Este artículo debería publicarlo un cronista deportivo. Particularmente un periodista que escribe o narra encuentros de fútbol sin compromisos con los federativos de ese deporte, los dirigentes de los mal llamados clubes o los patrocinadores de equipos de la liga nacional. Un cronista con ética y suficientes conocimientos de la disciplina; eficiente y eficaz.
  Como no veo que alguno de esos periodistas intente plantear una ligera crítica al fútbol que se practica en Guatemala, lo hago yo que no soy más que un aficionado y, por lo tanto, neófito en las actividades, características y trasfondos de la Federación Nacional de Fútbol.
  Resumo lo que publiqué el lunes 22 de noviembre anterior, cuando me referí al impúdico empate que yo supuse que era una componenda entre Municipal y Comunicaciones, cuando tomé la absurda decisión de acompañar a nietos e hijos al estadio Mateo Flores. Una rústica chamusca. A los rojos no les convenía que perdieran los cremas, porque unos sin los otros no llevan público a las graderías. Si los blancos perdían, no participaban en la liguilla, y si los escarlatas eran derrotados, no figurarían en el primer lugar de la hexagonal. Se imponía un empate.
  Ambos llegan a la final de dos partidos. En el primero y por pura coincidencia igualan a un gol. Lo ideal para que los ingenuos aficionados abarroten el estadio el domingo siguiente. En un momento dado, el árbitro marca un penal que se encarga de patearlo el «mejor» jugador de la liga. El Pando. ¡Qué horrorosa y evidente farsa! Envía delicadamente el balón a las alturas, como si fuese a propósito Viene el desempate también mediante penales y, según el titular de un suplemento deportivo del pasado domingo, los cremas pasan «De la crisis a la gloria» ¡Ah disparate tan hiperbólico!
  Mientras tanto, los equipos departamentales viendo resignados a lo lejos el desteñido «clásico», por más que sus aficiones los alienten y sus patrocinadores los amenacen con retirarles el financiamiento. Y corre y va de nuevo. Dentro de pocos días, con los mismos futbolistas que se agotan si trotan 25 metros, más «refuerzos» extranjeros mayores de 30 años que han sido desechados de sus países. Todos saldrán sudorosos por haber pateado pésimamente la pelota a diestra y siniestra sin jugadas de conjunto.
  Los rojos, dependiendo de un estupendo portero panameño, y los cremas absortos ante las «habilidades» de un fulano apodado El Tanque, esperando órdenes de los dueños mexicanos del conjunto, amañados con los locutores de la «televisión guatemalteca» que no ocultan sus preferencias por los blancos, indecentemente forzados por sus jefes.
  Lo peor es la selección «nacional». Hasta el entrenador, un paraguayo que gana alrededor de Q1 millón al año, confesó que fue «vergonzosa» la derrota de su equipo (4 a 1) con el América, de México. Pero el derrotero de fracasos, humillaciones y bochornos continuará, como ha venido ocurriendo desde hace décadas. Menos mal que la dignidad de Guatemala no está en once pares de piernas, aunque sí la ilusión de niños y adolescentes.
  El pisto sigue corrompiendo. En vez de destinar tanta millonada de quetzales a la selección y a los mismos clubes, algo debe hacerse. Dedicar ese dinero a otros deportes o a preparar a chicos con aptitudes futbolísticas, pero en todo el país, no sólo entre los influyentes capitalinos. Fiscalizar los gastos de la federación, las dietas, viajes y distracciones de los dirigentes de la selección y de los llamados clubes. No es posible seguir ese escarnio y engaño a los aficionados, ni dilapidar el escaso dinero de los contribuyentes.
  (El ignorante aficionado Romualdo Tishudo pregunta a un fanático: -¿De quién es ese perro guía que está en la gramilla? El tipo responde: -Es del árbitro, que lo trae y lleva a su casa).