Carlos Figueroa Ibarra: «Es un deber del cientí­fico social entender los «motivos del lobo»


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Carlos Figueroa Ibarra, doctor en Sociologí­a, columnista de Diario La Hora y profesor de la Universidad de Puebla, guatemalteco de origen, ha sido autor de varios libros en los cuales analiza objetivamente diferentes circunstancias de la sociedad guatemalteca y latinoamericana.

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POR MARIO CORDERO íVILA

Autor de “El proletariado rural en el agro guatemalteco”, “Paz Tejada. Militar y revolucionario”, “Los que siempre estarán en ninguna parte. La desaparición forzada en Guatemala”, y, más recientemente, “¿En el umbral del posneoliberalis?” El jueves pasado, se presentó una reedición de su libro “El recurso del miedo. Estado y terror en Guatemala”, escrito hace 20 años, y que Figueroa Ibarra accedió a reeditar, con correcciones y ampliaciones, con el sello F&G Editores.

“El recurso del miedo” es un libro que surge de una experiencia personal: el asesinato de sus padres y la persecución de la que fue objeto por parte de las fuerzas represivas del Estado. Por ello, se dio a la tarea de analizar objetiva y sociológicamente cuáles eran las causas de esa represión.

Por ello, en “El recurso del miedo”, analiza las causas históricas de la cultura del terror en Guatemala, y se detiene en el análisis de la coyuntura del perí­odo en que el general José Efraí­n Rí­os Montt fungió como jefe de Estado, ya que es allí­ donde, a criterio del sociólogo, se produce un punto de inflexión que sienta las bases para la “democracia” de los últimos 30 años en el paí­s.

En una entrevista, Figueroa Ibarra profundiza con respuestas largas a frases que se le plantearon a manera de motivos para su reacción.

– ¿Quisiera que comentara la imagen que representa el Centauro, que es una de las imágenes centrales en las que apoya su tesis?
– El libro se divide en dos partes; la primera está destinada a analizar los motivos por los cuales en Guatemala se observó el genocidio más grande de América contemporánea, que incluye a Estados Unidos. No estamos hablando de los exterminios de los pueblos de América, que fueron terribles… Las dictaduras más sanguinarias, con una vocación más fuerte al terrorismo de Estado, se observaron en Guatemala. Este libro nace de una tragedia personal: el asesinato de mis padres, el 6 de junio de 1980. El hecho de que yo mismo sea sobreviviente de un escuadrón de un grupo paramilitar, el Ejército Secreto Anticomunista; el hecho de que varios de mis colegas -que estaban amenazados de muerte junto conmigo- no hayan sobrevivido, sino que fueron asesinados, como Julio Alfonso Figueroa, Jorge Romeo Imeri y Ricardo Juárez Gudiel. Pero más allá de esa experiencia personal, el libro trata de indagar las causas de por qué sucedió lo que sucedió en Guatemala. En ese sentido el libro es, como digo en sus páginas, es la búsqueda de la paz de la razón. Yo necesitaba encontrar una explicación de un hecho terrible que marcó mi vida para siempre. Entonces, la primera parte está destinada a analizar las causas históricas y sociales de este hecho. En esto yo parto de la base de que no se puede explicar únicamente por la maldad, o porque eran sicópatas. Al contrario, estoy absolutamente convencido de que quienes planearon y llevaron a cabo todas estas acciones de terrorismo de Estado de enorme violencia contra la población no eran enfermos mentales, sino que era gente en pleno uso de sus facultades mentales y con una enorme (pero perversa) racionalidad.

La segunda parte del libro es el análisis de lo que significó para Guatemala la coyuntura el golpe de Estado de 1982 que llevó a Efraí­n Rí­os Montt a ocupar la Presidencia de facto. Allí­ es donde surge la metáfora del Centauro. Hasta antes de Rí­os Montt, el Estado guatemalteco quiso conseguir la estabilidad polí­tica solamente a través de la represión. A partir de Rí­os Montt, encontraremos un proyecto polí­tico que buscaba alternar la represión, ¡que fue terrible!, con medidas polí­ticas que desarmaran polí­tica e ideológicamente a la insurgencia. Entonces el Estado ya no es sólo una bestia, sino que el Estado se convierte en mitad bestia, mitad humana: de ahí­ viene la imagen del Centauro, que está tomada de “El Prí­ncipe” de Maquiavelo, quien dice que en la antigí¼edad a los futuros gobernantes se les daba como preceptor al Centauro Quirón, para que les enseñara a gobernar con la fuerza de la bestia, pero también con el ejercicio de la razón o las leyes, ésa es la razón de la imagen. Estoy absolutamente convencido de que el régimen de Rí­os Montt buscó y ensayó una nueva forma de enfrentar a la insurgencia y, creo yo, que, independientemente lo que a él no le fue bien, sentó las bases de un proyecto que habrí­a que desembocar después en esta democracia de baja calidad que tenemos ahora.

