El ex líder de la banda británica de rock Pink Floyd, Roger Waters, ofició hasta la madrugada del sábado en Río de Janeiro como conductor de un viaje musical en el tiempo de firme tono antibélico y que fue desde la sicodelia hasta la guerra de Irak.
Waters brindó a más de 35 mil fans un show inolvidable en la Plaza de la Apoteosis, en el Sambódromo -coliseo de la samba carioca-, presentando una versión modernizada del mítico álbum «Dark Side of the Moon» (El lado oscuro de la Luna, 1973), que vendió unos 40 millones de copias y es de los más escuchados de la historia de la música moderna.
Acompañado por siete virtuosos músicos y tres bellas coristas, tuvo el vital apoyo de hipnotizantes efectos visuales que incluyeron una pantalla con proyección digital de imágenes sicodélicas, trozos documentales, pacifistas y críticas a políticos como el presidente estadounidense George W. Bush.
De 63 años, Waters largó la noche del viernes con puntualidad británica y ejecutó éxitos de los álbumes «The Wall», «Dark Side» y «Animals» básicamente, en un periplo sonoro de casi dos horas y media que mágicamente abrió el cielo y esfumó la firme amenaza de lluvia.
Los ’pasajeros’ fueron miembros de tres generaciones. Había desde adolescentes hasta ’veteranos’ fans, básicamente de Pink Floyd, identificados con el bajista por haber sido el principal compositor y ejecutor de las principales canciones de la banda que abandonó en 1985.
Podía apreciarse algunos fans plagados de canas, pelilargos motociclistas tatuados y enfundados en cuero, ’patricinhas’ (jóvenes de alta sociedad) edulcoradas, parejas abrazadas esperando ’hits románticos’ y seguidores incondicionales de Pink Floyd.
El sonido cuadrafónico arrancó con «In the Flesh» y atrapó a la multitud, parte de la cual conocía de cabo a rabo las letras de canciones de «The Wall» o «Dark Side».
Joyas como «Wish you were here» fueron magistralmente acompañadas a coro por la platea, en un clima casi de ceremonia religiosa. Eduardo (31), un joven agente de marketing, bailaba solo de ojos cerrados y con el celular pegado al oído: «Quería oirla con mi novia que no pudo venir», dijo.
Otros momentos de gran éxtasis fueron cuando sonaron las esperadas «Money» y «Time», esta última acompañada por las imágenes y sonidos de relojes, o «Sheep» (Ovejas) durante la cual fue lanzado un gigantesco cerdo inflable con leyendas como «Asesinos dejen a los niños en paz» y «Bush, no estamos a la venta» en su trasero.
El puerco, animal símbolo del disco «Animals», se fue volando por el cielo y seguramente sorprendiendo a más de uno dentro de los aviones que continuamente pasaban rumbo al aeropuerto Galeao local.
Waters, que perdió a su padre de niño durante la II Guerra Mundial, expuso su rechazo y trauma con las repetidas tragedias bélicas con letras ácidas e imágenes con líderes del mundo y la sociedad moderna como blanco.
Por ejemplo, en varias canciones se vieron imágenes de Bush -hasta vestido de piloto-, de la guerra en Irak o del conflicto entre Palestina e Israel y el muro de la Franja de Gaza.
«No necesitamos educación» cantó Waters para delirio de la asistencia en los bis, en el megaéxito «Another Brick in the Wall», junto a un coro infantil.
En medio del clima pacifista, también quedó comprobada la defunción del rito de los encendores encendidos por el público, que ahora, abrazados a la modernidad, alzaban cámaras digitales y celulares para registrar momentos del show con explosiones, llamas, rayos láser y humo.
La emoción tampoco logró engañar a los bolsillos de los fans, que al ver las camisetas oficiales vendidas a 50 reales (casi USD 25) apelaban a las de los ambulantes por 20.