«El campo ya no aguanta; hay hambre y pobreza.»
Pascual Pérez, ADRI
En Guatemala la estructura agraria todavía es la causa principal de la miseria en que vive la mayor parte de las familias campesinas e indígenas. A pesar que en los últimos años el término «desarrollo rural integral» fue adoptado por las principales organizaciones campesinas para presentar una propuesta en donde el centro del desarrollo del campo sean las personas, la oposición del sector tradicional, finquero y empresarial, fue como si se hubiera presentado una nueva iniciativa de Reforma Agraria.
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Cobijados en la tradicional cantaleta del peligro de la expropiación de la tierra que supuestamente contemplaba la iniciativa de ley 4084 que creaba el Sistema Nacional de Desarrollo Rural, la presión de los sectores más conservadores del país dieron al traste con la propuesta consensuada entre las organizaciones campesinas que forman parte de la Alianza para el Desarrollo Rural Integral (ADRI).
Nuevamente pudimos darnos cuenta cómo, en nuestro país, la representación del dinero tiene más importancia que la voz de miles de hombres y mujeres campesinos que exigen políticas públicas a favor de una vida digna, y no dirigidas, como hasta ahora, a que la estructura de la finca, que es injusta, racista y patriarcal, se consolide y se reproduzca en nuestro país.
Desde su fundación, pero especialmente a partir de la Reforma Liberal y con el inicio de los gobiernos militares de la contra revolución, el Estado de Guatemala ha estado a favor de la concentración de la tierra a través del despojo de los recursos de los pueblos indígenas. Además, ha propiciado que familias enteras se vean obligadas a ofrecer su fuerza de trabajo, a cambio de un sueldo miserable, a favor de finqueros que reciben millonarias ganancias como producto de la agroexportación. Durante los gobiernos liberales existieron leyes de vagancia para asegurar a la finca la mano de obra barata. Ahora, luego de 14 años de la firma de los Acuerdos de Paz, la pobreza y el desmantelamiento de la institucionalidad agraria mantienen las condiciones necesarias para que prevalezca el discurso sobre la generación de inversión como la mejor opción para el campo.
Mientras tanto, el inicio del año 2011 marca también el inicio del tercer año de gobierno de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE) y la misma desesperanza para el campo. A pesar que fue el voto del interior del país el que decidió en 2003 la presidencia de ílvaro Colom, y que el mandatario iniciara su administración evocando a la Revolución de Octubre y a la memoria de varios personajes que lucharon y fueron asesinados por construir una sociedad más justa, con especial atención al campo, las familias campesinas se encuentran en la misma o en peor situación en que las dejaron los pasados gobiernos militares, neoliberales y empresariales.
El actual Gobierno de Colom se ha limitado a ofrecer como única política a favor del campo los programas de Cohesión Social. Es claro que no pueden objetarse los programas de transferencias condicionadas que permiten a las familias campesinas contar con una cantidad mínima de dinero para su alimentación, educación y salud, pero a tres años de la actual administración es necesario dar los primeros pasos hacia la implementación de una política agraria en donde se ponga atención a las necesidades de las comunidades rurales.
Durante los últimos tres años, la principal excusa del Gobierno fue la falta de recursos para implementar la Política Nacional de Desarrollo Rural; en el Congreso, a los diputados la iniciativa de ley 4084 les ha interesado poco. El campo entonces, ¿hasta cuándo debe esperar?