Otto Rene Castillo: amor, muerte y utopí­a


Jaime Barrios Peña

Otto René Castillo, en sus actos y en su creación poética, es sustancialmente un testimonio de humanidad. Nunca como en su caso, se puede hablar de parcialidades. Otto René es poeta y humano total. Sus acciones respondí­an a la reposición de la unidad perdida de un pueblo urgido de reconstrucción sobre la base de valores supremos, el principal de la vida. Nos decí­a: «Nada podrá contra la vida, porque nada pudo jamás contra la vida». Su poesí­a es el producto de una desesperada necesidad de alcanzar la meta de justicia de sus palabras, que contienen el deseo profundo de una tierra prometida. Otto René Castillo no sólo es épica moderna sino también utopí­a lí­rica para el devenir.


En la estructura de su poesí­a detectó el tiempo histórico de una persona que se mantiene consecuentemente en las marcas originales de sus experiencias y en los hechos propios de su condición humana. En el acto creador accede de una forma u otra a los grandes y esenciales temas de la existencia, sobre todo el amor, la duración de la vida, el conflicto social y la muerte. La poesí­a de Otto René Castillo es ejemplo vibrante de reconstrucción concientemente creadora, aunque también hay una intuición estética que coincide con la idea antigua de que la poesí­a es una de las ví­as para llegar a la verdad esencial del ser, a veces más efectiva que la historia misma.

Los poemas ottocastillanos transmiten autenticidad y entrega a los ideales más amados, y por eso conmueve, al abordar esencialidades del ser humano. No se queda simplemente en el juego formal o rí­tmico de la palabra que se fija en el entretenimiento de lo armonioso y la conjugación. Su lenguaje metafórico conduce a buscar la presencia de lo indirecto a través de lo directo, en un juego especialmente dialéctico donde se trasluce la idea que sin poesí­a el ser humano no serí­a plenamente, sino serí­a predestinado a lo pueril e intrascendente. La metáfora no es sólo un medio de expresión, sino, además, un instrumento para descubrirse en el mundo y en su temporalidad. Se puede afirmar que su poesí­a sugiere que el ser humano es siempre metafórico y por tanto poético y en ese sentido trata de ubicarlo, no sólo en lo natural, sino en su especificidad í­ntima.

La vida de Otto René Castillo es muestra conmovedora de la integridad del ser humano y sus relaciones con el mundo y con los otros. El discurso de Otto René Castillo contiene, además, la sublimación y restitución de las pérdidas originales y por tanto de sus faltas o carencias. Pero entiéndase bien, que no se trata de derivarla hacia el dolor de la existencia, sino de situarse frente a ella por la ruta de la serenidad y la reconstrucción, sobre todo a través del amor y en la suprema decisión por la lucha trágica. Cumple a través de su obra poética con un servicio de ontologí­a sublimal. En este sentido, los recuerdos son medios y caminos hacia lo perdido en el tiempo vital y en las marcas de las vivencias. Se trata de una reconstrucción de las pérdidas del ser humano, mutilado y alienado, que culminan en el hecho de que, sólo a través del arte y la poesí­a, se restituye la vida y el mundo en constante destrucción, tanto en el medio donde se vive como internamente.

Recordemos que nació en Quetzaltenango, Guatemala en 1936. Creció en una etapa polí­tica de grandes transformaciones revolucionarias, era sin duda «nacido en octubre para la faz del mundo». Lo que le permitió nutrirse de nuevos horizontes y esfuerzos comunitarios por levantar una patria libre, habitable y productiva. En su adolescencia sus potencias creadoras se consolidaron, pero fueron violentamente reprimidas con el derrumbamiento de la Revolución de Octubre debido a las traiciones militares y económicas al servicio de la fuerza imperialista.

Otto René ocupó cargos estudiantiles muy importantes y dadas las presiones del régimen represivo, tuvo que emigrar con un grupo de jóvenes a El Salvador, donde continuó su doble lucha polí­tica y poética, entablando amistad con Roque Daltón, Manglio Argueta y otros grandes prospectos salvadoreños. Trabajó en muchos oficios para poder subsistir, pero dado el dolor de la patria herida empezó a escribir sus poemas que le permitieron publicar en la prensa salvadoreña y significarse como poeta, llegando a obtener un Premio de la Universidad. Su lucha revolucionaria se intensifica y nutre de experiencias invaluables en lo estético y también en lo polí­tico, siempre dos caras de la misma moneda para él. La ternura y profundidad de su poesí­a responde desde el principio y sin ambages a las clases explotadas y marginadas, a la que dedica sus primeros poemas de Atanasio Tzul.

En 1957 regresó a Guatemala e ingresa a la Facultad de Derecho, donde se distinguió por su elevado rendimiento académico, obteniendo una beca para realizar estudios en la Universidad de Leipzig. En 1962 se incorpora a un grupo de preparación técnica para la filmación de las luchas armadas destinadas a liberar a los paí­ses latinoamericanos. De vuelta a su paí­s se dedica al teatro, sin olvidar su compromiso revolucionario. Pronto fue controlado por las fuerzas armadas y enviado al exilio nuevamente.

Viaja por varios paí­ses de Europa y América para finalmente incorporarse en la Sierra de las Minas a la guerrilla guatemalteca. Es capturado por las fuerzas del gobierno y conducido a Zacapa, en donde después de sufrir tremendas torturas y mutilaciones, fueron con su compañera quemados vivos.

El discurso poético de Otto René Castillo permanece vigente en la problemática guatemalteca y latinoamericana. Las horas del continente son siempre horas de epopeya y lucha. Nadie más acertado que Luis Cardoza y Aragón para ubicarlo: «Hora que escribo estas palabras a la memoria de un poeta y de una obra singulares, cortadas por la generosidad de su corazón y de su esperanza, escuchó un albor de que su poética está suscitando comprensión más precisa de nuestra vida cargada de dolor. Hay esperanza que se inicie la marcha hacia un entendimiento de la vida, de la paz, del hastí­o de la crueldad.»

Mucho de la profunda intuición ingénita de Otto René Castillo, se sustrae de las ideas y preocupaciones sociales. Estoy convencido que su sacrificio heroico por el pueblo no ha sido en vano. Otto René sigue viviendo, las llamas no lo extinguieron sino se han hecho más potentes para expandir su gran calor humano.

Pero Otto René es ante todo un poeta, un gran poeta que no se queda en las superficies, sino ausculta, desentraña los signos ocultos y primigenios de nuestros ancestros mayas que residen en las entrañas mismas del ser guatemalteco y su voluntad de supervivir dignamente. Su poesí­a no responde a intereses egoí­stas de restitución individual sino a la reconstrucción y defensa de la libertad de todos, entre los que cuentan de manera especial los grupos indí­genas. Será siempre un poeta popular.

La unidad de una patria libre de represiones resulta un Leitmotiv. No querí­a el «estado de sitios del alma». Al contrario, Otto René Castillo anhela y expresa el impulso generativo del ser, con el prurito de alcanzar una libertad que sea sinónimo de belleza. Me permito afirmar que los grandes héroes del pensamiento y la acción, en su entrañable sacrificio inexorablemente superan a la muerte. Lo fí­sico se subordinado a lo espiritual. Cuarenta años de su muerte resultan entonces sólo una ilusión y de nuevo para vencer a la ignominia habrá que repetir las veces que sean necesario: «yo he de morir para que tu no mueras».