Tras los pasos de Darwin en las Islas Galápagos


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La leona marina cuidaba a su cachorro debajo de un cactus de pera, ante la mirada de una iguana. Un pequeño pingí¼ino se paseaba por una roca, al pie de la cual deambulaban cangrejos rojos y anaranjados.

Por KIM GAMEL SANTA CRUZ / Agencia AP

Bienvenidos a las Islas Galápagos, el archipiélago volcánico que inspiró la teorí­a de la evolución y la selección natural de Charles Darwin en 1835.

Las islas atraen unos 100 mil visitantes anuales, deseosos de observar de primera mano la flora y fauna de lo que Darwin describió como «otro mundo».

Las teorí­as de Darwin, que tomaron forma definitiva años después de su viaje y que discute en el libro «El origen de las especies», se basan en buena medida en las observaciones de que las tortugas gigantes, iguanas, pinzones y otros animales y plantas eran únicos y variaban de isla en isla. Se dio cuenta de que las especies tienen que haber surgido en algún sitio y que deben haber desarrollado nuevas caracterí­sticas con el paso del tiempo para sobrevivir a inhóspitas masas de tierra.

Hoy, luego de siglos de contacto humano, los animales y aves que inspiraron al naturalista británico con su capacidad de adaptación necesitan ayuda. Una industria turí­stica floreciente, la pesca desmedida, el desarrollo y cazadores ilegales están amenazando muchas especies.

Defensores del medio ambiente, voluntarios y guí­as especialmente entrenados están tratando de reparar el frágil ecosistema tropical a lo largo del Ecuador, a casi mil kilómetros (600 millas) de la parte continental del paí­s del mismo nombre.

La campaña comenzó no hace mucho y debe proteger las islas al mismo tiempo que los ingresos derivados del turismo, vitales para una empobrecida población de 30 mil personas.

Llegar a las Galápagos es fácil ya que hay vuelos desde Quito y Ecuador. Luego el visitante aborda un ferry o crucero, cuyos cupos están muy controlados. Las excursiones por tierra son dirigidas por guí­as.

Una visita a la Fundación Charles Darwin, en Santa Cruz, la isla más poblada, es el perfecto punto de partida para un recorrido de cinco dí­as. La fundación se encuentra en el Parque Nacional Galápagos, donde viven numerosos animales rescatados, incluidas una tortuga que alguna vez fue una mascota y que tení­a agujeros en su caparazón, aparentemente porque fue usada para el tiro al blanco.

En 1965 se puso en marcha un programa de preservación de las tortugas, luego de que los reptiles –que pueden vivir más de 200 años y pasar casi 300 kilos (650 libras)– viesen comprometida su subsistencia tras la llegada de ratas y otras especies en barcos con colonos. Las tortugas eran populares entre piratas y balleneros porque representan carne fresca dado que sobreviven por meses sin comida ni agua.

Ahora se recogen los huevos de las tortugas, se los incuba y se los vigila de cerca. A cada tortuguita que nace se le coloca un número en el caparazón, para que pueda ser soltada en la isla indicada cuando esté en condiciones de defenderse de los predadores.

Las Naciones Unidas reportó progresos al eliminar el año pasado a las Galápagos de su lista de sitios que constituyen patrimonio de la humanidad que corren peligro.

Los visitantes tienen dos opciones: alojarse en un hotel y hacer excursiones de un dí­a a las islas más cercanas o tomar un crucero e ir a las islas más alejadas.

Carolina Pedersen, una sueca de 31 años, optó por quedarse en el Hotel Silberstein de Puerto Ayora.

«Querí­a poder salir, ir a un restaurante bonito, tener libertad de hacer lo que quiera y de poder pisar tierra firme», explicó. «Las excursiones de un dí­a que hice fueron algo especial para mí­. Pero mis momentos favoritos fueron cuando caminaba por el puerto al anochecer, mirando el agua y los animales a mi alrededor, respirando el aire fresco de las Galápagos y disfrutando cada segundo».

La primera excursión comenzó con un viaje en autobús de 45 minutos al puerto y luego un recorrido en lancha hasta el yate que nos llevarí­a a cada sitio todos los dí­as.

Tomamos sol en la cubierta durante una hora hasta llegar a la isla Seymour Norte, donde vive una de las poblaciones más grandes de pájaros fragata, conocidos como los piratas del archipiélago por su habilidad para robar comida a otras aves marinas. Es fácil identificar a los machos por su papada roja.

Los saltamontes se nos cruzaban por delante a medida que avanzábamos por senderos entre las rocas, vigilados por los guí­as para que no nos saliésemos de ellos e invadiésemos zonas protegidas donde anidan los animales. Es notable lo intrépidas que son las aves y otros animales, lo que es bueno porque permite que nos acerquemos para sacarles fotos.

Comimos un delicioso pescado a la parrilla mientras nos dirigí­amos a Las Bachas, una playa de arena blanca al sudoeste de Santa Cruz, pero un aguacero acortó la visita.

Al dí­a siguiente, unas mantarrayas saltaban del agua durante el viaje de una hora a la Isla Plaza Sur. Una leona marina bloqueó el acceso al embarcadero. El guí­a nos explicó que custodiaba a varios crí­os que jugueteaban por allí­ mientras el resto de la colonia buscaba comida.

En tierra nos encontramos con iguanas y gaviotas. Trepando por unos acantilados, me maravillé ante la flora.

Al regresar a la costa tuvimos que esquivar lagartijas e iguanas que se nos cruzaban en el camino.

Llovió mientras almorzamos en el yate. Cuando dejó de llover, habí­amos llegado a un sitio donde podí­amos bucear. Terminamos nadando junto a leones marinos y platijas. Unas caballas pasaron debajo mí­o y me alegré al ver un tiburón de aleta blanca durmiendo en la arena.

El último dí­a comenzó a las seis de la mañana, con un viaje de dos horas a la isla Bartolomé, donde se filmaron escenas espeluznantes de la pelí­cula del 2003 «Al otro lado del mundo» de Russell Crowe.

Desayunamos en la cubierta y al llegar a Bartolomé fue como si hubiésemos llegado a la luna. Subimos a la cima de este cono volcánico, a 120 metros, por una escalera de madera. Arriba encontramos un pequeño faro y unas vistas espectaculares.

Luego fuimos en la embarcación hasta otro sector de la isla y dimos con la Roca Pináculo, una especie de obelisco que es el sí­mbolo más conocido de las Galápagos. Buceamos bajo la lluvia y vimos pingí¼inos, pulpos y otros peces, incluida una langosta gigantesca.

Regresamos bajo una lluvia torrencial y comimos otro pescado a la parrilla antes de partir hacia Quito al dí­a siguiente.