La crítica de arte es un ejercicio de interpretación de unas obras de arte que en su momento se presentan como no directamente accesibles a la cultura y sensibilidad artísticas de un público que se ve de pronto superado por la complejidad de los fenómenos estéticos de su propia época. Así, situada como un puente entre las obras y el público, la crítica de arte funciona como el mecanismo por medio del cual la sociedad se hace consciente de sus más íntimas complejidades y asimila las posibilidades de forma y expresión en que éstas se manifiestan en el cuerpo significativo de las creaciones de sus artistas.


Esta definición, sin duda muy académica, funcionaría muy bien dentro de un círculo de estudiosos que compartieran no sólo el mismo interés por los fenómenos artísticos y los contextos culturales, históricos y sociales en los que los artistas producen sus obras sino también un cuerpo de conceptos, métodos de interpretación y medios de divulgación que permitiera la comunicación y el intercambio de sus hallazgos; sin embargo, en un ambiente como el nuestro, poco propicio para el trabajo creativo y ya no digamos para las especulaciones teóricas, y para alguien que cada día trata con artistas noveles y consagrados que presentan cada uno sus propias necesidades apremiantes, la crítica de arte toma un perfil casi de sobrevivencia que poco o nada tiene que ver con las elaboradas ideas estéticas de nuestro tiempo: lo importante en esa situación precaria es que haya arte; y, dado el caso, para el crítico lo urgente ya no es tanto abrir las obras casi herméticas de nuestra contemporaneidad sino la confianza de las personas para expresarse estéticamente y la sensibilidad del público, clausuradas ambas por una educación unidimensional orientada a la satisfacción grosera de lo inmediato y de lo obvio.
Felipe Joaquín (Cuyotenango, Suchitepéquez, 1983) es un pintor autodidacta. Para él, por lo pronto, lo urgente es abrirle camino a sus inclinaciones expresivas y definir de una vez por todas su vocación indecisa por falta condiciones propicias, y asegurase ante esa carencia la posibilidad de desenmarañar en el lienzo algo que se le atraganta en el espíritu y no cabe en palabras. En esa etapa de abrir camino, incursionó primero en el grafiti, género urbano agresivo y violento que entró en conflicto con su timidez e ingenuidad provincianas y, sobre todo, con su sensibilidad, más bien lírica y reflexiva. De manera que lo que ahora hace en pintura, después de aquella experiencia traumática, es una especie de minucioso y demorado inventario de los recursos técnicos y expresivos más acordes con la naturaleza de su estado de ánimo y de sus sentimientos más genuinos. Es como una pausa para poner en orden sus pensamientos, amortiguar el impacto intimidante del vértigo de la época y su arte brutal y desmesurado y acallar un poco la angustia antes de asumirla en todas sus consecuencias. La pintura actual de Felipe Joaquín es esa pausa.
“La soledad —decía Rilke— llueve en horas indecisasâ€, como en los cuadros transparentes de este pintor temeroso de sus propias delicadezas. Sus personajes, reducidos a silueta, muestran las líneas que deciden su forma cerrada, límite inviolable, último reducto, coraza conceptual que esconde o anula la materia que palpita en su interior. Forma vacía, en rigor se trata de un dibujo limpio preciso que, sin embargo, no capta los rasgos de una persona, un personaje o una personalidad sino propiamente al preámbulo angustioso de una disolución, de una ausencia. Desde allí, el paisaje su vuelve inmenso; un espacio desolado sembrado de los símbolos de la nostalgia, el horizonte inalcanzable, el cielo profundo, las nubes lejanas, densas, ajenas, indiferentes. Se trata de una imagen intensa y convincente de la soledad, la angustia y el desamparo que caracterizan a la vida urbana de nuestro tiempo, construida con un lenguaje poético cuya verdad y poder de convicción radica precisamente en la ingenua sinceridad con que la expresa un artista que respira y aspira en esa atmósfera que no ahoga sus ideales y sus deseos más genuinos e irrenunciables.