Mexicanos divididos en California


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En un tramo de El Camino Real, mujeres con chales empujan cochecitos de bebé y ancianos con sombreros de vaquero permanecen en bancas polvorientas mientras trabajadores del campo descienden de autobuses. A relativamente poca distancia del trayecto principal se ubican cultivos y viñedos que son el sostén económico de esta ciudad apacible del Valle Salinas, al que se conoce como «El cuenco de la ensalada del mundo». Sin embargo, existe tensión en esta región rural de California, escenario de diversas novelas del escritor estadounidense John Steinbeck, premio Nobel de Literatura de 1962. Steinbeck nació en Salinas.

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Por GOSIA WOZNIACKA GREENFIELD / Agencia AP

La mayor parte de los 16.300 habitantes de Greenfield son hispanos, pero pese a ello eso no impide que se esté gestando un conflicto entre los residentes con más tiempo allí­ y los recién llegados de otra parte de México. Los residentes establecidos afirman que su ciudad ha empeorado debido a la oleada enorme de inmigrantes procedentes del estado mexicano de Oaxaca.

En la última década, los inmigrantes -triquis, mixtecos y otros grupos indí­genas que vienen de pequeñas aldeas de las montañas de Oaxaca a actividades de recolección y cosecha en Greenfield- han contribuido al desarrollo de la ciudad y constituyan una tercera parte de los habitantes de ésta. (Representan hasta el 30% de los trabajadores agrí­colas en California y 17% a nivel nacional, según el Departamento del Trabajo).

Estos inmigrantes hablan sus propias lenguas, no español; conservan sus costumbres, como los matrimonios concertados y, no obstante, continúan siendo marginados a pesar de la tradición de Greenfield de ofrecer refugio y tolerancia.

En una localidad que resiente los apremios de la crisis económica y las andadas de las pandillas, la llegada de oaxaqueños y el desconocimiento que tienen de las costumbres estadounidenses han propiciado una disputa étnica.

Este choque constituye un nuevo capí­tulo en un conflicto tan antiguo como Estados Unidos, en el que con frecuencia los inmigrantes que han llegado en diversas oleadas pelean entre sí­. Sin embargo, lo que ocurre en Greenfield es distinto, debido en parte a que la disputa la escenifican inmigrantes que provienen del mismo paí­s, y también debido a que esa división alteró la imagen de la localidad.

DISGUSTO

Rachel Ortiz se disgustó tanto con los nuevos inmigrantes que, tras cinco décadas de vivir en Greenfield, abandonó su casa y se mudó a Salinas, a 48 kilómetros (30 millas) de distancia.

Ortiz y otras comunidades formadas recientemente se quejan de que las familias oaxaqueñas viven hacinadas en apartamentos y cocheras, tiran basura en las calles, atestan parques en la ciudad y efectúan fiestas ruidosas. Algunos individuos se orinan en lugares públicos y se han involucrado en invasiones a propiedad privada.

«Todo eso es pasable si uno vive en Oaxaca», dijo Ortiz, de 53 años, cuyo abuelo emigró de México. «Pero aquí­ las cosas son distintas. Aquí­ hay que cuidar la casa, los hijos, el trabajo y uno mismo».

Ortiz, quien trabaja para una compañí­a de semillas a la orilla de la ciudad, contribuyó a la formación de «Embellezcamos a Greenfield» (Beautify Greenfield), un grupo que tiene como objetivo limpiar los grafitos, la basura y la maleza en la ciudad.

Los integrantes del grupo lamentaron que entre jardines bien cuidados y casas modestas existan complejos de apartamentos deteriorados, ventanas tapiadas, letreros de pandillas y filas de casas embargadas por vencimientos de hipotecas.

Los miembros de Embellezcamos a Greenfield y un grupo derivado de éste, Salvemos a Greenfield (Save Greenfield), emprendieron de inmediato activismo polí­tico. Expusieron su inconformidad hacia los oaxaqueños en reuniones del ayuntamiento, redes sociales de internet y diarios locales.

Una de las aseveraciones de Embellezcamos Greenfield fue: Los nuevos inmigrantes arruinaron las finanzas de la localidad, «destruyeron» su sistema escolar, han causado delitos violentos y se han integrado en pandillas, que proliferan en el Valle Salinas. Los inmigrantes, «invasores del sur», deben ser deportados.

