No recuerdo la fecha, pero habrá sido hace unos 15 años cuando conocí a Cristina Siekavizza, no es que fuera su amigo, pero durante alguna época coincidimos en varias fiestas y en más de alguna oportunidad le saqué a bailar. Después de esa época la volví a ver de vez en cuando y siempre cruzamos amable saludos, en la U, en algún restaurante o ocasionalmente en alguna reunión social. Saludos sinceros porque era de las personas que siempre devolvían con una amable sonrisa mi ¿Cómo ha estado? Posteriormente un buen grupo de amigos y yo que jugábamos basquetbol compartimos duela con Juan Carlos, hermano de Cristina, a quien cariñosamente apodamos “El Androide†por la forma rígida y curiosa que tenía de moverse al jugar.
El caso es que el día 8 de julio cuando observé por los medios y las redes sociales la noticia de la desaparición de Cristina me impresionó porque en aquel momento como ahora, no pasamos muchos días sin recibir una desagradable noticia de este tipo. Siguiendo día a día el caso recuerdo la impresión que me causó ver la desesperación de sus padres y hermanos, pero sobre todo el dolor que mostraba Roberto Barreda esposo de Cristina y padre de sus hijos. Comentando con un amigo de la oficina que los conoce le dije que me parecía imposible que con el increíble avance tecnológico de hoy en día y lo cerrado del lugar no hubiera rastros de Cristina, de su salida del condominio, algún avistamiento en la supuesta caminata que tomaba por las mañanas o rastros de comunicación. Con los días la tardía e ineficiente intervención del Ministerio Público empezó a decantar sobre las personas cercanas a Cristina, lo que cualquier investigador de medio pelo sabe que es lo de empezar por el círculo más cercano y con quienes tuvieron contacto los desaparecidos antes de desaparecer.
Roberto Barreda es a estas alturas el sospechoso número uno de la desaparición de su esposa y claro que si de algo necesita Guatemala es de la justa intervención de la justicia, respetando la presunción de inocencia y el debido proceso pero como pasa con las penas, tan importante es la justicia como la celeridad con que se preste. Como no le conozco y por supuesto no fui testigo de lo que pudo haber pasado esa noche o el día en el que desapareció Cristina no sería adecuado hacer un juicio de valor de la calidad moral de este individuo específicamente con respecto a lo que sucedió en esa oportunidad.
Sin embargo, a estas alturas me atrevería a decir que Roberto Barreda es un cobarde por muchísimas razones que me gustaría comentar: Primero, si el sospechoso es inocente y tiene sentimientos sinceros hacia su esposa y su familia debiera de estar presente para convertirse en el mayor colaborador de la investigación. Segundo, si tiene la más mínima idea de la responsabilidad que implica ser padre de sus hijos debiera dejar que ellos sigan una vida “normal†en lo posible en medio de grandísima tragedia. Tercero, si tiene el más mínimo respeto por sus familiares, amigos, empleados y compañeros de trabajo no los tendría viviendo el calvario por el que pasan, implicándolos directa o indirectamente solo demuestra la poca calidad moral con la que cuenta. No es justo que el señor Barreda aparezca en los medios demostrando dolor, angustia y desconsuelo junto a familiares y amigos para después desaparecer sin dejar rastro y sin prestar la colaboración del caso. Día a día crece el dolor de las personas cercanas a Cristina y por supuesto de sus hijos, día a día las acciones del señor Barreda carcomen la esperanza de padres y hermanos desconsolados y con pocas razones de vivir. Es hora, señor Barreda, de dar un paso adelante y presentarse a la justicia, es hora de parar el sufrimiento de sus hijos, es hora de responsabilizarse de sus actos u omisiones.
Hay cosas en la vida que son indefendibles y que ni siquiera los padres nos pueden permitir, muchas veces las consecuencias de nuestros actos son graves, pero siempre será más honroso asumirlas que evitarlas. A los padres de Barreda sería bueno recordarles que los capitanes no siempre se hunden con sus barcos, serán los últimos en salir, claro está, pero deberán salir al fin.
Por la dulce sonrisa de Cristina y la inolvidable belleza de sus ojos, por una buena madre, por sus hijos, padres, hermanos y amigos es tiempo de colaborar con la justicia para resolver el caso y que los responsables sean castigados. Señor Barreda no sea cobarde y preséntese a honrar el nombre de quien una vez juró amar.