Lula deja como legado un Brasil renovado


Luiz Inácio Lula da Silva (D), presidente de Brasil, entregará el poder el próximo sábado a Dilma Rousseff (I). FOTO LA HORA: AP Andre Penner

Luego de poner sus inflamados tobillos sobre un desvencijado sofá, Dilma de Lima, de 62 años, reflexiona sobre una vida de pobreza en las favelas y el humilde apartamento construido por el gobierno al que ahora llama hogar.


«La vida nunca ha sido mejor», dijo Lima con el resoplido caracterí­stico de la bronquitis. «Todo mi agradecimiento es para Lula, el salvador de los pobres».

Lula, por supuesto, es Luiz Inácio Lula da Silva, el preciado mandatario brasileño y primer presidente surgido de la clase trabajadora que termina su segundo periodo cuadrienal de gobierno el primero de enero, cuando traspasará el poder a la sucesora que él mismo eligió, Dilma Rousseff, una tecnócrata de carrera que ganó las elecciones presidenciales gracias a las tasas de aprobación récord de su mentor.

Silva, de 65 años, deja un Brasil que dejó de ser una nación malograda para convertirse en una figura con nueva influencia polí­tica y económica, programas sociales modelo y que se vanagloria de ser la sede de la Copa Mundial del 2014 y los Juegos Olí­mpicos del 2016.

Desde que Lula fue elegido presidente por primera vez en el 2002, la clase media creció en 29 millones de personas %u2014más que la población de Texas_, lo que creó un nuevo y poderoso mercado interno de consumo. Otros 20 millones de personas %u2014las mismas que habitan el estado de Nueva York%u2014 salieron de la pobreza. El paí­s que recibió un rescate récord de 30.000 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional cuando estaba al borde del colapso económico en el 2002 es ahora acreedor del FMI, con un aporte de 5.000 millones de dólares disponibles para préstamos a otras naciones.

Otros sólo pueden soñar con tener los logros de Lula: la moneda brasileña se ha apreciado 107% en su paridad con el dólar estadounidense. La desigualdad se ha reducido, ya que el ingreso del 10% más pobre de su población ha crecido seis veces más rápido que el del 10% más rico. La inflación está bajo control, el desempleo está en un nivel mí­nimo y el analfabetismo ha disminuido. Para cuando Brasil reciba los Olí­mpicos, se prevé que sea la quinta economí­a más grande del mundo, por encima de Italia, Gran Bretaña y Francia.

Los temores iniciales de que el lí­der izquierdista y ex dirigente sindical que luchó contra la dictadura de Brasil llevarí­a al paí­s hacia el socialismo resultaron infundados. Lula repelió a las facciones más radicales del Partido de los Trabajadores y usó polí­ticas económicas ortodoxas que llevaron al paí­s a un crecimiento sin precedentes. Bajo el mandato de Lula, la economí­a de Brasil se expandió, en promedio, dos veces más rápido de lo que lo hizo en las dos décadas previas, a un ritmo de 4% anual.

Pero el legado de Lula va más allá de las cifras y los hechos. Está en el brillo de los ojos de una habitante de las favelas como Lima, quien se identifica con las raí­ces de Lula y siente orgullo de que fuera un hombre de las masas pobres quien finalmente haya logrado sacar adelante a Brasil.

«Por décadas viví­ en una casucha donde el drenaje se desbordaba cada vez que lloví­a», dijo Lima, mientras cuatro niños saltaban en su nuevo apartamento de dos dormitorios en la favela de Paraisópolis. «No tení­a ventanas, lo que empeoró mi bronquitis. Ahora mira este. Tengo piso de concreto, no el drenaje. Ventanas que permiten que el aire fluya… ¿sientes esa brisa? Estoy mejor de salud. Es gracias a Lula».

Esa devoción es constante a lo largo y ancho de Brasil, y le da a Lula una popularidad sin paralelo.

De acuerdo con la compañí­a encuestadora Gallup, el presidente estadounidense Harry Truman tení­a una tasa de aprobación similar al 87% de Lula tres semanas después de que los Aliados aceptaron la rendición de la Alemania nazi tras la Segunda Guerra Mundial. Truman dejó la presidencia con 32% de aprobación. George W. Bush tuvo 90% de aprobación 10 dí­as después de los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, la tasa más alta registrada por Gallup para un mandatario de Estados Unidos. Sus números cayeron rápidamente y terminó su gobierno con una tasa de 34%.

El éxito de Lula al interior impulsó su polí­tica exterior. Haciendo a un lado la tradición brasileña de tener una diplomacia reservada y sobria, Lula usó su carisma para forjar una amplia gama de sociedades. Asistió a las manifestaciones de Hugo Chávez en Venezuela, menos de dos semanas después de haber invitado a Bush a pescar. El año pasado se vio con el presidente iraní­ Mahmud Ahmadinejad, a quien recibió con un abrazo de oso. Unos meses después, el ministro del Exterior de Israel lo visitó y le pidió ayuda para contener las ambiciones nucleares de Irán.