La prensa y los lí­deres por los derechos de los inmigrantes calificaron de racistas a los grupos comunitarios.

El calificativo es injusto, dijo Ortiz, si se considera que los integrantes de Embellezcamos Greenfield son en su mayorí­a mexicano-estadounidenses. El grupo no está contra los oaxaqueños en sí­, sino que sólo desea la erradicación de las lacras y la delincuencia, agregó.

Ortiz culpó al jefe caucásico de la Policí­a de Greenfield de apoyar a los inmigrantes y permitir el deterioro de la ciudad.

CAMBIO DE ACTITUD

Después de una redada federal efectuada en 2001 contra personas sin permiso de estar en el paí­s, los lí­deres municipales de Greenfield establecieron por votación una polí­tica de refugio, y durante siete años la localidad efectuó reuniones mensuales —presididas por el jefe de la Policí­a— para fomentar la adaptación de los oaxaqueños.

En la actualidad, el dirigente triqui Andrés Cruz dice estar horrorizado ante el cambio súbito de actitud de su otrora ciudad adoptiva que le dio la bienvenida.

«Todos somos seres humanos y algunos cometemos errores. Pero eso no significa que toda la comunidad (oaxaqueña) sea mala», dijo Cruz, quien tiene 50 años.

Efectivamente, existe una gran distancia geográfica y cultural entre Greenfield y Oaxaca. La localidad de Rí­o Venado, de la que Cruz es oriundo, es una aldea aislada en la sierra montañosa, al igual que otras. Los lugareños carecí­an de agua potable, sanitarios, alumbrado público, depósitos de basura y otras comodidades de la civilización. Muchos ni siquiera tení­an para comprarse zapatos.

Los lugareños cultivaban maí­z, frijol, calabacines y café en un sistema agrí­cola comunal. Observaban una estricta sociedad patriarcal, practicaban el servicio comunitario obligatorio y concertaban matrimonios con dotes.

A los 13 años, a fin de contribuir a los gastos de su familia, Cruz se marchó para trabajar a los estados mexicanos de Sinaloa y Baja California, y 20 años después llegó a Greenfield. Fue testigo del crecimiento de su comunidad y de cómo se volvió caro y peligroso el trayecto con los coyotes (traficantes de personas) cuando el gobierno intensificó sus acciones para detener a las personas sin permiso de residencia en el paí­s.

En lugar de ir a sus comunidades y volver, los indí­genas se trajeron a sus familias y se asentaron en California. Cruz se casó y tuvo tres hijos, todos ciudadanos estadounidenses por haber nacido en Greenfield.

Sin embargo, con el tiempo, Greenfield comenzó a reflejar algunas de las diferencias que podí­an verse en el Estados Unidos de antaño.

El doctor Gaspar Rivera Salgado, director de proyectos del Centro para Investigación Laboral y Educación de la Universidad de California en Los íngeles (UCLA), dijo que los inmigrantes trajeron consigo remanentes del conflicto racial y socioeconómico de México, una nación multiétnica en la que 62 grupos indí­genas conservan su propia lengua y cultura. Oaxaca es el estado con la mayor diversidad de México, con 16 grupos étnicos.

En México, dijo Rivera Salgado, hay prejuicios contra los indí­genas, a los que se les considera personas sin educación, inferiores. Los inmigrantes —a los que caracteriza su estatura más baja y piel más oscura, lengua prehispánica y carencia de documentos de residencia legal— sobresalen visualmente en Greenfield, una ciudad donde los inmigrantes establecidos antes hablan inglés y han progresado en la escala económica. Estas personas o sus hijos obtuvieron la ciudadaní­a mediante nacimiento o naturalización.

Estos inmigrantes afrontaron una barrera lingí¼í­stica doble. Escuelas, clí­nicas e incluso tiendas representaban un desafí­o enorme, al igual que la pobreza. En promedio, los trabajadores agrí­colas ganan 10.000 dólares al año. En el campo, los indí­genas reciben a menudo menos paga que otros hispanos.

Como sea, asegura Cruz, es mejor aquí­ que morirse de hambre en Oaxaca.

Y, al principio, en Greenfield el gobierno les dio la bienvenida y les ofreció asistencia.