– Supongo que la tesis es que este proyecto se lo encargaron a él, no que él lo llevara como propuesta…
– Bueno, en efecto no es que fue algo que surgiera de su cabeza. Sabemos bien que él estaba en su casa y lo fueron a sacar para que encabezara una iniciativa que procedí­a de oficiales jóvenes, mandos medios, que, a la postre, será un problema, porque en el régimen de Rí­os Montt las jerarquí­as fueron subvertidas, y los altos mandos no necesariamente fueron los que más poder tuvieron en esos 18 meses, sino que fue un conjunto de jóvenes oficiales que estaban metidos en ese proyecto que yo llamo Reformismo Contrarrevolucionario. Rí­os Montt agarró bien la idea y la encabezó. Yo creo que esa idea se expresa en lo que él dijo en algún momento de que un guatemalteco con hambre es un buen comunista, y un guatemalteco sin hambre era un buen anticomunista. Por lo tanto, habí­a que quitarles el hambre a los guatemaltecos para entrenar al anticomunismo, pero también habí­a que hacer las masacres… en las dos direcciones. Vemos la imagen del Centauro actual; la imagen de “Fusiles y frijoles” condensa esa polí­tica binaria, bicéfala que se dirige a la población.

Por supuesto, este proyecto enfrentó no sólo el ataque de las fuerzas insurgentes, sino también de la incomprensión de las clases más pudientes del paí­s, que les gustaba mucho que hubiera represión; lo que no le gustaba era que hubiera que hacer algunas reformas para conseguir estos objetivos de estabilización polí­tica. Y esto es otro de los motivos por los cuales el Gobierno de Rí­os Montt zozobró con el Golpe de Estado que encabezó Mejí­a Ví­ctores en agosto de 83.

– Esta coyuntura, según su tesis, es lo que nos marca en esta “democracia” actual…
– Sí­, yo creo que sí­. Precisamente el jueves 11 de agosto salió un artí­culo en La Hora, en el cual planteo todo este papel de Rí­os Montt, en el cual analizo que toda esta “democracia” nace manchada de sangre, porque para poder instaurarlo, habí­a primero que derrotar al enemigo insurgente, que surgió por las grandes injusticias que existí­a en la población, y por ello habí­a que masacrar a la población, para poder quitarle el agua al pez, todo lo que ahora se conoce como el Plan Sofí­a.

– El fallo de los anteriores Gobiernos fue no combatir en la lucha ideológica. La población percibí­a las injusticias y miraba a la insurgencia como un grupo que buscaba un cambio, pero con la lucha ideológica se cambió la tendencia.
– Sí­, y en ese sentido considero que Rí­os Montt fue exitoso, porque las masacres y todo el aspecto represivo, más toda la argumentación que él dio, el camino que dejó marcado, finalmente fue el camino que derrotó estratégicamente a la insurgencia. Cuando hablo de derrota estratégica estoy hablando de que la insurgencia, a partir de allí­, abandonó la senda de la conquista del poder, y empezó a encaminarse por la senda de la negociación, para llegar a los Acuerdos de Paz. Militarmente, no se observó una derrota plena de la insurgencia; el problema fue que el proyecto polí­tico de la insurgencia quedó quebrado después de todo este proceso. Por supuesto, que yo disto mucho de convertirme en un apologista de Rí­os Montt, simplemente estoy destacando el papel que él cumplió. Al contrario, creo que es el mayor genocida en la historia de Guatemala. Pero como tracé el objetivo de analizar esto racionalmente, más allá de sentimientos, de emotividades, de que soy ví­ctima, sino de tratar de entender las causas, es por eso que me permito opinar.

