Perquí­n


En las montañas de Morazán, en el Oriente de El Salvador se encuentra el municipio de Perquí­n. Habí­a escuchado hablar de ese lugar, de lo ocurrido durante la guerra y del Museo de la Revolución que allí­ se halla y aprovechando mis vacaciones en el vecino paí­s, fui hacia allá para conocer.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

El municipio estuvo en lo que se llamó la Zona Roja del control guerrillero de El Salvador durante el conflicto armado, seguramente por ello alberga este museo, fundado por Rolando Cáceres o Comandante Mario como un homenaje a los héroes y mártires de la guerra.

Luego de pagar un dólar y veinte centavos  para ingresar, aparecen ante mí­ imágenes de hombres y mujeres que murieron peleando por la libertad de su paí­s, entre ellas por supuesto la foto de Farabundo Martí­.

Notas de periódicos que relatan lo que ocurrí­a, las masacres, los abusos cometidos contra el pueblo, afiches (muchos de ellos en alemán) en donde se plasma la ideologí­a de las y los revolucionarios salvadoreños y hago énfasis en el género, porque una de las cosas que más me llamó la atención fue la presencia de la mujer en todo el conflicto, a diferencia de acá, que en contadas excepciones se hace referencia a las mujeres como protagonistas; allá tienen un lugar preponderante en todo lo que se encuentra en cada una de las salas, principalmente en la que simula ser una cabina de la Radio Venceremos.

Muchas armas utilizadas durante la guerra, una computadora portátil  (antiquí­sima) y una televisión de bolsillo, para saber sobre lo que estaba ocurriendo y ver los sábados a Cantinflas como reza el letrero que la acompaña, son algunas de las cosas que pueden observarse.

Pero quizá lo más impactante, es el enorme agujero que dejó la explosión de una bomba de 500 libras que lanzó el Ejército durante la guerra y el campamento guerrillero que se encuentra a unos cuantos pasos, en donde se puede ingresar a un tatu (agujeros dentro de la tierra donde se escondí­an los guerrilleros), caminar por un puente de hamaca, ver las improvisadas clí­nicas y de nuevo escuchar en todo momento las transmisiones de la Radio Venceremos animando a quienes luchaban para seguir adelante. Al salir de allí­ no pude dejar de pensar en Roque Dalton, por cierto el poema de amor que escribió también tapiza un pedazo de pared del museo; en Claribel Alegrí­a, en Miguel Mármol y claro pensar en mi paí­s, en su guerra, en tanta destrucción y tanta lucha por una vida digna. Ojalá en Guatemala hicieran algo similar, y se rindiera homenaje a nuestros héroes y mártires que los hubo por supuesto, ojalá nos sintiéramos más orgullosos de haber tenido hombres y mujeres valientes y que los más jóvenes valoraran todo eso.