Convengo en que no es correcto ocupar un espacio como éste con un texto que contiene sentimientos personales. Pero es el único ámbito con que cuento para rendir sencillo homenaje a un joven que falleció, inesperadamente, cuando se encontraba inmerso en un proyecto artístico visual y auditivo y preparaba su boda con Karen Cermeño, la bella joven de sus ilusiones, que hoy se encuentra derrumbada compartiendo su dolor con Ely, la mamá de Boris Eduardo Castillo Rodríguez.
  Podría asegurar que conocí a este muchacho -que pasados los años de su niñez y adolescencia, se convertiría en actor de teatro, televisión y cine- antes que su madre lo diera a luz, cuando compartía con mi amigo Carlos Castillo Caminade, acerca del quinto embarazo de su esposa, con quien ya había procreado a Juanillo, Sergio, Sheny y Rónald. «El segundo nombre de Boris va ser Eduardo, como vos -me dijo-; ya lo hemos decidido con Ely». Carlos no vio crecer a Boris Eduardo porque murió prematuramente de una enfermedad terminal, pero su postrer hijo me decía «Tío Guayo». La amistad entre Boris y yo, con las propias diferencias generacionales, derivó en los estrechos vínculos entre ese chico y mi hijo Pável, cuando éste nació un par de años después, aproximadamente.
  El jueves de la semana anterior, cuando la tarde declinaba, conversábamos con mi mujer y Pável, precisamente. Hablábamos sobre sus planes de trabajo y de estudio. En un momento dado salió a la casa vecina, pero retornó pronto. Nos dijo a Magnolia y a mí que estuvo a punto de acompañar a Boris, quien, como miembro de la compañía de teatro Tach, bajo la dirección Othmar Sánchez, actor teatral y escritor de las obras que monta y de guiones televisivos, iba a presentar un show en un restaurante de la zona 10; pero a último minuto, antes de abordar el pequeño automóvil del comediante, mi hijo sintió el impulso de quedarse en casa, a descansar y seguir la plática familiar.
   Reanudamos la tertulia y enfocamos distintos temas, entre los cuales la amistad. Le comentaba a Pável la importancia de cultivar a los amigos. El hombre o la mujer -le decía- crecen y sus hermanos forman su propio hogar, los padres, generalmente, fallecen antes que los hijos, él o la cónyuge pueden abandonarse uno al otro; pero el verdadero amigo siempre estará allí, cerca de uno, no lo desampara. Mi hijo repuso que él tenía varios amigos, pero eran dos los más cercanos: Boris y Teto.
  Más tarde, a eso de las ocho de la noche, Pável me dijo que iría a buscar a Boris, justamente, porque no había llegado al lugar del show y su mamá estaba muy preocupada porque a su hijo menor le habían robado el celular días atrás y no podía comunicarse con él. Una hora después mi hijo me llamó y me dijo, con voz entrecortada, que Boris había sufrido un accidente. Estaba hospitalizado de gravedad. La madre, los hermanos, la novia, los compañeros actores de Boris, mi hijo, mi hija, dos de mis nietos y otros amigos de la colonia velaron a las puertas del hospital toda la noche. A eso de las siete de la mañana del viernes Boris expiró.
   Circulando sobre el bulevar Liberación, de una avenida lateral la conductora de otro vehículo, una chica de 19 años, no pudo detener la marcha del carro y cayó sobre el automóvil de Boris, aplastando el techo del coche, sobre los asientos que ocupan el piloto y su acompañante. La Policía informó que la señorita conducía a alta velocidad. Su influyente familia dice que huía de asaltantes. Como fuese, Boris perdió la vida. Se acabaron para él las puestas en escena, los personajes que representó. Quedan en casa de su madre los diplomas y trofeos que obtuvo. Sobresale «El Tecolote de Oro», premio a su cortometraje «La bullet de la paz», otorgado por la Asociación Guatemalteca de Cine.
  También nos ha dejado gratos recuerdos suyos y una intensa tristeza en todos quienes lo amamos.