Aunque ya han transcurrido tres días de haberse realizado el debate presidencial entre los tres candidatos que encabezan las encuestas y varios expertos han emitido con propiedad sus opiniones al respecto, no resisto escribir algunos apuntes acerca de ese insípido encuentro entre un trío de políticos, un moderador desconocedor de la realidad guatemalteca, una guapa maestra de ceremonias muy discreta, el presidente de la organización gerencial que organizó la actividad con un discurso sobrio y una Gloria Cáceres que me hizo erizar la piel cuando entonó las bellas notas de nuestro hermoso Himno Nacional.
No soy muy aficionado a presenciar esta clase de conversaciones acartonadas entre aspirantes a cargos de elección popular de alguna o mucha importancia, porque los candidatos necesariamente deben ceñirse a un patrón preestablecido y a sabiendas de que las preguntas que les van a plantear son las mismas y que las repuestas de los interrogados son las esperadas, de tanto repetirlas en sus exposiciones públicas y anuncios en los medios impresos y electrónicos.
Pero pudo más mi curiosidad y esa noche del lunes 22 desistí de participar en una grata reunión que frecuento todas las semanas con un grupo de amigos y amigas. El caso es que me acomodé frente al aparato de la televisión y hasta me aperé de unas cuantas cuartillas para anotar mis observaciones, las cuales se quedaron en blanco, vírgenes solitarias en espera de otra oportunidad.
Con una taza de café negro a mi siniestra, que abandoné un momento, me puse de pie al escuchar los primeros arpegios de nuestra canción patriótica (no me refiero a los patriotistas del PP), arrobado por la voz de la experimentada cantante de fresca voz. Le puse atención al discurso del presidente de la Asociación de Gerentes de Guatemala, a tono con la ideología que sustenta su gremio y con argumentos pertinentes a su clase al enfocar a grandes rasgos la problemática del país.
Enseguida, la maestra de ceremonias ponderó y presentó al moderador del expectante debate, el señor Jorge Gestoso, a quien., en ocasiones anteriores lo había observado desenvolverse con soltura. La noche del lunes 22, empero, no fue la suya. En primer lugar, no se empapó sobre cuáles son los conflictos que los guatemaltecos estamos deseosos de resolver o que un gobernante y su equipo los solucione, de ahí que tenía que apoyarse en las papeletas que portaba consigo y que contenían las trilladas preguntas.
Se equivocó en más de una oportunidad, olvidó plantear las interrogantes a dos candidatos, ignoraba el significado de términos que política y electoralmente son muy conocidos, como, por ejemplo, la “refundación del Estado†y otros conceptos propios a la educación bilingí¼e. Se limitó a formular las preguntas, a pedir silencio a la concurrencia y a escuchar con mal disimulado aburrimiento la palabrería hueca de sus interlocutores, sin tomar la iniciativa para que los candidatos interactuaran entre ellos mismos, a fin de darle un poco de sabor al caldo, a agregarle chispa a esa especie de desganado examen público de bachilleres en ciencias y letras.
El presidenciable Manuel Baldizón creyó que se encontraba al frente de una concentración de su partido, al utilizar un lenguaje altisonante. Al contrario, el académico Eduardo Suger no aprovechó que contaba con un auditorio relativamente ilustrado para exponer sus ideas, y se olvidó, como su antecesor, de que las causas de la violencia son la miseria, el analfabetismo, la exclusión, como lo han repetido en sus discursos. Y el militar Pérez Molina no salió de su tedioso y empalagado guión.
(El abstencionista y televidente Romualdo Tishudo me comentó: –Si tenía la lejana idea de votar por alguno de ellos, sus intervenciones le concedieron fortaleza a optar por mi voto nulo).