Me encantaría escribir un libro sobre la historia de Marcos. Tendría la ventaja de tener a mano un material muy próximo, elementos conocidos, pues Marcos es un paisano y es un contemporáneo. Iniciaría los primeros capítulos en los pisos de tierra apelmazada donde empezó a gatear en su nativa tierra huehueteca y terminaría en las alfombradas oficinas de Londres, Hayderabad o Nueva York donde actualmente se desenvuelve.
Una narración que empezaría en el idioma kanjobal y concluiría, no en el inglés que emplea Marcos en sus negocios, sino que en ese críptico lenguaje binario con que transmiten sus secretos esas prodigiosas computadoras. Una historia larga como una vida y tan corta como pueden ser 20 años. Un relato que tiene dos grandes componentes, por una parte el ejemplo humano de alguien que no tuvo educación primaria, ni asistencia social, ni apoyo comunitario, todo lo contrario; y por el otro lado la visión empresarial bien enfocada a la tecnología de punta que incursiona en el futuro. Marcos dejó sus verdes montañas cuando tenía 12 años, prácticamente huyendo del vendaval de la guerra interna que se ensañaba más en aquellas regiones alejadas de las ciudades, aquellas áreas que los capitalinos preferimos ignorar, casi borrar de nuestros mapas. Su lápiz fue un azadón y sus cuadernos la tierra, su maestra la naturaleza. Un día tuvo que salir y llegó prácticamente solo a los Estados Unidos donde aprendió inglés y se hizo bilingí¼e, pues ya hablaba su kanjobal materno; para ser trilingí¼e sólo le faltaba mejorar su castellano (que todavía no lo maneja con total fluidez). Con actitud positiva canalizó lo que podría ser su rebeldía, su resentimiento, en una dirección fructífera: buscó trabajos varios y decidió inscribirse en high school y luego en la universidad para estudiar computación (programación). Hoy día se ha aprendido a desenvolver en ese nuevo mundo donde los países son meros colores en el mosaico del mapamundi; donde no existen fronteras; donde las nacionalidades sirven para la nomenclatura de los dominios de internet.
Un mundo en que las cosas ya no se “fabrican†en un país y se exportan a otro país, en el que los productos no tienen la marca de “made inâ€. Es otro este mundo que se asoma y nos engulle. En el negocio de Marcos los ingenieros pueden estar en San Diego o en Copenhagen, en Karachi o en Madrid. Y si es así ¿por qué no habrían de estar en Guatemala? Así pensó Marcos y hace pocos meses abrió oficina en nuestro país. Hace pocas semanas su empresa celebró la contratación de 25 ingenieros chapines; para septiembre espera otros 25 y para dentro de un año se espera incorporar 100 ingenieros (no hablo de técnicos ni de empleados, hablo de ingenieros). Y como la ironía no se escapa en todo relato, vale resaltar que posiblemente no se consiguen aquí tantos ingenieros (por eso está por abrir después una sede en Bogotá o en Lima). Así empezó aquel muchacho kanjobal que con su azadón esperaba conseguir un trabajo de jornalero para ahorrar unos centavos y comprar una parcela donde sembrar plátanos (siempre tuvo la visión de empresario). Ahora es él quien ofrece y da trabajo a 100 ingenieros de esta patria que un día lo dejó salir.