Gran Bretaña sigue siendo un miembro reticente de la Unión Europea, 24 años después de haber ingresado a Europa al término de un largo y difícil proceso.
No es extraño por lo tanto que sea la discreción el rasgo que más caracterizará las celebraciones en Londres, cuna de los euroescépticos, del 50 aniversario del tratado de Roma, que dio nacimiento a Europa.
El primer ministro Tony Blair se reunirá con sus homólogos de los 27 países de la UE en Berlín el domingo para marcar el aniversario del tratado que el 25 de marzo de 1957 marcó el nacimiento de la Comunidad Económica Europea.
Cincuenta años más tarde, nada permite prever que la actitud reticente de los británicos hacia Europa vaya a cambiar en el futuro próximo.
Blair se prepara a dejar su cargo dentro de pocos meses, pero su probable sucesor, el ministro de Finanzas Gordon Brown, no es conocido por ser un ferviente partidario de Europa.
En Bruselas se le conoce más bien por su ferviente defensa de una economía liberal y por dejar precipitadamente las reuniones europeas dando claras señales de frustración.
«No es un secreto que la UE no tiene un puesto especial en el corazón de Brown», subrayó Marco Incerti, experto del Centro para los Estudios Europeos en Bruselas.
Gran Bretaña mantuvo durante largo tiempo relaciones difíciles con sus aliados europeos, desde que Francia puso su veto en 1963 al ingreso en la CEE de Londres, que se unió sólo diez años más tarde.
Durante esos años, la exasperación de los británicos hacia Europa creció, particularmente a causa de temas como el proteccionismo y la política agrícola común (PAC).
Gran Bretaña, junto con Dinamarca y Suecia, también rechazó unirse al espacio común europeo, que concluyó con la introducción de la moneda única, el euro, en el 2002.
En este contexto, la polémica respecto a Irak vino a empeorar las cosas, tras la decisión de Blair de apoyar a Washington en su invasión del país árabe, lo que envenenó las relaciones con sus socios europeos e hizo fracasar el proyecto embrionario de una política exterior común.
Los euroescépticos tuvieron un momento de gloria en 2005 cuando los electores de Francia y de Holanda, dos de sus seis miembros fundadores del proyecto europeo después de la guerra, hicieron fracasar estrepitosamente el proyecto de constitución europea que había sido redactado tras interminables y difíciles negociaciones.
Para Blair, el No a la constitución no fue una buena noticia, en cuanto que él había aprobado personalmente el texto de la constitución. Pero sí le supuso un respiro de alivio, ya que le evitó tener que asumir la responsabilidad en caso de un fracaso en Gran Bretaña de un referendo sobre la constitución.
Gran Bretaña, que según los más cínicos habría ingresado en la UE por perturbar el dúo franco-alemán, fue un gran defensor de la ampliación al este de la Unión, que redujo el peso de París y Berlín.
Esta expansión permitió la llegada a la UE de una serie de países del este europeo, fervientes conversos a la economía liberal, y algunos de ellos, como Polonia, también euroescépticos.
Tras décadas bajo la esfera de influencia soviética, a esos países no les interesa hacer concesiones a Bruselas de su soberanía.
Blair se felicitó sin embargo por adelantado de la Declaración de Berlín que será suscrita la semana próxima, que pondrá de manifiesto los avances de la construcción europea y omitirá toda referencia a la constitución.
«Celebrar 50 años de la Unión Europea, que aportó paz y prosperidad a un continente destruido por la guerra, será bueno para el conjunto de Europa», declaró Blair.