Acostumbrado a un individualismo que nos separa radicalmente, llama la atención las prácticas de resabio cristiano que aún permanecen entre la gente y que afloran en estos días navideños. Me refiero al deseo de dar, que practica la muchedumbre en el que, sin duda, se invierte mucho dinero. Pondré algunos ejemplos para señalar esos arrebatos de bondad que nos inundan en estos días.
Consideremos, para el caso, el intercambio de regalo familiar en el que se involucra (al menos) la clase media. Un amigo me compartía su preocupación y hacía números de cuántos presentes tenía que comprar para compartir con sus abultados miembros. Su preocupación no era la típica del avaro, el tartufo que sufre por el drenaje de recursos, sino la del sujeto feliz que esperaba la fecha para compartir la cena e intercambiar afecto. No sé si durante el año es demasiado generoso con los suyos, pero estoy seguro que en Navidad le nace un sentimiento particular que personalmente me sorprende.
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Luego está el ejemplo de «la Purísima» o «la gritería» en Nicaragua. La tradición invita a regalar comida, juguetes o lo que la imaginación sugiera a aquellas personas que se apresten a cantarle a la Virgen en un muy cuidadoso altar adornado en casa. La cantidad de gente que (afinadas o desafinadas) reza y canta a la «Madonna» es increíble. Y más increíble aún que la gente regale tanto: refrescos, caña, naranja, nacatamales, pelotas, palanganas, dulces (cajetas), juguetes… Uno se pone a pensar cómo se puede regalar tanto en torno a un evento de raigambre cristiano.
Seguidamente están quienes comparten bienes con los pobres (estos son los menos, me parece). Conozco gente que ahorra todo el año -como el ejemplo de los anteriores casos- para, -recolectado el dinero- comprar juguetes y comida para niños de barrios marginales. Este es el ejemplo que más me conmueve porque implica una ascesis sui géneris y una mística que es imposible no admirar. Esas personas, como Papá Noel, se van para los días previos a la Navidad a compartir con los niños la alegría de dar y recibir. El evento puede durar casi toda la mañana, pero la felicidad que obtienen todos es maravillosa.
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Estos tres ejemplos muestran cómo no todo está perdido en este mundo materialista, lleno de consumismo y radicalmente individualista. Todavía hay muestras de generosidad y sensibilidad hacia los más necesitados. Aún se comparte con la familia y existe la preocupación por quedar bien y reconocer la bondad de tanta gente que está alrededor. Y esto no es privativo de la clase media, entre la gente de escasos recursos también se comparte y se intercambian los pocos bienes que se poseen.
Si hay algo que deba rescatar de estos días cristianos es precisamente esta conversión «mágica» que sucede, como mínimo, en Navidad. Lástima que después volvamos a lo mismo y el prójimo nos importe un comino. Deberíamos vivir en clave natalicia todo el año. Si así fuera otro mundo sería posible.