En esta realidad de avasalladora individualización, las relaciones afectivas se transforman en un segundo de dulce sueño a pesadilla y no hay manera de predecirlo, pero sí de argumentarlo; de hecho ambas nociones permanecen latentes en los que se relacionan, aunque con distintos niveles de conciencia. El mundo moderno ha acarreado un ritmo de vida que corre veloz y la percepción que se generaliza es que la vida pasa volando y no hay tiempo para relacionarse porque en el momento de enamorarse ya se está gestando la posibilidad de desenamorarse. En una sociedad como la guatemalteca, que para describirla rápida se puede decir que tiene establecida su conciencia colectiva en los valores judeocristianos de profundo arraigo en la culpa que infunde la religión, de estragos característicos de sociedades colonizadas, la salud de las relaciones afectivas entre los humanos que la habitan están por lo tanto, permeadas por la autoinculpación que produce el fino chantaje religioso del pecado. A esto hay que agregar una larga historia de dominación ideológica y material por métodos y que han menguado la dignidad colectiva e individual; esto tiene secuelas que se reflejan en una autoestima baja y temor generalizado que se desboca en actos de violencia extrema. En otras palabras, el colectivo social en Guatemalita es reprimido y conservador.
En este contexto, las relaciones afectivas de pareja tienen altas posibilidades de manifestar los vacíos y las taras que tiene la colectividad, como una síntesis de su historia en la imposibilidad y lo efímero del presente. Por lo tanto, no es ésta una sociedad con salud afectiva por lo que las relaciones suceden desesperadamente en la incertidumbre que provee las ataduras sobre las cuales han sido formados los guatemaltecos. Las historias dantescas de abuso sexual, combinadas con relaciones incestuosas, violaciones a mujeres cometidas generalmente por personas allegadas a su círculo social, casos ascendentes de maternidad en mujeres jóvenes y casi niñas, violencia infantil, noviazgos que rápidamente se convierten en matrimonios y embarazos no deseados, son sólo algunos ejemplos de aquella insalubridad psicosocial en el relacionamiento y, además, en la salud sexual. Entonces, se desarrolla una formula compleja que combina por un lado la relativización de la calidad de las relaciones afectivas, en un mundo que hace del fetiche material el objeto exacerbado del deseo, incluida la relación humana como uno de esos objetos, pero en la dimensión virtual son ejemplos de esto el Facebook y el Second Life. Y por el otro lado de la moneda, en el ámbito de la sociedad guatemalteca se pueden encontrar características profundamente conservadoras de las relaciones, que aún tienen como referente el «hasta que las muerte nos separe» como definición romántica y política de las mismas, puesto que como se vio antes, un acto violento concluye casi siempre una relación afectiva basada en el dominio y la codependencia.
Ser adolescente o joven en medio de esa fórmula impone un reto para la realización del proyecto de vida; y para el Estado esa realidad debe ser atendida con responsabilidad y apertura, no con represión y prohibición. En este sentido, el Manual de Convivencia del Ministerio de Educación de reciente presentación, no contribuye en materia de construcción de relaciones afectivas saludables; inhibir la posibilidad de noviazgos y manifestaciones propias del relacionamiento como parte de la política educativa del Estado guatemalteco, esconde una posición que es medieval y retrógrada, característica de la influencia de valores opusdianos; es mejor enseñar, abrir, debatir, confrontar. Reprimir de esta manera sólo daña uno de los dos acontecimientos del tiempo humano, el afecto; el otro que es la muerte de la cual ya bastante campo tiene ganado por estas latitudes.