Sobre la imperfección del mundo


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En el amanecer de un fragante dí­a invernal, en una angosta vereda de un brumoso bosque de encinos, repentinamente me encontré con un ente que reclamaba ser Dios. Tení­a la apariencia de una cambiante nube iridiscente, que flotaba serena sobre el húmedo suelo del bosque, entre rosas, mariposas, ruiseñores, abejas, libélulas y pálidos rayos de luz solar. La nube se reflejaba vibrátil en el agua regocijada de los riachuelos o de los manantiales; y de ella brotaba una voz majestuosa y clara, semejante a un canto coral en un vasto templo de cristal. Era una voz que la floresta escuchaba extasiada, y el cielo ansiaba propagar.

Luis Enrique Pérez

 


“En este bosque sentiste mi presencia con tal intensidad, que me invitaste a manifestarme. No importa la forma de la manifestación. Sólo importa que soy yo, Dios mismo”, dijo el presunto ente divino. “¿Cómo sé que tú eres Dios?”, dí­jele. Y él me respondió así­: “No necesitas saberlo, sino sólo presentir mi suprema divinidad.” Y yo dí­jele: “Presiento que eres Dios. Muchas gracias por tu fantástica manifestación. ¿Puedo plantearte una pregunta?” Entonces él me dijo: “Plantea la pregunta; pero no podré responderla si es sobre profundos misterios de la creación, que en esta terrestre residencia el ser humano no podrí­a despejar, sino sólo en próximas residencias, propias del espí­ritu inmortal que constituye su más pura esencia.”

Esta fue mi pregunta: “¿Por qué creaste un mundo imperfecto? Hay vida, amor, placer, felicidad, bondad, inteligencia, justicia, esperanza y paz; pero también hay muerte, odio, dolor, infelicidad, maldad, estupidez, injusticia, frustración y guerra. Es difí­cil lograr aquéllo que más queremos; pero es fácil obtener aquello que menos queremos. Las mejores cosas tienden a ser escasas y las peores tienden a ser abundantes. Las cosas, abandonadas a ellas mismas, nunca tienden a mejorar sino a empeorar; y para evitar que empeoren, fatigosamente tenemos que actuar. Casi nunca encontramos lo que tanto añoramos; pero casi siempre encontramos lo que tanto detestamos. El éxito jamás está seguro, y el fracaso espera impaciente. Ciertamente, más disfrutamos que sufrimos la vida; pero podrí­amos disfrutarla más y sufrirla menos…”

La suprema divinidad presunta me respondió así­: “Puedo contestar tu pregunta porque puedes comprender la respuesta. Mi mundo, el mundo divino, el Reino de los Cielos, es perfecto. Crear un mundo más perfecto era imposible, porque si hubiera sido posible crearlo más perfecto, así­ hubiera sido creado. Crear un mundo tan perfecto como el que ya habí­a creado era, entonces, innecesario. Por consiguiente, si creaba otro mundo, tení­a que ser uno imperfecto. Y decidí­ crearlo. Es el Reino de la Tierra. Este mundo no es para el ser humano que se lamenta de una necesaria imperfección, a la cual puede culpar de todos los males que le acaecen. Es un mundo para el ser humano que reconoce esa imperfección, y en ella discierne entre el defecto que puede ser corregido, y actúa para corregirlo; y el defecto que no puede ser corregido, y lo presupone como algo que no merece lamentación alguna. He creado, pues,  un mundo imperfecto que puede ser menos imperfecto. Corregirlo en aquello que puede ser corregido, es una posibilidad tan ilimitada como lo quiera el ser humano que ansí­a una vida superior. Vivid para mejorar el mundo, y no para lamentar su necesaria imperfección.” La multiforme nube iridiscente se dispersó súbitamente entre los encinos del bosque.

    Post scriptum.  Eng un mundo perfecto jamás hubiéramos existido.