«Aquí­ se encendió una luz a nuestro favor», dijo Cruz. «El ayuntamiento y el jefe de la Policí­a advirtieron nuestra pobreza y las necesidades de nuestro pueblo. Han sido huy humanos con nosotros».

Cruz y otros dirigentes indí­genas han tenido dificultades para comprender el propósito de Embellezcamos Greenfield.

«Es una vergí¼enza», dijo Elogio Solano, dirigente mixteco. «Los padres o abuelos de ellos (los integrantes de la organización) llegaron a este paí­s en la misma forma que lo hace ahora nuestro pueblo».

Rivera Salgado, de la UCLA, dijo: «Cuando un grupo llega aquí­ y se establece, tiende a cerrar la puerta tras él. Siempre ha existido esta exclusión, en especial en momentos de crisis».

CORAZí“N MEXICANO

El jefe de la Policí­a de Greenfield, Joe Grebmeier, dice que él es un anglosajón con corazón mexicano. En alguna ocasión prevalecieron condiciones tipo apartheid en el Valle Salinas, dijo Grebmeier, quien aseguró que no las tolerará en Greenfield.

Grebmeier, de 56 años, asumió la jefatura de la Policí­a en 2003 y comenzó a efectuar reuniones regulares para sosegar el miedo de los oaxaqueños a la Policí­a y enseñarles cómo cumplir con la ley en Estados Unidos.

En las reuniones, Cruz y otros traducí­an al triqui y mixteco las normas sobre los conductores ebrios, la violencia familiar y el sexo entre menores de edad. Grebmeier se enfocó en el respeto a los semáforos y los letreros de alto, a no orinar en la ví­a pública y a no poseer en casa animales de granja.

Cuando los residentes le preguntaban a Grebmeier por que no detení­a a los «ilegales», él les contestaba que no era su trabajo perseguir a inmigrantes. Asimismo, los agentes federales de inmigración rara vez efectúan grandes redadas en comunidades como Greenfield, la cual está poblada por enormes cantidades de trabajadores agrí­colas que carecen de autorización para estar en el paí­s.

«Estas son personas trabajadoras, honestas, que vinieron por las mismas razones que lo hicieron con anterioridad todos los inmigrantes», dijo Grebmeier, «para darle una vida mejor a sus familias y sus hijos».

Con el tiempo se amplió el enfoque de las reuniones. Los profesores alentaron a los padres indí­genas a que leyeran textos a sus hijos y a que asistieran a conferencias entre padres y maestros. Los orientadores hablaron sobre el consumo excesivo de alcohol y las enfermeras dieron explicaciones sobre la diabetes. También se examinaron otros temas.

En 2009, el caso de un individuo arrestado en Greenfield se convirtió en una sensación mediática porque, según la versión, habí­a enviado a su hija de 14 años a casarse con un vecino a cambio de cerveza, carne y dinero en efectivo.

En un principio, el hombre afrontó cargos de tráfico de personas y se le acusó de vender a su hija. Sin embargo, Grebmeier concluyó después que se trataba de un matrimonio concertado e intercambio de dote, caso que él utilizó para poner un ejemplo. En las reuniones, el jefe policial explicaba que la ley en Estados Unidos prohibe estas prácticas. El acusado fue deportado.

Sin embargo, algunos lugareños se quejaron de que Grebmeier protegí­a a los oaxaqueños de la ley, y el ayuntamiento de Greenfield canceló las reuniones.

Para los integrantes de Embellezcamos a Greenfield y Salvemos a Greenfield, el jefe de Policí­a era un ejemplo de todo lo que habí­a salido mal.

Ortiz dijo que Greenfield fue alguna vez una localidad ideal. Antes, los trabajadores agrí­colas —braceros mexicanos que vení­an a trabajar con permiso— en raras ocasiones se aventuraban más allá de su campamento a las afueras de los lí­mites de la ciudad, donde la madre de Ortiz cocinaba y ella creció.

En la actualidad, dijo la señora, los trabajadores agrí­colas viven en la ciudad y se les permite seguir un conjunto distinto de reglas.

«Todos somos seres humanos y algunos cometemos errores. Pero eso no significa que toda la comunidad (oaxaqueña) sea mala».
Andrés Cruz
Dirigente