Antes se decía que quien habla de la pera comérsela quiere, pero en el tema de los fideicomisos es obvio que los políticos saben perfectamente lo que pueden hacer con esa figura jurídica para mandar al chorizo todos los mecanismos de control y fiscalización y precisamente porque se quieren seguir hartando es que no tocan el tema para evitar compromisos.
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En el campo de la Alcaldía Metropolitana bastaría una investigación de cuánto se ha manejado en fideicomisos y cómo se han usado esos recursos, cuántos jugosos sueldos se han operado por esa vía y la falta de transparencia en el tema, para evidenciar anomalías de gran envergadura que pondrían fin a cualquier vestigio de buena imagen que pueda existir. Sin embargo, a pesar de que hay dentro de la Municipalidad mucha gente dispuesta a dar información y a contar lo que realmente pasa, a cambio únicamente de que se preserve su identidad por temor a terribles represalias, los candidatos a la alcaldía no mencionan absolutamente nada del tema en el que algunos de ellos son expertos porque participaron en los regímenes ediles y nacionales que impulsaron la masiva utilización del fideicomiso para jugarle la vuelta a la ley de compras y contrataciones.
El argumento es que el fideicomiso y todo lo que permita evadir la “engorrosa ley de compras†agiliza la función pública, pero no se dice que esa misma agilidad se podría lograr por otros medios menos turbios y en los que se haga verdadera gala de transparencia. Pero lo que ocurre es que en el fondo el asunto no está en agilizar nada, sino en utilizar una figura que beneficia a los funcionarios en el manejo oscuro de los recursos porque mediante el secreto bancario establecido en la ley, se manda a la punta de un cuerno cualquier esfuerzo de fiscalización.
No existe ninguna razón técnica que justifique el desvío de los fondos públicos mediante la utilización de figuras como el fideicomiso que no está diseñado en la legislación civil para que sirva de cobija al Estado, ni esa contratación que se viene haciendo con instituciones extranjeras que se acogen al secreto diplomático. Y todas juran y perjuran que se rigen por los más exigentes requisitos en materia de fiscalización interna, como si no supiéramos que la corrupción y la podredumbre no son patrimonio de un pueblo o de un sector, sino se trata de un mal muy extendido por la codicia humana. Y cuando burócratas internacionales son encomendados para administrar oscuramente fondos en los que muchos meten mano por aquella idea de que no hay obra sin sobra, ni modo que sólo van a ser mudos testigos de cómo los funcionarios locales se clavan el pisto sin que ellos hagan también la cacha para quedarse con su tajada.
Hay al menos tres candidatos a la Alcaldía capitalina que han sido parte del juego de los fideicomisos y otro candidato entiende perfectamente lo que se puede hacer por esa vía, ya sea en el Ayuntamiento o en un ministerio en el caso de que no se le dé el triunfo. Y por babosos dicen algo de lo que saben que pasa y ha pasado, porque eso sería una especie de suicidio económico porque se verían limitados a la hora de que pudieran llegar al puesto.
Lo mismo pasa con la Presidencia, donde todos los candidatos saben la importancia de los controles y los candados, pero serían babosos si hablan en detalle de ese tipo de cosas porque ellos mismos se cerrarían la puerta a lo que en verdad interesa. Por eso, parafraseando el refrán, aquí nadie habla de la pera porque se la quieren seguir hartando.