Billetes de cien se hacen humo


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Quiere usted comprobar cómo el alto costo de vida afecta sobremanera; también los efectos claros de la devaluación del quetzal atañen al desbarajuste económico, que hunde sus garras en los bolsillos escuálidos que ya no aguantan más. Cambie un billete de esa denominación, al instante, similar a una magia sorprendente, el resto, que es mucho decir, desaparece.

Juan de Dios Rojas

 


Los ojos atónitos no alcanzan a comprender tal fenómeno, capaz de llevarnos al fondo. Tan difí­cil obtener tal cantidad monetaria, pero tan fácil quedarnos con insignificante e insustancial dinero entre las manos. En el acto y al adquirir otras cosas cuyos precios elevados dejan un sabor amargo en la boca, truenan también, aunque caigamos redondos en el consumismo.

Es actualmente parte crí­tica del problema común, añadido a similares cuestiones, que evidencian la implacable situación que abate y atormenta al imaginario. Además de diversos casos, por ejemplo, el fatí­dico desempleo y subempleo, en ese orden de ideas, basta y sobra visualizar como dí­a a dí­a el caso apuesta sin piedad rumbo directo a la ruina completa del hogar.

Todo el mundo refunfuña con razón, ante la indiferencia gubernamental, protestan y piden la inmediata intervención, pero en balde; presta oí­dos sordos y exhibe su incapacidad alucinante una vez más. Existe en consecuencia desaliento ante tamaña acción de hacerse los desentendidos; claman al cielo con la esperanza que alguna vez el estado de cosas tenga la debida y esperada solución más temprano que tarde, en medio del barrullo prevaleciente.

Los platos rotos, visto está, siempre toca a la población mayoritaria pagarlos sin qué ni para qué. Los malos y abusivos manejos administrativos dejan remanentes en crecimiento, como una enorme y sin precedente deuda interna y externa, rebasando los millardos. Tan descomunales montos reflejan el caso de una verdadera soga al cuello que mantiene una zozobra indeseable.

El problema en mención superó la maltrecha economí­a familiar, en términos escalofriantes, auténtica radiografí­a funesta que a su paso demoledor marca inercia a los connacionales. Conforman muchas décadas “de pasadas glorias” un total basamento o piedra angular de la economí­a nacional, cuando el paí­s se ufanaba que nuestra moneda estaba a la par del dólar americano.

Nuestras generaciones crecimos e iniciamos en el sector laboral bajo tan buenos auspicios, base de una estatus satisfactor a los segmentos poblacionales. Y aunque parezca un cuento de hadas poseer un billete de cien quetzales se consideró una fortuna. Con el bajo costo de vida de entonces abundaba el “poderoso caballero es don dinero”, hasta la saciedad.

Diversas circunstancias adversas en toda la lí­nea merodeando dondequiera, son la piedra de choque en el camino de la vida. Teorí­as económicas actuales y de cuño anterior contribuyeron en suma a generar otro estado de cosas, origen del desbarajuste imperante, color de hormiga. Los cambios tienen naturaleza insoslayable y abren las puertas falsas.

¿Qué hacer? es la interrogante que bulle en las mentes. Inicio real de bajones de la autoestima, que orilla al infaltable tronar de los dedos; decaimiento manifiesto similar a legión, equivalente y proclive a la indeseable depresión, responsable de mil maneras de empeorar el modus vivendi de cada quien bajo este impulso tremebundo, del todo desolador sin duda alguna.

El ingenio caracterí­stico chapí­n, en los buenos y malos momentos, a modo de utilitario y práctico mecanismo puede ser la tabla de salvación. Junto a restantes medidas puestas en acción, constituyen el complemento. Comprar sólo lo más indispensable, por ejemplo; un manejo correcto de los ingresos, el revés de la medalla tocante al consumismo desbordante y envolvente.

Pese a la actual situación adueñada a veces por inercia, cuando no por la resaca, un simple vistazo por el entorno tan complicado y hasta saturado de extravagancias, nos remite quiérase o no, a concluir finalmente con una contrariedad del tamaño de la misma crisis reinante, a decir sin eufemismos enfatizando con la expresión convincente de “tiene pisto la gente…”