R E A L I D A R I O (DCLXXXII)


LICENCIA ACADí‰MICA. Obra en mi poder un permiso especial y exclusivo – histórico, podrí­a decirse-, firmado y sellado por todos los secretarios de las respectivas academias de la lengua española, que me fuera otorgado a solicitud expresa mí­a, para continuar utilizando en mis modestos e intrascendentales escritos los usos y modos a que estoy habituado, no obstante las no tan nuevas normas y recomendaciones que pretenden fijar, limpiar y dar esplendor (sic) al idioma de Góngora, Quevedo, Garcilaso y alguien más.

René Leiva

Hago esta necesaria aclaración por si tal licencia singular, en determinadas circunstancias de orden gramatical, léxico, ortográfico, etc., me fuese requerida por autoridad competente, a fin de solventar mis probables apuros semánticos, sintácticos, morfológicos e incluso fonológicos, dado el caso.

*****

CORDILLERA DE ICEBERGS. Varios de los más acreditados expertos consultados no se atreven a aventurar una cantidad aproximada de los famosos icebergs que hoy en dí­a existen en el paí­s de la eterna. Mientras unos hablan de cientos, otros se refieren a miles de puntas.

Por supuesto, hablamos de puntas para un número igual de la masa total de cada uno de los respectivos icebergs; aunque siempre, desde tiempos remotos, lo único que ha despertado (y dormido, en mayor medida) el interés colectivo ha sido únicamente la punta, quién sabe por qué, cuando allá abajo, en lo profundo de esas montañas de hielo, siempre hay cosas extraordinarias, inverosí­miles e inauditas que nadie ve, toca o huele jamás. Incluso se sospecha que en lo más hondo unos y otros icebergs están unidos y forman una base descomunal que abarca todo el territorio nacional. En los planos histórico, polí­tico, económico, social, religioso, el paí­s de la eterna es una cordillera de icebergs de los que sólo se aprecia las puntitas a ras de un agua más o menos turbia. Siempre según los entendidos.

*****

ANIMAL POLíTICO. En la terrible sentencia de mi maestro Aristóteles, «el hombre es un animal polí­tico», o algo así­, hay un cincuenta por ciento de certeza, porque muchos hacen de la polí­tica una animalada, otros son más animales que polí­ticos (predomina en ellos el bruto o la bestia sobre el polí­tico), algunos animalizan a la polí­tica, y los menos politizan al animal que son ellos y que ciertamente somos todos. ¿Cómo despojar de tanta animalada a la noble polí­tica de raí­ces descalzas y hacerla más humana, pero no demasiado humana? Una polí­tica humana en función social pero despojada, en la medida de lo posible, de las peores especificidades humanas. Bah, otra Utopí­a.