Felipe Joaquí­n: el retrato de la ausencia


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La crí­tica de arte es un ejercicio de interpretación de unas obras de arte que en su momento se presentan como no directamente accesibles a la cultura y sensibilidad artí­sticas de un público que se ve de pronto superado por la complejidad de los fenómenos estéticos de su propia época. Así­, situada como un puente entre las obras y el público, la crí­tica de arte funciona como el mecanismo por medio del cual la sociedad se hace consciente de sus más í­ntimas complejidades y asimila las posibilidades de forma y expresión en que éstas se manifiestan en el cuerpo significativo de las creaciones de sus artistas.

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POR JUAN B. JUíREZ

Esta definición, sin duda muy académica, funcionarí­a muy bien dentro de un cí­rculo de estudiosos que compartieran no sólo el mismo interés por los fenómenos artí­sticos y los contextos culturales, históricos y sociales en los que los artistas producen sus obras sino también un cuerpo de conceptos, métodos de interpretación y medios de divulgación que permitiera la comunicación y el intercambio de sus hallazgos; sin embargo, en un ambiente como el nuestro, poco propicio para el trabajo creativo y ya no digamos para las especulaciones teóricas, y para alguien que cada dí­a trata con artistas noveles y consagrados que presentan cada uno sus propias necesidades apremiantes, la crí­tica de arte toma un perfil casi de sobrevivencia que poco o nada tiene que ver con las elaboradas ideas estéticas de nuestro tiempo: lo importante en esa situación precaria es que haya arte; y, dado el caso, para el crí­tico lo urgente ya no es tanto abrir las obras casi herméticas de nuestra contemporaneidad sino la confianza de las personas para expresarse estéticamente y la sensibilidad del público, clausuradas ambas por una educación unidimensional orientada a la satisfacción grosera de lo inmediato y de lo obvio.

Felipe Joaquí­n (Cuyotenango, Suchitepéquez, 1983) es un pintor autodidacta.  Para él, por lo pronto, lo urgente es abrirle camino a sus inclinaciones expresivas y definir de una vez por todas su vocación indecisa por falta condiciones propicias, y asegurase ante esa carencia la posibilidad de desenmarañar en el lienzo algo que se le atraganta en el espí­ritu y no cabe en palabras.  En esa etapa de abrir camino, incursionó primero en el grafiti, género urbano agresivo y violento que entró en conflicto con su timidez e ingenuidad provincianas y, sobre todo, con su sensibilidad, más bien lí­rica y reflexiva.  De manera que lo que ahora hace en pintura, después de aquella experiencia traumática, es una especie de minucioso y demorado inventario de los recursos técnicos y expresivos más acordes con la naturaleza de su estado de ánimo y de sus sentimientos más genuinos.  Es como una pausa para poner en orden sus pensamientos, amortiguar el impacto intimidante del vértigo de la época y su arte brutal y desmesurado y acallar un poco la angustia antes de asumirla en todas sus consecuencias. La pintura actual de Felipe Joaquí­n es esa pausa.

“La soledad —decí­a Rilke— llueve en horas indecisas”, como en los cuadros transparentes de este pintor temeroso de sus propias delicadezas.  Sus personajes, reducidos a silueta, muestran las lí­neas que deciden su forma cerrada, lí­mite inviolable, último reducto, coraza conceptual que esconde o anula la materia que palpita en su interior. Forma vací­a, en rigor se trata de un dibujo limpio preciso que, sin embargo, no capta los rasgos de una persona, un personaje o una personalidad sino propiamente al preámbulo angustioso de una disolución, de una ausencia.  Desde allí­, el paisaje su vuelve inmenso; un espacio desolado sembrado de los sí­mbolos de la nostalgia, el horizonte inalcanzable, el cielo profundo, las nubes lejanas, densas, ajenas, indiferentes.  Se trata de una imagen intensa y convincente de la soledad, la angustia y el desamparo que caracterizan a la vida urbana de nuestro tiempo, construida con un lenguaje poético cuya verdad y poder de convicción radica precisamente en la ingenua sinceridad con que la expresa un artista que respira y aspira en esa atmósfera que no ahoga sus ideales y sus deseos más genuinos e irrenunciables.