Nuestra arena política está llena de frases hechas y eslóganes publicitarios que son los que al final moldean la opinión pública para que se concentre alrededor de alguno o algunos candidatos. No existe en la experiencia electoral de los guatemaltecos un serio y profundo debate sobre los problemas más serios del país, no sólo porque nuestros dirigentes prefieren la propaganda y la publicidad al compromiso, sino porque los electores tampoco nos mostramos muy exigentes y caemos en el juego del mercadeo.
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El ideal sería que un país con las dificultades y retos que tiene Guatemala, tuviera un gobierno dirigido por estadistas, por personas que tienen conocimiento de los asuntos de Estado para enfrentar con propiedad nuestros problemas, pero en vez de eso resulta que las elecciones no las gana quien tenga conocimientos, capacidad y honradez, sino quien tenga dinero para hacer propaganda y generalmente eso significa por lo menos renunciar al último de los atributos enumerados porque para disponer de suficientes recursos para financiar masivas campañas de propaganda, hay que venderle el alma al diablo. No hay forma en que se puedan recolectar los millones que hacen falta para librar una campaña decorosa sin asumir compromisos que no tienen nada que ver con los intereses nacionales y si no que lo digan todos los financistas de campañas triunfadoras que se han terminado de armar gracias a los favores del Estado.
Yo repito que el problema no hay que achacarlo únicamente a los políticos, puesto que éstos se van con la corriente y aquí está ya establecido y aceptado que no hay que entrar a profundos debates sobre cuestiones de Estado, sino ir convenciendo adeptos mediante procedimientos más ordinarios que tienen que ver mucho más con el mercadeo que con la labor de un estadista. Es más, si de pronto surgiera un aspirante que con toda la seriedad del mundo abordara, por decir algo, el tema de los impuestos y hablara de la necesidad de subir la carga tributaria, aunque acompañe su prédica de un compromiso por transparentar el gasto público, seguro que lleva las de perder frente a los que, como hizo Colom hace cuatro años, dicen que no hay que subir impuestos sino que basta con hacer buen uso de los recursos porque justamente eso cae en terreno fértil cuando se le dice a los electores. Todos sabemos que con cascaritas de huevo el Estado no podrá enfrentar sus grandes desafíos y que hacen falta recursos para impulsar un verdadero desarrollo, pero nadie votaría por un candidato que con la mayor seriedad nos haga una propuesta que incluya la necesidad de incrementar los ingresos tributarios y por ello esa parte nunca formará parte de un mandato.
No hay proceso de cambio que se pueda hacer sin asumir sacrificios y en campaña baboso el que hable de sacrificios para transformar al país, sobre todo si el resto de competidores están asegurando que no hace falta ningún sacrificio porque basta con que los elijan a ellos para que las cosas se conviertan en una maravilla como por arte de magia.
Estoy seguro que en esta campaña todos van a decir que van a mantener y mejorar los programas de cohesión social para asistir a la gente más necesitada, agregando que se interesarán por la transparencia atendiendo así el clamor popular. Pero nadie dirá cómo harán para hacer financieramente sostenibles esos programas que en la medida en que sean más eficientes también requieren mayores recursos y por lo tanto demandarán que quienes más tienen contribuyan más para fortalecer la capacidad de inversión del Estado.
En otras palabras, estamos entrando en otra campaña de falsedades, de publicidad y propaganda, pero sin que se toquen los problemas de fondo.