El kibutz se moderniza al cumplir centenario


Un hombre camina cerca de Hulda, uno de los kibutz simbólicos en el centro de Israel FOTO LA HORA: AP Oded Balilty

Las granjas comunitarias austeras que fueron durante mucho tiempo uno de los sí­mbolos más conocido de Israel están celebrando su centésimo aniversario con su ideologí­a socialista en deterioro y con sus poblaciones escasas y envejecidas.


Un policí­a israelí­ examina un cohete, presuntamente palestino, que cayó sobre un kibutz, granjas que se encuentran en medio de la violencia en Medio Oriente. FOTO LA HORA: AP Tsafrir Abayov

Por ello, en busca de su reactivación, el movimiento del kibutz ha adoptado fórmulas decididamente capitalistas.

El movimiento de los kibutz ha vuelto su mirada hacia la propiedad privada y a entablar negocios con empresarios occidentales, además de conversar con urbanizadores sobre la construcción de casas en terrenos donde alguna vez se sembró el trigo y donde pací­an las vacas.

Con esta modernización, la afiliación está creciendo tanto con sangre nueva como de antiguos miembros de kibutz que habí­an huido de los confines de la vida comunal, pero que ahora empiezan a regresar.

El kibutz Hulda, en el centro de Israel, es un claro ejemplo.

Esta granja, recordada como una plataforma para los convoyes de judí­os que trataban de romper el asedio árabe sobre Jerusalén durante los combates generados por la creación del estado de Israel en 1948, ha experimentado el derrumbe de su número de miembros, a cerca de 110 personas. Llegó a tener más del doble de habitantes durante su apogeo en la década de 1980.

Fue entonces cuando el movimiento del kibutz en su totalidad comenzó a ser golpeado por la crisis económica y el atractivo de una mayor libertad exterior.

Al igual que otros muchos kibutz, Hulda cerró su comedor comunitario. En una reversión importante de algunos de los principios fundamentales del movimiento %u2014la igualdad%u2014 los miembros del Hulda ya no reciben salarios iguales sino que reciben un pago de acuerdo con el tipo de trabajo que realizan.

Los directores ganan más que los peones.

El kibutz, que una vez fue el hogar del escritor Amos Oz, se sostiene en gran medida gracias a los sueldos de los miembros que trabajan en empleos externos, a la agricultura y al arrendamiento de tierras y edificios.

Y como casi tres decenas de kibutz, están construyendo un nuevo barrio para las personas que no son miembros y que deseen disfrutar de los beneficios de la vida rural, sin tener que compartir los valores de la fundación del kibutz.

En un extremo del kibutz y separada por una estrecha carretera, el ruido de los andamios, taladros y martillos anuncian la llegada de un esperado proyecto revitalizados.

Aún en construcción, las 110 viviendas ya se han vendido, dijo el director del proyecto Itzik Gedalia. Las viviendas tendrán un promedio de 162,58 metros cuadrados (1.750 pies cuadrados), casi el doble de tamaño que el promedio de los kibutz y significativamente más grandes que los apartamentos de la mayorí­a de los israelí­es.

Los residentes podrán ser propietarios de estos hogares, a diferencia de los integrantes de kibutz, que han rechazado durante mucho tiempo la idea de la propiedad privada.

«Cuando nadie querí­a mirarnos, parecí­a esta era la única manera de mantener viva a Hulda», dijo Amotz Peleg, quien nació allí­ hace 67 años. «No se puede mantener una comunidad viva con 100 miembros y unos pocos arrendatarios. Uno no puede mantener una clí­nica, guarderí­as infantiles o una tienda de comestibles», agregó.

Sin embargo, como el Estado es propietario de los terrenos en los que están asentados los kibutz, las granjas comunales no obtendrán ganancia alguna de la venta de las viviendas. Sin embargo, Hulda espera que la infusión de nuevas familias les ayuden a conservar instituciones como la escuela, la clí­nica local y tiendas de abarrotes, debido a que al no ser miembros del kibutz deben pagar por utilizarlas, dijo Peleg.

La liberación del marco legal original del kibutz también ha atraí­do de vuelta a algunos integrantes de kibutz, que dejaron sus hogares en busca de una mayor libertad, y ahora están regresando como miembros. La misma hija de Peleg, Galia Peleg, es una de ellos.

«Tan pronto como Hulda fue privatizada, fue una de las razones que me hizo regresar», dijo Galia Peleg. «Comprendí­ que podí­a mantener mi calidad de vida en lo material y al mismo tiempo me beneficiarí­a de la vida comunitaria», agregó. Su hermano también está en proceso de convertirse en un miembro.

Según los funcionarios de movimiento, la población total de kibutz hoy en dí­a es de aproximadamente 127.000 personas frente a 115.300 que habí­a hace cinco años %u2014 alrededor del 1,6% de la población total de Israel. Cerca de 4.000 de esas personas no son miembros. Durante su apogeo, alrededor del 3,5% de la población israelí­ eran integrantes de un kibutz.

En la actualidad existen alrededor de 270 kibutz en todo el paí­s, y aún tienen peso económico. Sus fábricas y granjas generan el 9% de la producción total industrial de Israel, por un valor de 8.000 millones de dólares, y significa el 40% de la producción agrí­cola total, valuada en más de 1.700 millones de dólares.

Invento de los sionistas socialistas de Europa oriental, el kibutz se convirtió rápidamente en un sí­mbolo del espí­ritu pionero y socialista de los primeros años del paí­s. El primero fue Degania, fundado a orillas del Mar de Galilea, en octubre de 1910.

Los comuneros construyeron gran parte de los asentamientos que definieron y defendieron las primeras fronteras al nacer el estado de Israel. Muchos de los primeros lí­deres polí­ticos, militares y empresariales de Israel provení­an de los kibutz, y las comunas atrajeron a miles de voluntarios extranjeros.

El movimiento fue único en los anales del socialismo porque ninguna otra forma de colectivismo voluntario atrajo a tantos devotos. Su ideologí­a socialista y sionista se basaba en el principio de la mano de obra agraria común, que compartí­a ingresos, comidas y la vivienda con los niños. Incluso las decisiones personales, %u2014como la opción de qué carrera estudiar la universidad%u2014 podrí­an ser objeto de una votación.

Pero con los años la idea ha perdido su brillo de utopí­a comunitaria, reflejo del cambio que ha sufrido Israel hacia una economí­a industrializada de mercado y un mayor énfasis en los objetivos individuales.

Varios miles de los miembros más jóvenes se marcharon a las ciudades en la década de 1980, hastiados con las restricciones de la vida del kibutz. Mientras tanto, el patrón polí­tico del kibutz, el Partido del Trabajo, perdió su hegemoní­a polí­tica y económica que garantizaba a las comunas un tratamiento favorable.

Los kibutz contrajeron deudas de millones de dólares, que crecieron despiadadamente durante la hiperinflación en la década de 1980, llevando a algunos al borde de la quiebra y a la mayorí­a los obligó a deshacerse de parte de la vida comunitaria.

Sin embargo, algunos kibutz están prosperando económicamente, y cerca de 15 siguen el modelo tradicional completo de estas comunas, de acuerdo con el movimiento del kibutz.

«No se puede mantener una comunidad viva con 100 miembros y unos pocos arrendatarios. Uno no puede mantener una clí­nica, guarderí­as infantiles o una tienda de comestibles.»

Amotz Peleg

Habitante del kibutz Hulda

CIFRA


1.6

por ciento

Población israelí­ que forma parte de los kibutz