A las puertas de un nuevo ciclo gregoriano, conviene observar con el lente grande el año que se asoma. El 2011 será recordado como un período cargado y convulsionado, como suele suceder con las fechas en las que se desarrollan los eventos electorales, pero a diferencia de otros, el que viene será álgido por varias razones que matizarán la próxima lucha por el gobierno del país. La campaña electoral será el pivote alrededor del cual girará toda la dinámica de la vida política, económica y social, he aquí la característica relevante del año; aunque ésta parece una verdad de Perogrullo, conviene detenerse para observar la influencia de este evento en la lógica cotidiana y su significación en la historia, dos dimensiones diferentes y complementarias que pocos logran atar. En círculos familiares, laborales, públicos o académicos el tema obligado es ya la política electoral, y especialmente la cuestionante sobre quién gobernará el próximo período. Se verán pasar cientos de análisis sesudos y variopintos tratando de resolver esta incertidumbre, como si saberlo fuera la clave principal para resolver este rompecabezas de millones de piezas llamado Guatemalita.
Aunque el país y la complejidad de sus contradicciones hagan parecer de esta latitud, efectivamente un acertijo indescifrable, la vía no es terminar de armar el rompecabezas, la dinámica impone que cada día aparezcan más piezas y el fotograma para armar cambie a cada momento. Un nuevo gobernante tendrá la posibilidad de agregar más piezas, pero su misión no es concluir el crucigrama porque de hecho no puede, y segundo hay otros poderes y factores que juegan e influencian en el mismo tablero. En este escenario de incertidumbre, el año será el prólogo de un nuevo capítulo de la historia del país, el libro empezó hace mucho tiempo y los argumentos centrales son sabidos, pero hay un afán por ocultarlos porque la verdad es lacerante, es indigna, es avasalladora. La expectativa electoral tuvo ya prolegómenos en el 2010, mismos que anticipan una contienda electoral polarizada; con grandes flujos de dinero apostando al caballo ganador; la expectativa de mujeres luchando por el poder no tendrá reflejo en una efectiva elección por las mismas, aún es ésta una sociedad que hace prepolítica y de hecho se anticipa que se verá reducido el número de mujeres con diputaciones. Por otro lado, no necesariamente le toca al «siguiente»; si se rompiera en esta ocasión aquella característica del sistema que no repite el que gobierna, eso podría ser un síntoma tenue de fortalecimiento institucional democrático, aunque nuevamente se avizora la política caníbal antes que la sensatez. Aunque de hecho el espectro ideológico es en general del centro hacia la extrema derecha, la oligarquía enfrenta en esta ocasión la disyuntiva de poder avanzar un proyecto único; se avizoran divergencias en las cámaras o en las familias, las fracturas que ocasionaron sus propios torpes operadores en el gobierno anterior, dejó salir la podredumbre y la verdad gansteril en este periodo. Ese factor debería hacer diferencia en el escenario electoral porque permitiría la oportunidad de vincular la historia de impunidad de Guatemalita con las ofertas del año electoral para descubrir las intenciones y las posibilidades reales de los aspirantes.
La historia de injusticia de este país le cobra a sus perpetradores, y le complica desde ya a la oligarquía su tradicional influencia sobre el Estado y el gobierno. Es por eso que «quieren retomar el camino» y aluden al «verdadero ciudadano». Al final del año se sabrá quién ganará la Presidencia, pero esa certeza no resolverá la historia, solo es la antesala de un nuevo capítulo en las contradicciones de esta sociedad.