«La personalidad de Lula, su habilidad para comunicarse, lo han ayudado a dejar un paí­s que confí­a más en sí­ mismo que cuando asumió su cargo», dijo Peter Hakim, de Diálogo Interamericano, un centro de análisis polí­tico con sede en Washington que ha dado seguimiento a Brasil por 45 años. «Esa confianza no es sólo entre los ricos, no es sólo entre los pobres, es algo que se ha vuelto una cualidad nacional».

No siempre fue un camino fácil para Lula.

Su primer año en el poder fue turbulento, pues la economí­a de Brasil fue sacudida por el temor de los mercados. En el 2005 fue golpeado por un escándalo de compra de votos en el Congreso que obligó a sus principales allegados a renunciar. Aunque nunca fue conectado directamente con el presidente, manchó la reputación del Partido de los Trabajadores.

Si bien la gira de despedida de Lula por el paí­s ha sido enmarcada por emotivos actos públicos, hay señales de que Brasil está, en cierta forma, listo para dar vuelta a la página de Lula y mostrar que su éxito no depende de él.

Un documento oficial divulgado este mes en el que se describen los logros de su gobierno %u2014en 2.200 páginas%u2014 fue recibido con aplausos, pero también con una dosis de escarnio. Una caricatura editorial en el renombrado periódico brasileño Folha de S. Paulo mostraba a Lula en la cima de una montaña, bañado en luces y sosteniendo su libro sagrado. «Es como la Biblia», decí­a. «Pero tiene más milagros».

Lula no cumplió todas sus metas, en particular respecto a las muy necesarias reformas fiscal y de seguridad social. El sistema educativo del paí­s aún está rezagado, al igual que su infraestructura, algo que podrí­a entorpecer la realización de la Copa Mundial y los Olí­mpicos. Un mayor avance económico podrí­a verse amenazado por los embotellamientos en carreteras y ví­as férreas que transportan materias primas a la costa para su exportación.

«Su legado tendrá algunos huecos, algunos espacios vací­os donde deja trabajo por hacer», dijo David Fleischer, politólogo de la Universidad de Brasilia.

La firme creencia de Lula de que el diálogo es la solución a todos los problemas internacionales también ha sido blanco de crí­ticas, en especial cuando Brasil se ha alejado de Estados Unidos para acercarse a regí­menes no democráticos.

«La posición de Brasil en relación a Irán, no sólo en lo referente a sus derechos humanos, sino también a la cuestión nuclear, es negativa», expresó Rubens Barbosa, quien fue embajador ante el Reino Unido y Estados Unidos durante el gobierno del predecesor de Lula, Fernando Henrique Cardoso.

Y aun así­, el más acérrimo de los crí­ticos no se atreverí­a a negar los avances que Lula ha conseguido para que millones de brasileños levantaran la cabeza y elevaran sus aspiraciones.

Quizá Lula mismo fue quien describió mejor el fenómeno tras ganar la presidencia en su cuarto intento.

«Finalmente la esperanza venció al miedo, y la sociedad brasileña decidió que ya era tiempo de seguir nuevos caminos», declaró en su toma de posesión en el 2003. «No soy el resultado de una elección. Soy el resultado de la historia. Estoy materializando los sueños de generaciones y generaciones que, antes de mí­, lo habí­an intentado y fracasaron».

LULA No dejará la polí­tica


El presidente Luiz Inácio Lula da Silva afirmó que seguirá activo en la vida polí­tica después de entregar el poder tras ocho años de mandato.

«Dejar de hacer polí­tica para mí­ serí­a lo mismo que dejar de alimentarme o respirar», dijo Lula en su columna semanal «El Presidente Responde», divulgada el martes por la presidencia, en la que responde consultas enviadas por lectores de los medios de comunicación que la publican. La de esta semana fue la última columna de su gobierno.

Lula, quien entregará la presidencia el sábado tras ocho años en el poder, respondió a un lector que no podí­a abandonar la vida polí­tica porque serí­a «tirar por la ventana la experiencia acumulada en un gobierno que es considerado exitoso».

Recordó que tiene el proyecto de llevar a paí­ses pobres de América Latina y ífrica la experiencia acumulada por su administración de combinar crecimiento económico con polí­ticas de transferencia de ingreso.

«Me siento con bastante energí­a para contribuir con la construcción de naciones prósperas, con pueblos que vivan en libertad y con justicia social», agregó.

Adelantó también que quiere actuar dentro de su Partido de los Trabajadores (PT) para impulsar las reformas polí­tica y tributaria, que su gobierno intentó aprobar pero no lo consiguió.

Otro lector recordó a Lula que en su infancia soñaba con ser conductor de camión y le consultó si el haber conducido los destinos de Brasil completó su anhelo.

«Brasil es eso, un camión cargado de cosas muy buenas, positivas, rodeado de otras negativas. Felizmente estamos consiguiendo iniciar el proceso de retirar las desigualdades sociales y regionales, de acabar con el complejo de inferioridad y sacar de la pobreza a millones de personas», respondió.

Lula, quien perdió tres elecciones presidenciales antes de ganar los comicios de 2002 y 2006, entregará el poder a su ex ministra Dilma Rousseff, a quien él mismo escogió como candidata del izquierdista PT.