– Dentro del libro comenta que una de las caracterí­sticas de este Estado es la incapacidad de crear consensos, debido a que se acostumbró a la represión.
– En efecto, así­ sucede. El Estado guatemalteco padeció desde 1954 de una crónica falta de consenso, y, además, cometió la torpeza de ejercer su polí­tica desde el anticomunismo más ramplón. Por lo tanto, metió en el mismo saco a los comunistas, socialdemócratas y a los demócratas cristianos, y reprimió a todos estos sectores. Como dirí­a Fuché, el asesor de Napoleón, “es peor que un crimen, es un error”, frase que se puede aplicar a los asesinatos de Manuel Colom Argueta y de Fuentes Mohr, que tuvieron un alto costo polí­tico para la dictadura, porque aventó hacia la insurgencia a sectores que pudieron estar dentro de la legalidad. Pero la dictadura no quiso, e hizo la terrible cosa de la Quema de la Embajada de España, y empezó a actuar terrible y criminalmente torpe, y su desgaste fue muy evidente, por lo que motivó el Golpe de Estado de marzo de 1982, que terminó siendo encabezado por Rí­os Montt.

En efecto, la gran tarea que se planteó Rí­os Montt fue cómo construir un consenso para un Estado que no lo habí­a tenido desde 1954, y era una tarea titánica, y tuvo muy poco tiempo, pero marcó derroteros que resultaron ser novedosos en la historia de Guatemala.

– Este libro se reedita 20 años después, y como dice usted, surge de una experiencia personal, por lo que surge la duda de que si el análisis es correcto. Pero 20 años después, vemos que la tesis aún tiene vigencia.
– Yo sí­ me propuse hacer un análisis frí­o, más allá de mi problema personal, porque es un deber del cientí­fico social al distanciarse crí­ticamente del objeto que se estudia. Entender los “motivos del lobo”, ponerse en los zapatos de los arquitectos del terror y comprender sus motivaciones. Veinte años después, puedo decir que sigo sustentando lo que propuse, y por eso yo acepté esta segunda edición, que es corregida y aumentada, pero que las lí­neas esenciales de interpretación no las he modificado. Yo considero, por ejemplo, que el terrorismo de Estado fue producto de una cultura del terror que se instaló en el seno de la clase dominante y del Estado, que tiene raí­ces históricas, que arranca con la opresión colonia, el racismo, las figuras autoritarias de las dictaduras liberales, la paranoia anticomunista de la Guerra Frí­a y el rompimiento de la guerrilla, que atizó toda esa tradición histórica y la elevó. Sigo pensando que esa cultura del terror estaba instalada en las clases dominantes, pero que se irradiaba en la sociedad. Y aún ahora, esa cultura del terror, está muy presenten. Basta ver los comentarios que reciben los columnistas de prensa, que en buena parte de los casos no hay discusión de los argumentos, sino que una descalificación de una gran virulencia y de una gran violencia verbal.

– Consisten en descalificar o mostrarse totalmente a favor…
– Y no es por defender mi caso, sino que eso se da tanto en columnistas de izquierda como de derecha. No hay discusión ni se trata de comprender los motivos; eso refleja esa cultura polí­tica. Otro ejemplo es la predilección de la Mano Dura, lo mucho que gusta la figura del hombre fuerte, ¡no de la mujer fuerte!, que vendrá a ordenar mágicamente el desarreglo social en el que vivimos, es parte una cultura de terror en la que vivimos. La sanción positiva que hoy observamos a la mal llamada la limpieza social, que es una monstruosidad, que independientemente se aplique a delincuentes, es una monstruosidad. Y hay amplios sectores que aprueban ese tipo de posiciones y acciones. Todo ello refleja que los temas que yo comento en el libro siguen estando presentes, a pesar de que ya no hay insurgencia, cuando ya no hay dictadura militar, cuando supuestamente vivimos en una democracia representativa.

– En una de sus columnas, usted comentaba sobre la actualidad de Rí­os Montt y la previsible desaparición del FRG como partido polí­tico en estas elecciones. A pesar de ello, la figura del exdictador pareciera que está allí­, casi intocable. Aunque su partido no tenga un presidenciable o una bancada fuerte en el Congreso, se observa que él permanece muy tranquilo…
– Bueno, él ha garantizado su impunidad. Es ya un octogenario. Ha sido diputado reiteradamente y hasta presidente del Congreso, lo cual revela el tipo de impunidad que hay en el paí­s con este tipo de personajes, y a pesar de que los señalamientos de genocidio, muy previsiblemente él gozará de impunidad hasta el fin de sus dí­as.

