Guatemalteco era un hombre como muchos, egoísta, primero él, seguido él, siempre él, por qué dar el paso en la calle, por qué hacer la cola en la Municipalidad para pagar el agua, es más por qué pagar, por qué bajarse en la parada de la camioneta, si es mejor a media calle, por qué guardar la basura en el maletín o en el carro, si en la calle hay más.
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Mentiroso, siempre buscando excusas para no hacer las cosas, para justificar sus tardanzas en la llegada al trabajo o en la entrega del mismo, siempre buscando justificaciones fumadas para hacer creer a “su mujer†que las llegadas tarde a casa eran culpa del cambio de hora y el desajuste de horario en la oficina.
Irascible, irritado, malhumorado, gritón, pendenciero.
Abusivo, claro siempre con los menos fuertes, con las mujeres, con los niños, gritón, malhablado y obsceno.
Machista, servido, piropeador, mirón y en ocasiones manos largas.
Haragán, ambicioso y encima vicioso y fanfarrón, tengo, tengo, tengo…
“Hombre, tú no tienes nadaâ€, ni siquiera moral, ni sentimientos, qué vas a dejarle a tus hijos, los que conoces, más que deudas y malos recuerdos.
Quién va a llorar por ti, si sólo has hecho daño, engañando mujeres, mintiendo en los trabajos, presumiendo en las cantinas, no aprendiste nada, no hiciste nada, no serviste a nadie.
Parecés político, candidato a algo, siempre maldiciendo, siempre abusando, y quejándote, te veo por las calles, te veo en los cafés, te veo en las reuniones, en la universidad, en el trabajo, en la gasolinera, en el supermercado, te veo a cada paso, te veo además reproduciéndote, jactándote de tu hombría, sinónimo de nada, reproduciendo machitos, “hombres†como tu que no harán, ni serán nada.
Guatemalteco bien pudo haberse llamado puertorriqueño, colombiano, mexicano, argentino, español, al fin de cuentas tocayos hay por todas partes, pero por suerte no todos los hombres son iguales.