Cuando se trata de abordar el tema fiscal, todos los candidatos presidenciales zafan bulto sin asumir una postura definida respecto a si en su gobierno subirán o no los impuestos, lo cual termina siendo lógico porque quien diga que incrementará los tributos cava su propia tumba en un país reacio a abordar ese tema. Todos dicen que basta con controlar el gasto y combatir la corrupción, lo cual es absolutamente necesario, pero también absolutamente insuficiente porque no es cierto que haya suficientes recursos para enfrentar los desafíos de la lucha contra la pobreza.
ocmarroq@lahora.com.gt
No hay país del mundo que haya alcanzado desarrollo sin fuertes inversiones en salud y educación para mejorar su recurso humano, en seguridad y el fortalecimiento del Estado de Derecho con instituciones fuertes y respetables encargadas de administrar la justicia. Todo eso requiere de una fuerte inversión pública que no se hace con cascaritas de huevo huero y que demanda una mayor contribución fiscal, mucho más allá de lo que tiene que hacerse en cuanto a la calidad del gasto. No olvidemos que tenemos toda una historia, en realidad toda la historia del país desde su misma independencia, vinculada a esa tendencia a no pagar impuestos justos.
Tarde o temprano el nuevo gobernante se dará cuenta, si no es que ya lo hizo, de que no basta con controlar la evasión y con manejar honesta y eficientemente los recursos porque hemos arrastrado un rezago en inversión social impresionante. Baste señalar el tema de la desnutrición infantil, con casi la mitad de la niñez del país sufriendo desnutrición crónica, para evidenciar la magnitud y dimensión de nuestros problemas en el campo de la pobreza. Hay que señalar, además, que hemos convertido al guatemalteco en el principal producto de exportación del país, porque nuestra gente si quiere buscar oportunidades tiene que emigrar con todo lo que eso significa en términos de drama personal, familiar y social.
Desde mediados del siglo pasado se impulsó una doctrina económica contraria a la tributación y que define al impuesto como un despojo que se hace al particular de sus utilidades. Pero no se dice que se tolera y se fomenta ese despojo cuando se carga la mano a los que menos tienen, con tributos indirectos que son mucho más pesados para quienes viven al día, de un sueldo y tienen que destinar una parte importante de su magro ingreso al pago del impuesto.
En todo el mundo civilizado y especialmente en el mundo desarrollado, se pagan impuestos en una proporción respecto al producto interno bruto mucho más altos que en Guatemala y eso no es una casualidad pero sí sirve para explicar nuestra falta de desarrollo porque es natural que si no invertimos en nuestra gente, si no invertimos en infraestructura adecuada y todo lo que se hace es simplemente para alentar la corrupción, si no gastamos en fortalecer las instituciones de seguridad y justicia, no podemos pretender un país distinto al que tenemos.
Es un asunto de viabilidad del Estado y tarde o temprano llegará el momento en que tenemos que aceptar una realidad que ha sido ocultada con una serie de falacias económicas e históricas que son producto de la propaganda de una ideología que apunta a la reducción del Estado y la anulación de sus facultades reguladoras para dejar que el particular haga lo que quiere. Eso ya se tradujo en la peor crisis financiera mundial, pero en Guatemala seguimos con la fantasía de que el mejor Estado es el débil e incapaz, sin reconocer la necesidad de disponer de instituciones sólidas con capacidad de cumplir con los fines establecidos en nuestro pacto social que es la Constitución.
Pero hablar de cosas de Estado no es tema de campaña y no le interesa ni a los políticos ni, tristemente, a los electores.