Cuando ya muy poco hay que decir


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El ritmo contagioso de los “jingles”, cuales estertores que anuncian el final de la campaña electoral, hacen presencia. Al mejor estilo castrense, su sonoro ritmo no deja pensar al colectivo, sólo permiten dejar llevarse por la idea central: “Vote por aquel, que es mejor, ya, ya, ya…” Ahora ya hay muy poco que decir. Se agotó el tiempo y pareciera que como la lluvia, también de estos dí­as, que con su intensa presencia anega nuestras calles, inunda muchos hogares, ahoga los bulevares, nos hace olvidar 25 años de inequidades.

Walter Guillermo del Cid Ramí­rez
wdelcid@yahoo.com

 


Esquema éste bien “vendido” a un conglomerado urbano que se deleita y regocija con esa mediocridad que privilegia la construcción de un lugar para “vivir”, cuando ha sido incapaz de abordar los elementales problemas citadinos. Ahora, para efectos de reflexión ya hay muy poco que decir.

La Corte de Constitucionalidad emitió su último mediático fallo. El conservadurismo imperante, ese conglomerado de ricachos intolerantes y abusivos que suelen pagar o pegar, hasta consumar sus nefastos deseos, se regocijan con el veredicto. Este se resume en pocas palabras: aquí­ la justicia vale un comino, si tengo que castigar a alguien, no importa si es en el extranjero para que escarmiente, si no pude comprar a los jueces, me aguanto con creces la humillación y que sea en otra nación donde se aplique el repique que merece el altanero que me ofendió. Que Portillo es tal cosa, que Portillo fue tal otra, que hizo asá, que hizo así­â€¦ ya hay muy poco que decir.

Los “benefactores” de la democracia chapina se esconden en el anonimato, la nómina los candidatos habrán de ocultar, hasta llegado el momento que esa factura habrán de pagar. Entonces, como siempre, tarde será para admitir que en la votación, como colectivo nos hemos vuelto a equivocar. Otros cuatro años habrá que esperar, para volver a anidar la esperanza de que esto pueda cambiar. El tiempo implacable continuará y los problemas se agravarán, los polí­ticos no callarán y de sus promesas recordaremos tan solo el sonoro bla, bla, bla, bla, que nos hací­a ilusionar por un cambio alcanzar. Que si el cambio es para mejorar, eso es obvio. Tan obvio que un aspirante edilicio hace de ello su máxima meta como si tan solo el juego de palabras bastara para justificar su onerosa campaña que ha dicho mucho, diciendo en realidad nada. Pero a los benefactores, esos patrocinadores de la contaminación electoral, disfrazada de propaganda no los conoceremos aún. Ahora, ya hay muy poco que decir.

No hay tiempo ya para la reflexión. La emotividad, la pasión está a punto de ser consumada. Las elecciones y su pomo soporí­fero de soluciones en breve, cosa del pasado será. El espectáculo a otra “arena” se trasladará y un nuevo ciclo habremos de comenzar. Pronto el nuevo mandamás, a su antecesor habrá de culpar de encontrar tal desorden, de no localizar las gavetas con la plata, producto del pago de los tributos. De no identificar las lí­neas programáticas que le permitan esbozar que sus promesas desea cumplir. La cacerí­a a los predecesores será el motivo ideal para aumentar la distracción en tanto de preocupación en preocupación, el colectivo se anima a pensar que por ahora es cuando ya hay muy poco que decir, y como no existe revocatoria del mandato, nos hemos de aguantar hasta que el perí­odo gubernamental haya de terminar.