Es una verdadera lástima porque Rí­os Montt pudo haber sido otro tipo de personaje. Si hubiera seguido el sendero que estaba llevando en 1974, cuando fue candidato presidencial del Frente Nacional de Oposición, su veta reformista lo hubiera hecho pasar como un dirigente polí­tico de gran estatura. Desgraciadamente eligió otro camino; a pesar de que la justicia no se le aplique y muera en la impunidad, la historia indudablemente lo condenará.

– Veinte años después de la actual coyuntura vemos esta figura de “Fusiles y frijoles”, vemos que es precisamente lo que ofrecen las campañas polí­ticas: combate a la inseguridad y empleo o combate al hambre; al delincuente lo voy a perseguir, y al que es bueno le daré alimentación.
– Pero yo digo que estos “frijoles” son limitados a comparación de lo que se ofrecí­a en tiempos de Rí­os Montt. Yo he estado viendo con relación a todos los planteamientos en las campañas presidenciales es que el gran problema que se ofrece resolver es la inseguridad. Y la solución al problema de la inseguridad es una propuesta punitiva, que va desde la Mano Dura, hasta poner a los militares al centro del combate de la delincuencia. En términos a los frijoles, todas estas candidaturas siguen ofreciendo más de lo mismo, son planteamientos neoliberales, cuando se vive la crisis profunda del neoliberalismo. La inseguridad no puede resolverse sólo en términos punitivos y represivos, sino que hay que desmantelar todas las causas de ese problema. Mientras haya cientos de jóvenes sin acceso a las oportunidades, pues allí­ está la cantera de los delincuentes. Y no quiero decir que todo pobre tienda a ser delincuente. Pero con el uno por ciento de los cientos de miles de pobres que se dediquen a actividades delincuenciales ya tenemos un grave problema.

– Una diferencia sensible de las propuestas de “Frijoles y fusiles” actuales es el Estado desfinanciado, y esto le pasó al actual Gobierno, que queriendo mantener los programas sociales y brindar seguridad, no les alcanzó y les cortaron las fuentes de financiamiento. En la visión de esta reforma estatal planteada por Rí­os Montt, era importante la captación de los recursos.
– Ahí­ tenemos el problema sustancial, que es el problema de la Reforma Tributaria fallida en este paí­s. Habrí­a que recordar qué planteaba Castillo Armas aquella tarde fallida de julio de 1957 cuando fue asesinado; estaba planteando la necesidad de una reforma tributaria. Y nadie puede decir que Castillo Armas era un comunista. Pero estaba percibiendo la necesidad que el Estado tení­a de una recaudación fiscal mucho más amplia. Y así­ podemos ir observando la historia de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, las continuas tentativas de los gobernantes para ampliar la base impositiva y hacer que los sectores más pudientes paguen impuestos, pero ha sido una historia de continuos fracasos. Vemos a un Fuentes Mohr que enfrentó el problema, y lo que resulta sintomático, 30 años después, su hijo, Fuentes Knight, enfrentó las mismas circunstancias. A Rí­os Montt le pasó lo mismo. Planteó una tí­mida reforma tributaria, solamente lo del IVA, que es una carga que va al consumo, pero eso fue uno de los motivos que se esgrimió desde la derecha para atacarlo y uno de los motivos para derrocarlo. Pues encontramos uno de los cuellos de botella de este problema de Estado. Por supuesto, que la Reforma Tributaria debe ir encaminada a la dirección de un impuesto sobre la renta, y no sobre el consumo. El problema es muy grave, muy fuerte y muy difí­cil de llevar a cabo.

– Se han hecho propuestas en cuestión de reformas tributarias, pero esto me recuerda que en su libro plantea también la caracterí­stica del gatopardismo del Estado: se plantea que todo debe cambiar para que todo continúe igual.
– Esta fue la lógica transformista del libro y que yo advierto en Rí­os Montt, quien no planteaba cambios para transformar todo, sino para que se mantuviera el orden que habí­a entrado en crisis. Pero Rí­os Montt enfrentó la incomprensión de la clase dominante. Claro, él también puso lo suyo, como su fundamentalismo religioso evangélico, su autoritarismo, su forma poco polí­tica para dirigirse a los distintos sectores, el atizar la pugna religiosa entre católicos y protestantes, y, que en el fondo, él querí­a perpetuarse en el poder. Todo ello hizo zozobrar ese proyecto que él encabezó. En mi opinión, tenemos una clase dominante que no es una clase dirigente y no tiene una intención estatal, ni es capaz de impulsar sus propios intereses haciendo coincidir con los intereses de la nación.