Entregados a la familia


No hay otra ocasión en el año en la que familiarmente se comparta tanto como en la Navidad, cuando aflora lo mejor de cada quien y se dejan de lado diferencias y dificultades para centrarse en la celebración del nacimiento del Niño Jesús. Aún en la distancia se siente el calor de la unidad de las familias y en este tiempo de comunicaciones expeditas y efectivas podemos compartir aún con quienes viviendo lejos tienen el deseo de ser parte de esa festividad.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Ciertamente también tenemos que recordar ahora a quienes fí­sicamente ya no están con nosotros, pero que viven en nuestro recuerdo y en nuestras oraciones. Por ello es que también esta fecha tiene algo de nostálgico, porque siempre afloran los recuerdos de aquellos que se adelantaron en el camino a la vida eterna.

Indudablemente quienes más gozan de la Navidad son los niños, no sólo por los regalos que los adultos colocan al pie del árbol o del Nacimiento, sino porque sienten y se contagian de ese espí­ritu que embarga a los adultos y que prodiga buenos deseos y bendiciones para todos.

Hace muchos años fuimos nosotros los que como niños ocupamos el centro de atención de las Navidades, pasando la estafeta después a nuestros hijos y para quienes tenemos la bendición de gozar de nuestros nietos, ahora la alegrí­a se multiplica porque uno la siente en forma directa, la ve en sus hijos que gozan con los suyos y se vuelve casi explosiva cuando se comparte con los hijos de los hijos.

Diez son a la fecha mis nietos y para febrero esperamos a Mariana que será la undécima de esa generación. No puedo negar que me hacen demasiada falta los seis que viven en el extranjero y con quienes no compartiré esta noche el tamal, pero con quienes gracias a la Internet estaremos rezando a la misma hora ante el Niño Dios, justo cuando en Guatemala reviente la coheterí­a que es caracterí­stica de la celebración. A esa hora estaremos dando gracias por las enormes bendiciones que hemos recibido, la más importante de ellas la vida misma, y por las satisfacciones que poco a poco se van acumulando en esta nuestra vida que puede tener momentos que parecen difí­ciles, pero que en el balance general siempre resulta una suma de bendiciones recibidas.

Y ya me imagino las oraciones de los pequeños, pidiendo especialmente, como ocurre todos los años, por la salud de los más viejos y porque pronto puedan estar juntos todos los primos gozando de esas inmensas alegrí­as que se producen cada vez que tenemos la oportunidad de juntar a la prole con sus descendientes.

Siempre insisto en que no tenemos mucho que pedir y, si acaso, lo que nos hace falta es que Dios nos ayude a tener la fuerza y determinación para cumplir con nuestros deberes y responsabilidades sin hacerle mala cara a la dificultad que pueda venirse. Mientras haya salud y vida, siempre estaremos en capacidad de librar batallas, tanto las grandes y memorables como las pequeñas y cotidianas que son las que van forjando el carácter y haciendo llevadera la vida.

Para los amigos que me aguantan durante todo el año y que me leen compartiendo o no mis puntos de vista, un caluroso abrazo de Navidad, pidiendo a Dios que les proteja a todos, que les acompañe todos los dí­as para que podamos todos celebrar con nuestras familias ésta y muchas Navidades más.