Consta a los chapines que a través del tiempo venimos escuchando diversas opiniones sobre la validez del refrán que dice: «cada pueblo tiene el gobierno que se merece». Muchos aducen que la casta política fue la que con el paso de los años montó el actual andamiaje para su beneficio y, aunque más de alguno haya quedado afuera del tinglado, al poco tiempo regresa para dirigir cual marionetas a nuestra población. De aquí surge el criterio de la no inexistencia de partidos políticos, sino de casonas de empleo (algunos los llaman «clubes privados») en donde reparten cargos públicos al mejor postor o de acuerdo a las conveniencias personales del tatascán y del servil, como férreo círculo que lo rodea.
¿Será verdad que los guatemaltecos no podemos elegir a presidentes, vicepresidentes, alcaldes, diputados, síndicos o concejales a conveniencia de las mayorías, puesto que las nóminas, planillas, papeletas o como quieran llamarse se cocinan bajo el principio de «cuánto tienes, tanto vales», como que la selección se orilla hacia los más mañosos, corruptos, plegadizos, obedientes y no deliberantes? Si lo anterior es cierto ¿por qué no empezar a poner cada quien de inmediato de nuestra parte para ir formando una conciencia ciudadana basada en civismo o cultura política, no que dejamos a otros esa responsabilidad?
Está demostrado que a pesar de nuestra pasividad, poco a poco hemos ido despertando, como también percatando de tres cosas fundamentales: 1. Que no podemos continuar así; 2. Que somos autores de nuestro propio destino y 3. Que cada quien debiera tomar decisiones encaminadas a darle fin a la costumbre de elegir diputados postulados por políticos mañosos y en contubernio con la corrupción imperante o alcaldes ineficientes, incluso a dirigentes de turbias administraciones anteriores o presentes y a presidentes, como vicepresidentes que por anticipado sabíamos que no contaban con la capacidad y experiencia necesaria para construir un mejor futuro, muy a pesar de interesados politiqueros que nieguen tocar siquiera una coma de la Ley Electoral.
Muchos opinarán que no he dicho nada de quién sería el líder, el conductor o la figura que pueda ganarse a pulso la buena voluntad de los electores, cosa que llevamos muchos años buscándolo sin que aparezca. Eso merece una aclaración: es que vamos tarde, por lo que no es oportuno ni conveniente seguir perdiendo nuestro valioso tiempo sin ningún buen resultado hasta la fecha. Si bien es cierto que haciendo lo primero podría facilitarse la reconstrucción del país, también es verdad que ya tocamos fondo y que de seguir en las mismas eligiendo al «menos peor» o al que menos daño pueda causarle al país, sólo nos queda esperar la debacle o el desmoronamiento total. No sugiero hacer todo de una vez, sino ir despacio y con buena letra. ¿Por qué no empezar cambiando el sistema electoral para diputados y alcaldes?