Con total desfachatez


Editorial_LH

La autorización para que el Grupo Tomza haga lo que se le dé la gana es jugada más que cantada y seguramente será una de las últimas decisiones que tomará, sin que le tiemble la mano, el presidente Colom porque no tiene otro remedio luego de haberse dejado seducir por el uso del avión del señor Zaragoza para cuanto viaje se le puso enfrente. No puede haber más evidencia de tráfico de influencias que éste, pero vivimos en la época de la absoluta desfachatez como se puede corroborar a lo largo de los últimos años con infinidad de acciones en las que se actuó violentando el orden legal del paí­s.

 


No hemos escuchado aún, de ninguno de los candidatos presidenciales, una tajante declaración advirtiendo que revocarán cualquier decisión que sobre la materia tome Colom en vista de la perniciosa influencia que ese inversionista mexicano y sus compinches locales han ejercido en el mandatario y eso preocupa porque da la sensación de que hay interés por prorrogar las negociaciones sobre privilegios que, según se sabe, van mucho más allá que el simple uso del avión.

Varias veces dijimos que se trata de un absurdo acto de cinismo porque a las claras se ha demostrado que el mandatario está dispuesto a pasar aun sobre sus amigos y que prefirió prescindir de su pariente, el ministro de Ambiente, que darle la espalda al amo del negocio del gas propano en el paí­s. Imagine el lector lo que puede haber debajo de la mesa para que un mandatario esté dispuesto a bañarse en aguas negras aprobando un negocio a todas luces contrario al interés nacional y despreciando a toda la opinión de los guatemaltecos. No es lógico suponer que alguien se exponga a un desprestigio público únicamente por el uso de un avión, sobre todo cuando se sabe que uno de sus secretarios adquirió en este gobierno una nave mucho más moderna y costosa que la del grupo Tomza y bien pudo recurrir al favor de quien con sus ahorros en este perí­odo se hizo de tan valiosa posesión.
 
  En paí­ses como Estados Unidos han rodado literalmente cabezas de polí­ticos por hacer un pinche viaje en algún avión de alguna empresa que tiene negocios con el gobierno, local o federal, porque la opinión pública no perdona ese tipo de tráfico de influencias. En Guatemala, en cambio, donde todos nos agachamos y aceptamos las adversidades sin emitir más que algún murmullo de desaprobación, todaví­a el funcionario corrupto se da el lujo de proferir insultos contra los ciudadanos que han realizado una batalla legal para impedir el daño a un área protegida.

Minutero:
El uso del avión 
es una pequeñez;  
para tal desfachatez 
debe haber más de un millón