Decía Aristóteles que los tres sistemas de gobierno son: la monarquía, la aristocracia y la democracia; al profundizar sobre esos tres sistemas y cómo podrían deformarse los mismos, el filósofo griego afirmó que la monarquía podría degenerar en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en demagogia. A menos de diez días de los comicios generales en Guatemala, nos encontramos, como en muchas otras elecciones anteriores, practicando democracia degenerada, es decir demagogia.
La demagogia, según unos, el uso de falsas promesas para conseguir el favor del pueblo y que para otros llegó a ser considerado un arte, en el cual, el demagogo era aquel que tenía grandes virtudes y habilidades para manejar muchedumbres, se da en nuestra realidad de muchas formas, en calidad y cantidad. La percibimos cuando ha copado nuestra vida y llena nuestros sentidos a través de metros y metros de vallas de candidatos sonrientes y pulcros a puro fotoshop, horas y horas de espacios en radios y estaciones de televisión, transmitiendo gente bailando, compitiendo por tener la mejor canción y coreografía; y en páginas y páginas de propaganda en los diarios del país. Preocupa el hecho de que el Tribunal Supremo Electoral haya denunciado que ya para el 15 de julio pasado el Partido Patriota había sobrepasado el techo de gastos de campaña en más de 10 millones (el techo fue fijado en 48,5 millones de quetzales por la campaña, como máximo para cada partido) y que seguramente Libertad Democrática Renovada (Lider) y la alianza conformada por la Unidad Nacional de la Esperanza y la Gran Alianza Nacional (UNE– Gana) lo sobrepasarían en agosto. Sin embargo, preocupa más aún la ausencia de propuestas coherentes, enfrascados en propuestas imposibles de cumplir (basta ver lo del bono 15) y dejando de lado la posibilidad de tener una discusión seria en un país como el nuestro, con tantos temas pendientes, nos arriesgamos al desencanto generalizado con la elección y el ejercicio democrático por el contagio que provoca esa serie de propuestas alejadas de la realidad. Y es que el desencanto de la gente hacia los candidatos y sus propuestas tiene como efecto que el voto pensante se aleje de las urnas y permita que los destinos del país queden en manos de aquellos votantes menos informados que son plegables a las ofertas que les dicen, simplemente aquello que quieren escuchar.
En este escenario, surge el fenómeno del menos peor, aquel candidato que por falta de presupuesto o exhibición resulta ser más confiable y nos vemos necesitados en buscar en su pasado, en su hoja de vida y no en su propuesta actual, aquellos indicios que nos indiquen que es el candidato correcto y por quien debemos votar. No he tenido la oportunidad de vivir procesos electorales en otras latitudes y me inclino a pensar que la política criolla, la de esta casa, no dista mucho de la de otras realidades, en donde tendrán también sus demagogos, sin embargo, es aquí en donde sé que necesitamos propuestas inteligentes, no demagógicas y sí coherentes.