Demasiada agua ha bajado entre los arcos del Puente de los Esclavos, desde que Juan José Arévalo acuñó esa frase de las Alegres Elecciones.  Hoy entramos al primer tercio de la corrida electoral.  Y recién se empiezan a preparar con sus mejores trajes de luces los presuntos candidatos punteros en la primera encuesta hipotética de intención del voto.  Sin mencionar la dificultad legal que presentan tres supuestos diestros en la participación en el ruedo.  A menos que los indultara el juez de plaza, estarían dentro de la nómina de maestros de lidia.  La tarde promete dentro del argot taurino una plaza llena de aficionados, que gusta de la fiesta brava, cualidad indispensable en la contienda sangrienta que ofrecerán los cinco matadores profesionales, que darán el espectáculo de carnicería más sonado en los últimos cuatro años.  Y si a esta fiesta añadimos los coros que vienen de otros países sudamericanos, para enardecer aún más la tarde taurina, pues no faltará nada.  La mesa está servida para que la contienda dé principio.  Los capotes al viento y las espadas desenvainadas  muestran sus insignias dentro de la fiesta brava; las coletas recogidas, y los trajes de luces, cada uno con su color de divisa; la cuadrilla atenta a interferir cuando el matador lo solicite, los picadores se pasean ya por el corral, engalanados sus caballos para a embestir al toro, y los diestros nerviosos tratan de guardar la calma. Aun, así sea sólo en apariencia, se platican unos entre otros, comentan detrás de la barrera, intercambiando parabienes. Nosotros, los espectadores, ignoramos la conversación; puede ser que estén pactando las ganaderías, echándolas a la suerte, en qué puesto entrar a probar suerte en la reyerta de los toros.  Los aficionados empiezan a buscar sus lugares con las entradas en la mano, encuentran sus sitios, para no perderse de nada.  Sol y sombra siempre divididos.  Al final, lo que importa es quién corte más orejas y algún rabo.  Que empiece la fiesta.