de los diarios no se interesa en averiguar, puesto que, incluso, llega a sospechar que se trata de un movimiento concertado para inducir al votante a sufragar a favor del favorito, y duda de la ecuanimidad informativa de los medios.
Quizá estos equívocos provoquen en los editores de los matutinos una reflexión que los conduzca a proceder con más cautela al encargar la realización de encuestas, para no deteriorar su imagen de credibilidad ante sus lectores, además de precisar el objetivo de esa investigación social y política, porque, según me explica el colega Luis Enrique Pérez, la encuesta aplica la estadística inferencial, que no se propone predecir un resultado electoral, sino persigue conocer, en un momento dado, los atributos del universo investigado a partir de un pequeño número de elementos de ese universo. Es una “fotografíaâ€, pues, no un pronóstico.
(El psiquiatra Romualdo Tishudo le dice a su paciente, esposa de un encuestador: -La próxima sesión trabajaremos con su inconsciente. La mujer replica: -Dudo que mi marido quiera venir, doctor).