De ministerios y sacerdocios (I de II)


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¡Qué bien que se haya resuelto la solicitud de Harold Caballeros! Era un tema muy sensible y delicado pues los asuntos de ministerios y sacerdocios, ordenaciones y consagraciones, renuncias y ortodoxias, se reservan a la quietud de los templos o al sosiego de los claustros o salones de estudios religiosos. Son asuntos internos, casi con olor a incienso, con visión de volutas que se elevan.

Luis Fernández Molina

 


Pero por esos extraños laberintos de nuestra polí­tica criolla, esas cuestiones casi privadas, se han ventilado en los debates legales y polí­ticos. Escenario molesto, incómodo, y acaso es ello una de las razones por las cuales la estructura de los estados modernos marca la división entre Estado y Religión. En la antigí¼edad muchos estados eran abiertamente confesionales y hasta teocráticos. La evolución civilizadora permitió distinguir las funciones propias de cada entidad. Ese proceso quedó bien marcado con lo expuesto por Galileo a principios de 1600 cuando se atrevió a contrariar las Escrituras (o al menos su interpretación) y demostró que la Tierra giraba alrededor del Sol y por ende no era el centro del universo: “La Biblia enseña cómo se llega al Cielo pero no cómo es el cielo”. En nuestra historia, la religión católica era la propia del gran Imperio Español –conquistador de Las Indias– y de todas sus provincias, territorios, dominios, í­nsulas, etc. y con exclusión de cualquier otra religión. Con el paso de los siglos se fue dando un deslizamiento y un primer paso fue permitir la libertad religiosa y un segundo paso separar Iglesia y Estado; por lo mismo la Iglesia se fue retirando pero no ha dejado del todo un papel protagónico. En varias  constituciones de Latinoamérica la religión “oficial” sigue siendo la católica al punto que en eventos oficiales, hasta en tribunales, aparecen los crucifijos presidiendo los estrados. Son conocidos algunos casos en que los elegidos presidentes, provenientes de familias del Medio Oriente, tienen que confirmar su práctica católica (o convertirse) para acceder a la investidura. En cuanto a nosotros, empezamos con la Constitución de Bayona (1808), luego la de Cádiz (1812), en la época independiente la constitución federal y luego la particular del Estado de Guatemala. En todas se remarcaba el carácter oficial –y hasta exclusivo– del catolicismo romano. No fue sino hasta que en 1945 quedó bien definida la diferencia. Pero la presencia clerical no se desvaneció tan fácil: más de alguno recordará la delgada imagen del Arzobispo Rossell o la figura más rellena del Cardenal Casariego compartiendo la mesa principal en eventos oficiales del Congreso o del Ejecutivo. Eso también ya pasó –afortunadamente–. La actual Constitución Polí­tica (CPRG) reitera y consolida la división entre ambos estatutos y como extensión de ese concepto mantiene la prohibición de ser presidente a los ministros de cualquier religión o culto. Y aquí­ empiezan las preguntas, o las definiciones:  la CPRG emplea los conceptos de “religión”, “culto”  y “credo”; se refiere también a los “ministros” generalizando el concepto cual si fuera igual en todas las religiones.  ¿Qué diferencia hay entre ministro, sacerdote, ministro de la Eucaristí­a, diácono, servidor, sacerdote, etc.? Claro, eso depende de la constitución o estatutos de cada iglesia.  Por lo mismo voy a referirme a la que me corresponde y de la que sé algo.  La unción de los Ministros en la Iglesia Católica proviene de una tradición hebreo cristiana donde destacan dos conceptos:  permanencia y escogencia. Ello inicia con el gran sacerdote Melquisedec, de quien curiosamente no habla mucho la Biblia; solo en Gén. 14: 18-20. Luego aparece una pequeña referencia en el Salmo 110:4 y por último San Pablo en Hebreos 7. Mas con ello es suficiente, se le cita como el Sumo Sacerdote ante quien se presentó nada menos que Abraham, el Padre de los Patriarcas (obviamente su contemporáneo) a quien aquél bendijo. Con todo es un personaje muy presente en los oficios católicos al punto que se le invoca en las misas. A Melquisedec se le conoce como el sacerdote “por siempre” y es de este concepto donde arranca la concepción de un sacerdocio permanente. El propio Abraham fue escogido por Dios en la medida que le ordenó trasladarse a la región de Canaán, hacia el oeste de la región de Ur (Mesopotamia) donde residí­a. Luego tenemos que, casi todos los profetas o sacerdotes fueron “escogidos” por Dios; más aún, la mayorí­a de los ungidos se resistieron inicialmente al llamado. “Ponte en camino, que te voy a enviar ante el faraón” le ordena el Señor a Moisés, quien inicialmente se resistió “¿Y quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a mi pueblo?” y Dios no admite discusión “Y dirás a los israelitas: ´YO SOY´ me ha enviado a ustedes.” (Ex. 3, 12-14).