La emoción y la razón


Editorial_LH

Es difí­cil separar los sentimientos emotivos de la razón cuando se llega al momento crucial de emitir el sufragio porque no podemos pasar por alto que la actitud polí­tica del ciudadano se basa muy especialmente en sus percepciones. Muchas veces cuenta más lo que se percibe como realidad que la realidad misma y de esa cuenta es que los polí­ticos realizan esfuerzos denodados, y muy costosos por cierto, para generar una apariencia que sea atractiva para el elector.

 


A una semana de las elecciones hay ya muchos que votarán por alguien porque “se ve sincero”, tiene “buen gesto” o en los carteles despliega una “sonrisa transparente”. Igualmente hay quienes no darán su voto a un candidato porque algo en ellos les genera desagrado y desconfianza, sin que se pueda percibir o explicar claramente qué es lo que causa tal rechazo. En todo caso, estamos hablando de emociones que genera la propaganda electoral y que son tan importantes a la hora de tomar decisiones polí­ticas.

Sin embargo, es importante que con todo y lo que pesan las percepciones, demos espacio a la razón para evaluar desde una perspectiva diferente las candidaturas y, sobre todo, la propuesta que cada una de ellas hace para enfrentar los problemas del paí­s. La sonrisa de estudio fotográfico o el tono mesurado que se usa en el estudio de grabación no son la realidad, y la historia nos demuestra que la imagen que se nos presenta, ideada y conformada por especialistas en publicidad, nada tiene que ver con quien luego ocupa una curul, dirige un municipio o llega a la Presidencia de la República.
 
 Simpatí­a y antipatí­a juegan un papel primordial en el campo de la polí­tica y hay quienes tienen carisma y resultan atractivos mientras que otros simplemente no pueden, aunque hagan el esfuerzo, establecer una buena comunicación con un sector de la población. Pero al final de cuentas los concursos de simpatí­a quedan bien para elegir a quien represente a un paí­s en un concurso de belleza o algo parecido, pero no necesariamente tiene que ser el factor determinante de nuestras decisiones polí­ticas.
 
 Hay todaví­a tiempo de escudriñar tanto en la propuesta como en la hoja de vida de todos los aspirantes a cargos públicos para racionalmente pensar si lo que proponen es lo que le conviene al paí­s y, por supuesto, si de acuerdo a su trayectoria lo podrán ejecutar o simplemente es un discurso para atraer incautos. Hablar y convencer a los amigos, parientes y conocidos de una reflexión final, de un esfuerzo por privilegiar la razón sobre la emoción, puede significar una gran diferencia a la hora de emitir el sufragio.

Minutero:
La propuesta es una cosa / 
que se debe aquilatar / 
pues es absurdo votar / 
por la canción pegajosa